LEVANTAMIENTO FRACASADO DE LAS DERECHAS, EL 10 DE AGOSTO, EN MADRID Y SEVILLA. VERSIÓN REPUBLICANA. EL SOL: VERSION REPUBLICANA.
La madrugada de hoy nos ha traído un suceso emocionante. ¡Por fin! Ha estallado el complot que desde hace meses anunciaban los augures. Complot organizado contra el Gobierno y contra la República. A la hora en que escribimos estas líneas nos llega hasta la Redacción el eco del tiroteo que los guardias de asalto sostienen contra los grupos rebeldes. La información que recibimos es, como acontece siempre en los primeros momentos de todo suceso sensacional, incompleta, apresurada, a ratos incoherente; atiende más a los detalles dramáticos que a las causas profundas del hecho, y apenas permite formar idea de lo que acontece. ¿Quién es el alma del complot? ¿Quién el caudillo? ¿Qué se proponen, concretamente, los conjurados? ¿Cuál es su programa? Informes que no queremos acabar de creer afirman que entre los comprometidos figuran, junto a los monárquicos confesos y convictos, republicanos de esos que vienen dedicándose desde hace algún tiempo a la tarea de socavar los cimientos del Gobierno, a presentarle ante los ojos de la opinión republicana como resumen y compendio de todas las incapacidades, de todos los errores y de las insensateces más inauditas. No lo creemos. Acaso hayan sido auxiliares morales e inconscientes del complot: auxiliares a sabiendas, no puede ser.
Suponemos, de todos modos, que algunos republicanos harán hoy severísimo examen de conciencia. Y no insistimos más sobre este punto porque faltan datos concluyentes, informes precisos acerca de la organización y desarrollo del complot.
Desde luego, si algún acontecimiento inesperado no viniese a complicar la situación, parece seguro, por lo que hasta las cinco de la madrugada está sucediendo, que el movimiento, importante acaso por la intención de los conspiradores, va a reducirse a un episodio menos dramático que la huelga revolucionaria de Sevilla o que la sublevación del Llobregat.
El Gobierno ha movilizado sus fuerzas con rapidez y eficacia extraordinarias, y todos los resortes del mando han funcionado de manera perfecta, hasta el punto de que en no mucho más de una hora todo habrá concluido, a favor del Poder público. Ni por un solo instante abandonó el presidente del Consejo su residencia del palacio de Buenavista, edificio preferentemente amenazado por los conspiradores. El ministro de la Gobernación estuvo en su despacho oficial durante toda la noche.
Se diría que la autoridad se adelantaba mecánicamente a cada una de las maniobras de los conjurados.
El resultado inmediato del suceso de hoy es evidente fortalecimiento del Gobierno en sus posiciones y reagrupación de las fuerzas republicanas.
Lamentemos, puesto que el instante no permite más amplios comentarios, los dolorosos sacrificios con que esta aventura sin nombre se está cerrando, y terminamos esta nota urgente pidiendo al Gobierno, aunque el Gobierno actual no necesita estímulo, que sin vacilación y con la serenidad que tan extraordinarias pruebas viene dando, restablezca el imperio de ley frente a todo y frente a todos. (EL SOL, 10 DE AGOSTO DE 1932).
Desde hace algunas semanas venía el Gobierno recibiendo informes de que elementos calificados como monárquicos preparaban un golpe de mano en Madrid, a fin de apoderase de los centros oficiales que ellos suponían vitales para el Gobierno y para el régimen. Esos informes añadían que en el movimiento habrían de participar militares retirados y, junto a ellos, organizaciones de paisanos. En vista de todo ello, comenzaron a adoptarse medidas policíacas muy rigurosas y secretas, y se estableció cerca de determinadas personas un servicio de vigilancia sumamente estrecho. Tal era el conocimiento que el gobierno tenía de los planes urdidos contra él y contra la República, y de naturaleza tan fuerte la defensa organizada para hacer frente a cualquier eventualidad, que no diremos con complacencia, pero sí veía el Gobierno con absoluta serenidad de ánimo y con la mayor tranquilidad acercarse el momento en que habría de producirse el hecho anunciado.
