María Santísima de la Paloma.
Cirial.
El Santísimo Cristo de la Expiración - otra talla - en los años veinte.
Estandarte: un museo en la calle.
Arriba: El cartel de mi "debut con picadores". Abajo:El Santísimo Cristo, ya tallado por Benlliure.
El nombre de Paloma, advocación madrileña cien por cien, dedicado a una Virgen malagueña, sorprendía a aquel estudiante madrileño, recién llegado. El origen de la Cofradía estaba, sin embargo, en torno a la advocación del Cristo, que recordaba al bíblico Cedrón y a un puente sobre él, que los malagueños – que ya se sabe, hacen encajes de bolillo, cada vez que lo desean - habían feminizado. Así, del popular Cristo, con su túnica bordado en la lejanía por Teresa de Linde, pocos enseres tan antiguos se conservaban, tomó en su día nombre la Hermandad. Aunque la gente de la época que nos ocupa, hablase mas de La Paloma, lo que hallaba su explicación en la leyenda o en la historia, que en ocasiones se confunden. Una Dolorosa caminaba un día por las calles de Málaga, tras el Señor de la Puente. Se disponía a atravesar cualquiera de los puentes que cruzan ese Cedrón malagueño, con tan mala sangre a veces, que es el Guadalmedina, cuando una paloma de Gibralfaro, descendiente, seguro, de aquellas que los moros malagueños lanzaban al vuelo para avisar a Granada de que Almotamid, el rey poeta y sevillano había puesto cerco a la ciudad, — si era listo el moro, que quería ser malagueño. Precedente histórico — salió “flechaita, flechaita” hacia la Fuente Genovesa, junto al Hospital Noble. Y era, porque tenía sed. Caía la tarde de primavera y se conoce que también tuvo frío. Por no mojarse la cola, levantó el vuelo y se fue... a posar en la mano de la imagen de la Virgen, sobre la que terminó el desfile sin moverse. Desde entonces, la llamaron Paloma por Dolores. Los malagueños, en su exageración Maríana, sacaron de su cuadro madrileño a Nuestra Señora y – con la necesaria colaboración de un joven Alvarez Duarte - la hicieron en tres dimensiones, a partir de cuyo instante, sale a la calle cada Miércoles Santo para llenarla y hacerla estallar de fervor y admiración, con su inmensa belleza.
Mas tarde, se acercó al trono de María Santísima de la Paloma, poco antes del lugar del encierro y lo acompañó por delante de él, caminando de espaldas, sin perder la vista de Ella. Los sonidos, rumores mas bien, que surgían del trono, los percibían en su totalidad, por su proximidad y el silencio de la clara madrugada. Todavía, alguna paloma, de las que habían sido soltadas durante el recorrido, permanecía en el manto y el regazo de Nuestra Señora. Embrujados por los movimientos de las bambalinas de su palio, asistió, recogido, hasta el final del encierro. Y a los Percheles se fue, a esperar en calle Pavía a que llegase la Hermandad. Se decía que el trono del Cristo de la Expiración, pasaba por allí “rompiendo tulipas” y lo realmente milagroso es que no fuese siempre verdad. Ya en la Plaza de San Pedro, ocurrió un incidente que pudo terminar en tragedia. Casi todo el grupo se había colocado, prudentemente, de espaldas a un callejoncillo en previsión de alguna avalancha de la mucha gente que llenaba la pequeña plaza. Con esa ubicación, se garantizaban una salida de emergencia. Sin embargo un amigo, llevado por su exceso de afición a todo lo que tuviese algo que ver con su Semana Mayor que vivía como nadie, permanecía junto a un costado del trono de Cristo. Fue una falsa maniobra, tan inesperada como rápida, el trono giró, heterodoxamente, sobre si mismo y los hombres que lo portaban le arrollaron. Gracias a su agilidad salió de entre sus pies, rodando sobre si mismo, tan blanca la cara como los cirios de los nazarenos. Rápidamente fue confortado por el cariño de todos, muy especialmente por el de una rubia y guapa francesita, que olvidó el chauvinismo de su tierra, hacía oposiciones a convertirse en la mas malagueña de las galas.
