Sin el concurso de la Unión Europea, nada de nada podemos hacer. Y, con este gobierno, tampoco. Pero no va a durar siempre, ¿verdad?
Lo triste es que la Unión no termina de definirse. Por un lado su Constitución anda “dando vueltas” sin reconocer donde se encuentran las raíces de Europa, por otro sus miembros no se ponen de acuerdo y coquetean con Turquía, tal que si este fuese un país europeo. Sería necesario poner límites a la Unión, porque de lo contrario nos podríamos encontrar con socios como Líbano – Hezbolá – o Marruecos con sus aspiraciones territoriales – con un amigo pensamos en hacernos un modesto puerto deportivo en Chafarinas - y ya basta con un Gibraltar en la Unión.
Las raíces de Europa se encuentran en su pasado greco latino y cristiano – o judeo cristiano, si se prefiere – y no en el Islam o en Kemal Ataturk y así se definen los límites culturales o sociológicos – no los geográficos, que constituirían una consecuencia - de la Unión. Galicia tiene en común con Rumanía, no los suevos, sino el latín y Andalucía a Trajano y con Polonia, no la Feria de Sevilla, sino su común carácter mariano. ¡Viva María Santísima de Czestochowa!
Porque no es solo el problema del terrorismo – donde no hay islamistas, no puede haber terrorismo islámico – sino el hecho de que su integración es metafísicamente imposible, debido a su idiosincrasia gregaria y medieval.
El terrorismo islámico moderno – con antecedentes en Almanzor y sus razzias – probablemente tenga su origen en los Hermanos Musulmanes durante la segunda década del siglo XX, en Egipto. Parece ser que es entonces, cuando comienzas las modernas madrazas, que proliferan en el caldo de cultivo de Gamal Abdel Nasser – quien, por cierto, iba de derrota en derrota, buscando la victoria final - y que fue sustituido a su muerte por Anuar el Sadat, asesinado por los citados terroristas, en un atentado tan espectacular, como televisado en directo. Con los petrodólares – Churchill dijo que el petróleo era asunto demasiado serio como para dejarlo en manos árabes – llegó su desarrollo espectacular, porque contar con terroristas suicidas cuesta un pastón.
Parece algo aceptable, que los judíos están tan convencidos de su razón, que ni se molestan en discutir y los cristianos continuamos – inasequibles al desaliento - predicando el Evangelio urbi et orbe, los musulmanes siguen como siempre: todos los demás son “infieles” y “vamos a convencerles a sangre y fuego”. El mundo sería mucho mejor si volviésemos al Medioevo; Velázquez como era otro infiel que pintaba imágenes, quememos sus cuadros; el Louvre y el Prado, son centros de perdición: acabemos con ellos. La única ventaja sería que no existirían “aquí hay tomate” ni “salsa rosa” y la Pantoja, descansaría en paz.
Respecto de su imposible integración, por citar un solo ejemplo, reconozcamos que muchos de ellos impiden que sus hijas, tras hacerse mujeres, abandonan la enseñanza, con lo que se pueden conseguir europeas de segunda clase. Lo del velito y la imposibilidad de hacer gimnasia o deporte – ni siquiera con “los pololos” de la Sección Femenina – ante las posibles miradas de terceros, infieles por supuesto.
Aceptadas estas premisas, serían necesarios determinados cambios legislativos que permitiesen actuaciones concretas en las tres aristas de estos inmigrantes y que serán analizados en “QUE HACEMOS CON ELLOS II”.
Lo triste es que la Unión no termina de definirse. Por un lado su Constitución anda “dando vueltas” sin reconocer donde se encuentran las raíces de Europa, por otro sus miembros no se ponen de acuerdo y coquetean con Turquía, tal que si este fuese un país europeo. Sería necesario poner límites a la Unión, porque de lo contrario nos podríamos encontrar con socios como Líbano – Hezbolá – o Marruecos con sus aspiraciones territoriales – con un amigo pensamos en hacernos un modesto puerto deportivo en Chafarinas - y ya basta con un Gibraltar en la Unión.
Las raíces de Europa se encuentran en su pasado greco latino y cristiano – o judeo cristiano, si se prefiere – y no en el Islam o en Kemal Ataturk y así se definen los límites culturales o sociológicos – no los geográficos, que constituirían una consecuencia - de la Unión. Galicia tiene en común con Rumanía, no los suevos, sino el latín y Andalucía a Trajano y con Polonia, no la Feria de Sevilla, sino su común carácter mariano. ¡Viva María Santísima de Czestochowa!
Porque no es solo el problema del terrorismo – donde no hay islamistas, no puede haber terrorismo islámico – sino el hecho de que su integración es metafísicamente imposible, debido a su idiosincrasia gregaria y medieval.
El terrorismo islámico moderno – con antecedentes en Almanzor y sus razzias – probablemente tenga su origen en los Hermanos Musulmanes durante la segunda década del siglo XX, en Egipto. Parece ser que es entonces, cuando comienzas las modernas madrazas, que proliferan en el caldo de cultivo de Gamal Abdel Nasser – quien, por cierto, iba de derrota en derrota, buscando la victoria final - y que fue sustituido a su muerte por Anuar el Sadat, asesinado por los citados terroristas, en un atentado tan espectacular, como televisado en directo. Con los petrodólares – Churchill dijo que el petróleo era asunto demasiado serio como para dejarlo en manos árabes – llegó su desarrollo espectacular, porque contar con terroristas suicidas cuesta un pastón.
Parece algo aceptable, que los judíos están tan convencidos de su razón, que ni se molestan en discutir y los cristianos continuamos – inasequibles al desaliento - predicando el Evangelio urbi et orbe, los musulmanes siguen como siempre: todos los demás son “infieles” y “vamos a convencerles a sangre y fuego”. El mundo sería mucho mejor si volviésemos al Medioevo; Velázquez como era otro infiel que pintaba imágenes, quememos sus cuadros; el Louvre y el Prado, son centros de perdición: acabemos con ellos. La única ventaja sería que no existirían “aquí hay tomate” ni “salsa rosa” y la Pantoja, descansaría en paz.
Respecto de su imposible integración, por citar un solo ejemplo, reconozcamos que muchos de ellos impiden que sus hijas, tras hacerse mujeres, abandonan la enseñanza, con lo que se pueden conseguir europeas de segunda clase. Lo del velito y la imposibilidad de hacer gimnasia o deporte – ni siquiera con “los pololos” de la Sección Femenina – ante las posibles miradas de terceros, infieles por supuesto.
Aceptadas estas premisas, serían necesarios determinados cambios legislativos que permitiesen actuaciones concretas en las tres aristas de estos inmigrantes y que serán analizados en “QUE HACEMOS CON ELLOS II”.
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