LOS RUMORES DE ANOCHE.-
En las últimas horas de la tarde de ayer, o mejor dicho, en las primeras horas de la noche, se acentuaron extraordinariamente los rumores concernientes a un golpe de mano contra determinados centros oficiales. En las Redacciones de los periódicos y en los corrillos de los cafés se aseguraba terminantemente que el complot debía estallar en la madrugada de hoy, y hasta se precisaba que el movimiento tendría lugar de cuatro a cinco de la mañana. Es evidente que si esas informaciones habían llegado por vías absolutamente públicas y ostensibles a conocimiento de los periódicos y de los comentaristas desocupados, el Gobierno estaba en posesión de todos los datos relacionados con el complot y, por consiguiente, en condiciones de sofocarlo rápidamente.
La madrugada de hoy nos ha traído un suceso emocionante. ¡Por fin! Ha estallado el complot que desde hace meses anunciaban los augures. Complot organizado contra el Gobierno y contra la República. A la hora en que escribimos estas líneas nos llega hasta la Redacción el eco del tiroteo que los guardias de asalto sostienen contra los grupos rebeldes. La información que recibimos es, como acontece siempre en los primeros momentos de todo suceso sensacional, incompleta, apresurada, a ratos incoherente; atiende más a los detalles dramáticos que a las causas profundas del hecho, y apenas permite formar idea de lo que acontece. ¿Quién es el alma del complot? ¿Quién el caudillo? ¿Qué se proponen, concretamente, los conjurados? ¿Cuál es su programa? Informes que no queremos acabar de creer afirman que entre los comprometidos figuran, junto a los monárquicos confesos y convictos, republicanos de esos que vienen dedicándose desde hace algún tiempo a la tarea de socavar los cimientos del Gobierno, a presentarle ante los ojos de la opinión republicana como resumen y compendio de todas las incapacidades, de todos los errores y de las insensateces más inauditas. No lo creemos. Acaso hayan sido auxiliares morales e inconscientes del complot: auxiliares a sabiendas, no puede ser.
Suponemos, de todos modos, que algunos republicanos harán hoy severísimo examen de conciencia. Y no insistimos más sobre este punto porque faltan datos concluyentes, informes precisos acerca de la organización y desarrollo del complot.
Desde luego, si algún acontecimiento inesperado no viniese a complicar la situación, parece seguro, por lo que hasta las cinco de la madrugada está sucediendo, que el movimiento, importante acaso por la intención de los conspiradores, va a reducirse a un episodio menos dramático que la huelga revolucionaria de Sevilla o que la sublevación del Llobregat.
El Gobierno ha movilizado sus fuerzas con rapidez y eficacia extraordinarias, y todos los resortes del mando han funcionado de manera perfecta, hasta el punto de que en no mucho más de una hora todo habrá concluido, a favor del Poder público. Ni por un solo instante abandonó el presidente del Consejo su residencia del palacio de Buenavista, edificio preferentemente amenazado por los conspiradores. El ministro de la Gobernación estuvo en su despacho oficial durante toda la noche.
Se diría que la autoridad se adelantaba mecánicamente a cada una de las maniobras de los conjurados.
El resultado inmediato del suceso de hoy es evidente fortalecimiento del Gobierno en sus posiciones y reagrupación de las fuerzas republicanas.
Lamentemos, puesto que el instante no permite más amplios comentarios, los dolorosos sacrificios con que esta aventura sin nombre se está cerrando, y terminamos esta nota urgente pidiendo al Gobierno, aunque el Gobierno actual no necesita estímulo, que sin vacilación y con la serenidad que tan extraordinarias pruebas viene dando, restablezca el imperio de ley frente a todo y frente a todos. (EL SOL, 10 DE AGOSTO DE 1932).
