27 enero, 2009

JULIO IGLESIAS, CAUTIVO.-


CAUTIVO. Y VOLVIÓ A CAMINAR SOLO ...
Siempre he sido malo para recordar las fechas. Por eso no sé si lo que les voy a relatar en este artículo que me piden mis buenos amigos de SUR ocurrió en un año concreto. Sólo sé que fue allá por los 60, y más concretamente entre 1965 y 1968...
Yo había tenido un grave accidente que al final llevó a los médicos a descubrir una gravísima dolencia en mi espalda. Nadie daba un duro por aquel joven. Nadie pensaba no sólo ya que volviera a andar, sino que incluso pudiera sobrevivir. ¿Nadie? No, no es verdad. Mi padre, mi buen padre, mi amado y recordado padre, tenía en la fe su mayor entereza, y él creía en mi recuperación. Pidió excedencia en el hospital y decidió irse con su hijo a las playas mediterráneas para iniciar un largo proceso de recuperación que gracias a Dios llegó a buen fin... Ya digo, no recuerdo el año.
Sí sé que llegamos a Málaga un Lunes Santo. Nos alojamos en el Hotel Niza, en calle Larios. Recuerdo que era por la tarde, y el ambiente en las calles era tremendo. Mucha gente por aquí y por allá. Yo no había estado en Málaga nunca. Allí, en aquel hotel que hoy ya no existe, o mejor dicho, se llama Larios, igual que la calle, me alojé con mi corazón repleto de esperanzas porque la realidad era tremendamente dura y contraria. «Mañana nos vamos a La Carihuela, a la playa, a comenzar a andar y a hacer ejercicios», me dijo mi padre. Pero no nos acostamos. Cenamos algo y de pronto comenzaron a sonar tambores y cornetas, y las procesiones pasaban por debajo de nuestro balcón una tras otra. De pronto, a lo lejos, vi la imagen de un Cristo con la túnica blanca que me impresionó. «Es el Cautivo», me dijeron. Me quedé impresionado. El Cristo Cautivo, sereno, con su túnica inmaculada y su piel morena, me dejó entusiasmado.
No sé por qué, pero sí les juro que cuando pasó por delante de mi ventana una sensación de fuerza invisible entró por mis insensibles piernas. Y la gente aplaudía, y marchaba detrás de aquel trono que me cautivó también por cómo marchaba a los hombros de viejos y rudos hombres que con sus hombros transportaban al Cristo trinitario. Me empapé en su historia. Vi a muchísima gente detrás de su estela, me dijeron que eran promesas porque era un Cristo milagroso, al que la gente humilde acudía pidiendo socorro y logros, que curaba enfermedades. Y pensé, ¿me ayudará a curarme? Jesús Cautivo, échame una mano y haz posible que vuelva a andar, que recobre la salud. Y mi padre, cerca de mí, sonreía. Posiblemente, lo he pensado alguna vez, mi padre hizo de brazo ejecutor de aquel Cristo que llevaba sus manos atadas, pero que nada le impide actuar. Desde entonces, el Cautivo es mi Cristo, y la del Cautivo, mi Cofradía. Desde que vivo en Málaga con mi mujer y mis hijos, seis meses al año, el Cautivo forma parte de mi casa. Está allí en una pintura, y en una hermosa imagen, y mis amigos de Canal Málaga me mandan las películas con imágenes de la procesión, e incluso, hace dos años, seguí en directo la misa del alba y el acto del hospital por la mañana.
Recuerdo que cuando vi aquellas imágenes de aquellos enfermos ilusionados, emocionados y esperanzados, me acordé de aquel chaval joven, aquel muchacho que asistido con pesadas muletas estaba de pie en aquel Lunes Santo de la década de los 60 en una ventana de un hotel llamado Niza, en calle Larios, viendo a un Cristo vestido con túnica blanca al que le pidió consuelo. Y salud. Mucha salud. Y aquel joven volvió a caminar.

Julio Iglesias.

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