UN PIROPO SEMANASANTERO.-
Habían pasado más de veinte años y todo continuaba igual. Y decidió “soltar” un piropo largo:
"La verdad es que el denominador común de las Vírgenes de Alvarez Duarte, es el de la agradable impresión que se recibe al contemplar sus rostros: la serena majestad de María Santísima de la Paz, la excelsa belleza de María Santísima de la Paloma y la frágil gracia de María Santísima de la Salud. Desde que vi su primera obra, me interesó el imaginero. Por eso visité, en Sevilla, su estudio mientras trabajaba en su Salud. Era verano y, aunque caía la tarde hacía un fuerte calor que obligaba al escultor a tener bajadas las persianas. Por entre las tiras de una de ellas, rota, se colaba un rayo de sol que incidía directamente en la pared de la izquierda, según yo estaba situado, detrás y lejos del imaginero quien, con su gubia en la mano, tallaba la cara de la Virgen. Yo no quería moverme dentro del pequeño taller, lleno de cachivaches, para no tropezar con alguno de ellos y distraer su atención, mientras él miraba repetidamente al punto de la pared en el que el rayo de sol iluminaba una estantería allí colgada, como buscando la inspiración que necesitaba y que sin duda encontró. Ya te digo que estaba lejos y que no quería moverme; salí de allí con el mismo sigilo que a mi entrada y no pude saber, entonces, lo que, en la repisa, le interesaba tanto. Ahora, al ver la Virgen terminada y su gran belleza, sí lo se. Estoy seguro de que buscaba, iluminada por el sol canicular, una fotografía que previamente había colocada en aquel sitio. Una fotografía que, a juzgar por la cara de la Virgen, tenía que ser la tuya".
Mas tarde, se acercó al trono de María Santísima de la Paloma, poco antes del lugar del encierro y lo acompañó por delante de él, caminando de espaldas, sin perder la vista de Ella. Los sonidos, rumores mas bien, que surgían del trono, los percibían en su totalidad, por su proximidad y el silencio de la clara madrugada. Todavía, alguna paloma, de las que habían sido soltadas durante el recorrido, permanecía en el manto y el regazo de Nuestra Señora. Embrujados por los movimientos de las bambalinas de su palio, asistió, recogido, hasta el final del encierro. Y a los Percheles se fue, a esperar en calle Pavía a que llegase la Hermandad. Se decía que el trono del Cristo de la Expiración, pasaba por allí “rompiendo tulipas” y lo realmente milagroso es que no fuese siempre verdad. Ya en la Plaza de San Pedro, ocurrió un incidente que pudo terminar en tragedia. Casi todo el grupo se había colocado, prudentemente, de espaldas a un callejoncillo en previsión de alguna avalancha de la mucha gente que llenaba la pequeña plaza. Con esa ubicación, se garantizaban una salida de emergencia. Sin embargo un amigo, llevado por su exceso de afición a todo lo que tuviese algo que ver con su Semana Mayor que vivía como nadie, permanecía junto a un costado del trono de Cristo. Fue una falsa maniobra, tan inesperada como rápida, el trono giró, heterodoxamente, sobre si mismo y los hombres que lo portaban le arrollaron. Gracias a su agilidad salió de entre sus pies, rodando sobre si mismo, tan blanca la cara como los cirios de los nazarenos. Rápidamente fue confortado por el cariño de todos, muy especialmente por el de una rubia y guapa francesita, que olvidó el chauvinismo de su tierra, hacía oposiciones a convertirse en la mas malagueña de las galas.
UN PIROPO SEMANASANTERO.-
Habían pasado más de veinte años y todo continuaba igual. Y decidió “soltar” un piropo largo:
"La verdad es que el denominador común de las Vírgenes de Alvarez Duarte, es el de la agradable impresión que se recibe al contemplar sus rostros: la serena majestad de María Santísima de la Paz, la excelsa belleza de María Santísima de la Paloma y la frágil gracia de María Santísima de la Salud. Desde que vi su primera obra, me interesó el imaginero. Por eso visité, en Sevilla, su estudio mientras trabajaba en su Salud. Era verano y, aunque caía la tarde hacía un fuerte calor que obligaba al escultor a tener bajadas las persianas. Por entre las tiras de una de ellas, rota, se colaba un rayo de sol que incidía directamente en la pared de la izquierda, según yo estaba situado, detrás y lejos del imaginero quien, con su gubia en la mano, tallaba la cara de la Virgen. Yo no quería moverme dentro del pequeño taller, lleno de cachivaches, para no tropezar con alguno de ellos y distraer su atención, mientras él miraba repetidamente al punto de la pared en el que el rayo de sol iluminaba una estantería allí colgada, como buscando la inspiración que necesitaba y que sin duda encontró. Ya te digo que estaba lejos y que no quería moverme; salí de allí con el mismo sigilo que a mi entrada y no pude saber, entonces, lo que, en la repisa, le interesaba tanto. Ahora, al ver la Virgen terminada y su gran belleza, sí lo se. Estoy seguro de que buscaba, iluminada por el sol canicular, una fotografía que previamente había colocada en aquel sitio. Una fotografía que, a juzgar por la cara de la Virgen, tenía que ser la tuya".