Desde hace algunas semanas venía el Gobierno recibiendo informes de que elementos calificados como monárquicos preparaban un golpe de mano en Madrid, a fin de apoderase de los centros oficiales que ellos suponían vitales para el Gobierno y para el régimen. Esos informes añadían que en el movimiento habrían de participar militares retirados y, junto a ellos, organizaciones de paisanos. En vista de todo ello, comenzaron a adoptarse medidas policíacas muy rigurosas y secretas, y se estableció cerca de determinadas personas un servicio de vigilancia sumamente estrecho. Tal era el conocimiento que el gobierno tenía de los planes urdidos contra él y contra la República, y de naturaleza tan fuerte la defensa organizada para hacer frente a cualquier eventualidad, que no diremos con complacencia, pero sí veía el Gobierno con absoluta serenidad de ánimo y con la mayor tranquilidad acercarse el momento en que habría de producirse el hecho anunciado.
LOS RUMORES DE ANOCHE.-
En las últimas horas de la tarde de ayer, o mejor dicho, en las primeras horas de la noche, se acentuaron extraordinariamente los rumores concernientes a un golpe de mano contra determinados centros oficiales. En las Redacciones de los periódicos y en los corrillos de los cafés se aseguraba terminantemente que el complot debía estallar en la madrugada de hoy, y hasta se precisaba que el movimiento tendría lugar de cuatro a cinco de la mañana. Es evidente que si esas informaciones habían llegado por vías absolutamente públicas y ostensibles a conocimiento de los periódicos y de los comentaristas desocupados, el Gobierno estaba en posesión de todos los datos relacionados con el complot y, por consiguiente, en condiciones de sofocarlo rápidamente.
LOS EDIFICIOS AMENAZADOS.-
Entre otras cosas, sabía el director general de Seguridad que el movimiento iba encaminado a tomar por asalto el palacio de Buenavista (ministerio de la Guerra), la Dirección General de Seguridad y el Palacio de Comunicaciones.
De acuerdo con estos informes, las fuerzas de asalto quedaron estratégicamente situadas, con órdenes severísimas, de hacer fuego en cuanto vieran acercarse los grupos que debían movilizarse, según la organización del complot. La zona más ocupada por los guardias de asalto fue la que comprende las calles de Prim, Conde de Xiquena, Barquillo, Alcalá, entre Barquillo y la Cibeles, y Recoletos, entre la Cibeles y Prim, o sea toda la que se relaciona con el ministerio de la Guerra.
En las primeras horas de la madrugada el movimiento de fuerzas en la Dirección General de Seguridad era intensísimo.
Los informadores de sucesos tropezaban con grandes dificultades para el cumplimiento de su misión.
No obstante, pudieron averiguar que a las dos de la madrugada salió un carro de guardias de asalto con dirección a la calle de Doña Bárbara de Braganza. Al llegar frente a la casa número 16 de dicha calle subieron al cuarto piso y detuvieron a ocho personas, las cuales fueron inmediatamente trasladadas a la Dirección General y prestaron declaración ante el Jefe superior de Policía.
Entre los detenidos hay tres abogados del Estado, un pintor y el juez de instrucción de Sacedón, provincia de Guadalajara. Parece ser que alguno de los detenidos declaró que se habían reunido para jugar al póker. Pero la Policía sostiene que se trataba de una reunión de carácter político.
A las tres de la mañana, el director de Seguridad, señor Menéndez, recibió a los periodistas y manifestó que, de momento, no podía facilitar los nombres de los detenidos ni las causas de la detención, pues tenía pendientes otros servicios relacionados con el mismo fin.
La actividad máxima era la relacionada con las fuerzas de asalto, que han montado sus armas de tiro rápido por orden del Sr. Menéndez. El edificio de la Dirección está completamente acordonado. A las tres y media salió otro camión de guardias de asalto con dirección desconocida. Poco después llegaba en un automóvil, acompañado de dos agentes, un capitán del Ejército, al parecer, detenido.
