EL PRINCIPIO DEL FIN DEL FRANQUISMO. LA CRISIS DE 1956.-
Hace cincuenta años, al ministro Arrese le impidieron dar al Régimen leyes que asegurasen su supervivencia a la muerte de Franco. Durante esta etapa critica, los falangistas más lucidos vaticinaron que el sucesor del Caudillo acabaría con el franquismo.
“Los hijos de nuestros amigos nos abandonan”. Esta frase, atribuida al propio Franco refleja el clima de descontento que se empezaba a respirar en la universidad española a mediados de los años cincuenta. De la nueva generación, que no había vivido los conflictos de la guerra civil, surgía un nuevo movimiento de oposición interna, que alcanzó su cúspide en las manifestaciones de 1956. La respuesta oficial a esta crisis, que ponía a la luz los problemas que el Régimen tendría que afrontar para asegurar su futura, acabaría demostrando su incapacidad para perpetuarse muerto Franco.
José Luís de Arrese, que como ministro de 1941 a 1945 se había encargado de domesticar a los díscolos falangistas, fue el hombre elegido por Franco para controlar la crisis, siendo este de nuevo nombrado ministro en 1956. Pero Arrese, no se conformó con simplemente apagar fuegos, sino que quiso institucionalizar el Estado, par a asegurar la supervivencia del franquismo. Su mayor colaborador fue el falangista camisa vieja Emilio Lamo de Espinosa, que trabajó en redactar tres leyes fundamentales que según entendía, elevarían al Régimen franquista a un estado de derecho e instaurarían “un orden institucional en la vía intermedia entre el totalitarismo y la democracia liberal”.
Lamo de Espinosa predecía con lucidez que el monarca sucesor a Franco usaría su posición constitucional para desmontar el Régimen, de forma totalmente legal. Que para eso era hijo de su padre. Para evitar esto, el falangista proponía que Franco fuera delegando gran parte de sus poderes en determinadas instituciones que limitarían la mano libre del próximo Jefe de Estado. Las nuevas leyes fundamentales se debatirían en el Consejo Nacional en Salamanca, donde los consejeros no se limitaron a enmendar los proyectos sino que expresaron su visión sobre lo que el régimen era y lo que debía de ser su futuro. Las leyes fracasaron, al no encontrar el acuerdo de casi ningún consejero, siendo considerados las leyes demasiado totalitarias por algunos, e incluso innecesarias por otros que ponían su fe en la colaboración del rey, y suscitaron oposición de casi todos los sectores.
Al final los Procuradores en las Cortes franquistas, se hicieron – una cuestión de principios - el “harakiri”. Sin ellos, colectivamente, la Transición hubiese sido imposible de la misma manera en que se llevó a la práctica. Nadie se lo ha reconocido. ¿Para que? Tal y como van las cosas, ¿para qué?
“Los hijos de nuestros amigos nos abandonan”. Esta frase, atribuida al propio Franco refleja el clima de descontento que se empezaba a respirar en la universidad española a mediados de los años cincuenta. De la nueva generación, que no había vivido los conflictos de la guerra civil, surgía un nuevo movimiento de oposición interna, que alcanzó su cúspide en las manifestaciones de 1956. La respuesta oficial a esta crisis, que ponía a la luz los problemas que el Régimen tendría que afrontar para asegurar su futura, acabaría demostrando su incapacidad para perpetuarse muerto Franco.
José Luís de Arrese, que como ministro de 1941 a 1945 se había encargado de domesticar a los díscolos falangistas, fue el hombre elegido por Franco para controlar la crisis, siendo este de nuevo nombrado ministro en 1956. Pero Arrese, no se conformó con simplemente apagar fuegos, sino que quiso institucionalizar el Estado, par a asegurar la supervivencia del franquismo. Su mayor colaborador fue el falangista camisa vieja Emilio Lamo de Espinosa, que trabajó en redactar tres leyes fundamentales que según entendía, elevarían al Régimen franquista a un estado de derecho e instaurarían “un orden institucional en la vía intermedia entre el totalitarismo y la democracia liberal”.
Lamo de Espinosa predecía con lucidez que el monarca sucesor a Franco usaría su posición constitucional para desmontar el Régimen, de forma totalmente legal. Que para eso era hijo de su padre. Para evitar esto, el falangista proponía que Franco fuera delegando gran parte de sus poderes en determinadas instituciones que limitarían la mano libre del próximo Jefe de Estado. Las nuevas leyes fundamentales se debatirían en el Consejo Nacional en Salamanca, donde los consejeros no se limitaron a enmendar los proyectos sino que expresaron su visión sobre lo que el régimen era y lo que debía de ser su futuro. Las leyes fracasaron, al no encontrar el acuerdo de casi ningún consejero, siendo considerados las leyes demasiado totalitarias por algunos, e incluso innecesarias por otros que ponían su fe en la colaboración del rey, y suscitaron oposición de casi todos los sectores.
Al final los Procuradores en las Cortes franquistas, se hicieron – una cuestión de principios - el “harakiri”. Sin ellos, colectivamente, la Transición hubiese sido imposible de la misma manera en que se llevó a la práctica. Nadie se lo ha reconocido. ¿Para que? Tal y como van las cosas, ¿para qué?
En la fotografía, Arrese con Raimundo Fernández Cuesta - fundador de la Falange - y Agustín Muñoz Grandes, quien mandó - primera etapa - la División Azul. Este pudo escapar de la cárcel en Madrid - se refugió en una embajada - y así escapó de las garras de los - Santiago Carrillo y Cazorla - que llevaron a cabo "las sacas" y los asesinatos de Paracuellos y Torrejón de Ardoz.
Alvaro de Diego, profesor de Historia del CEU, ha explicado el fracaso de estas reformas que indicaron un claro cambio en la política del franquismo.
Alvaro de Diego, profesor de Historia del CEU, ha explicado el fracaso de estas reformas que indicaron un claro cambio en la política del franquismo.
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