En el palacio de Comunicaciones se desarrollaron durante la madrugada de hoy los sucesos de que ya tiene el lector noticia escueta, de la manera siguiente: A las cuatro de la mañana, aproximadamente, penetró en Correos un teniente coronel; poco después llegó un comandante, y un minuto más tarde hizo acto de presencia un capitán. Todos iban de uniforme. Los tres fingieron no conocerse. El teniente coronel se encaminó a la ventanilla como si fuese a depositar un telegrama, y los otros dos se dirigieron al escritorio. El guardia civil de servicio advirtió que se miraban y que hacían señas. En esto entró un alférez de Marina que traía en la mano una pistola. Observó el guardia civil que los cuatro militares se movían como tratando de envolverle, y entonces intentó retroceder hacia la pared; pero le cortó el paso un coronel, también de uniforme, que en aquel momento había entrado, y entre coronel y guardia civil se entabló el siguiente diálogo:
Coronel.- Póngase usted a mis órdenes inmediatamente.
Guardia civil.- No recibo órdenes sino de Jefes de mi Cuerpo.
Coronel.- Es que traemos órdenes de Jefes de su Cuerpo para que me obedezca usted. Guardia civil.- Si esa orden no viene por escrito, no la acato. Coronel.- ¿Quién tiene aquí al mando?
Guardia civil.- Un cabo.
Coronel.- ¿Dónde está ese cabo?
Guardia civil.- Durmiendo.
En ese instante entraron dos comandantes y preguntaron al guardia civil acerca de la sala de aparatos. El guardia les contestó que no podía decirles dónde se hallaba. El coronel insistió, diciendo:
Coronel.- Le digo que se ponga usted a mis órdenes.
Guardia civil.- Le digo que no obedezco otras órdenes que la de jefes de mi Cuerpo.
Coronel.- Pues ahora vendrá su capitán.
Guardia civil.- Pues cuando venga, ya veremos.
Al llegar a este punto el diálogo, el guardia se vio casi cercado, y entonces se echó hacia atrás y encañonó al grupo con el máuser. Su compañero, que prestaba servicio en la puerta, al darse cuenta de lo que sucedía, se echó también el fusil a la cara y apuntó hacia el grupo. Estado en esta situación, el guardia que había sostenido el diálogo ordenó a un repartidor de Telégrafos que cacheara a los conspiradores. Este repartidor se llama Andrés Vázquez. Los oficiales no admitieron el cacheo y tiraron las armas al suelo. Entonces se oyó fuera del palacio de Comunicaciones un tiroteo verdaderamente alarmante. Entraron en el vestíbulo dos parejas más de la guardia Civil. A medida que el tiroteo se intensificaba, llegaban de Recoletos grupos de conspiradores empujados por los guardias de asalto.
Los jefes que habían entrado en el primer momento en Correos no hicieron el menor ademán de disparar.
Entre otras cosas, sabía el director general de Seguridad que el movimiento iba encaminado a tomar por asalto el palacio de Buenavista (ministerio de la Guerra), la Dirección General de Seguridad y el Palacio de Comunicaciones.
De acuerdo con estos informes, las fuerzas de asalto quedaron estratégicamente situadas, con órdenes severísimas, de hacer fuego en cuanto vieran acercarse los grupos que debían movilizarse, según la organización del complot. La zona más ocupada por los guardias de asalto fue la que comprende las calles de Prim, Conde de Xiquena, Barquillo, Alcalá, entre Barquillo y la Cibeles, y Recoletos, entre la Cibeles y Prim, o sea toda la que se relaciona con el ministerio de la Guerra.
En las primeras horas de la madrugada el movimiento de fuerzas en la Dirección General de Seguridad era intensísimo.
Los informadores de sucesos tropezaban con grandes dificultades para el cumplimiento de su misión.
No obstante, pudieron averiguar que a las dos de la madrugada salió un carro de guardias de asalto con dirección a la calle de Doña Bárbara de Braganza. Al llegar frente a la casa número 16 de dicha calle subieron al cuarto piso y detuvieron a ocho personas, las cuales fueron inmediatamente trasladadas a la Dirección General y prestaron declaración ante el Jefe superior de Policía.
Entre los detenidos hay tres abogados del Estado, un pintor y el juez de instrucción de Sacedón, provincia de Guadalajara. Parece ser que alguno de los detenidos declaró que se habían reunido para jugar al póker. Pero la Policía sostiene que se trataba de una reunión de carácter político.
A las tres de la mañana, el director de Seguridad, señor Menéndez, recibió a los periodistas y manifestó que, de momento, no podía facilitar los nombres de los detenidos ni las causas de la detención, pues tenía pendientes otros servicios relacionados con el mismo fin.
La actividad máxima era la relacionada con las fuerzas de asalto, que han montado sus armas de tiro rápido por orden del Sr. Menéndez. El edificio de la Dirección está completamente acordonado. A las tres y media salió otro camión de guardias de asalto con dirección desconocida. Poco después llegaba en un automóvil, acompañado de dos agentes, un capitán del Ejército, al parecer, detenido.
En el palacio de Comunicaciones se desarrollaron durante la madrugada de hoy los sucesos de que ya tiene el lector noticia escueta, de la manera siguiente: A las cuatro de la mañana, aproximadamente, penetró en Correos un teniente coronel; poco después llegó un comandante, y un minuto más tarde hizo acto de presencia un capitán. Todos iban de uniforme. Los tres fingieron no conocerse. El teniente coronel se encaminó a la ventanilla como si fuese a depositar un telegrama, y los otros dos se dirigieron al escritorio. El guardia civil de servicio advirtió que se miraban y que hacían señas. En esto entró un alférez de Marina que traía en la mano una pistola. Observó el guardia civil que los cuatro militares se movían como tratando de envolverle, y entonces intentó retroceder hacia la pared; pero le cortó el paso un coronel, también de uniforme, que en aquel momento había entrado, y entre coronel y guardia civil se entabló el siguiente diálogo:
Coronel.- Póngase usted a mis órdenes inmediatamente.
Guardia civil.- No recibo órdenes sino de Jefes de mi Cuerpo.
Coronel.- Es que traemos órdenes de Jefes de su Cuerpo para que me obedezca usted. Guardia civil.- Si esa orden no viene por escrito, no la acato. Coronel.- ¿Quién tiene aquí al mando?
Guardia civil.- Un cabo.
Coronel.- ¿Dónde está ese cabo?
Guardia civil.- Durmiendo.
En ese instante entraron dos comandantes y preguntaron al guardia civil acerca de la sala de aparatos. El guardia les contestó que no podía decirles dónde se hallaba. El coronel insistió, diciendo:
Coronel.- Le digo que se ponga usted a mis órdenes.
Guardia civil.- Le digo que no obedezco otras órdenes que la de jefes de mi Cuerpo.
Coronel.- Pues ahora vendrá su capitán.
Guardia civil.- Pues cuando venga, ya veremos.
Al llegar a este punto el diálogo, el guardia se vio casi cercado, y entonces se echó hacia atrás y encañonó al grupo con el máuser. Su compañero, que prestaba servicio en la puerta, al darse cuenta de lo que sucedía, se echó también el fusil a la cara y apuntó hacia el grupo. Estado en esta situación, el guardia que había sostenido el diálogo ordenó a un repartidor de Telégrafos que cacheara a los conspiradores. Este repartidor se llama Andrés Vázquez. Los oficiales no admitieron el cacheo y tiraron las armas al suelo. Entonces se oyó fuera del palacio de Comunicaciones un tiroteo verdaderamente alarmante. Entraron en el vestíbulo dos parejas más de la guardia Civil. A medida que el tiroteo se intensificaba, llegaban de Recoletos grupos de conspiradores empujados por los guardias de asalto.
Los jefes que habían entrado en el primer momento en Correos no hicieron el menor ademán de disparar.