España es una nación de acentos, y en ese aspecto nos ha ido bastante bien. Todos se aceptan y con el acento que sea a cualquier lugar se accede. En Inglaterra, para presentar los informativos de la BBC se exigía un inglés neutro perfecto. Andalucía tiene su acento como Cataluña, con más variación en el sur que en el nordeste. Los acentos de Cádiz, Jerez, el Puerto, Huelva y Sevilla pueden confundirse. Son acentos agradables, sean cultos o populares. Y con unos giros en el idioma luminosos y sabios. En Málaga es más cerrado. Córdoba se mueve entre Granada y Málaga, Almería roza el acento murciano y Jaén el manchego. Los catalanes no se libran de su acento peculiar, consecuencia de su idioma regional. El vasco y el navarro no son coincidentes. Santander canta al hablar y con peculiaridades sonoras recorreríamos todos los rincones de España. Comillas de San Vicente de la Barquera dista nueve kilómetros, y el acento es diferente. Y un puente de cien metros, el que divide en Unquera Cantabria de Asturias - Unquera montañesa, Bustio asturiana - separa también los acentos, como si fuera obligatorio hablar de una manera u otra en cada margen de la ría. Matías Prats era muy escrupuloso, y dominaba la trampa del acento, que lo tenía cordobés. Para que no se le notara el «seseo» cuando retransmitía partidos de fútbol, la «c» la convertía en «f», y nadie se apercibía de ello. «El Barfelona ha ganado al Faragofa por dos a fero». Cuando comentaba los Toros, se permitía algún deje de su tierra, por aquello del ambiente. La inelegancia de Montserrat Nebrera con Magdalena Álvarez por el acento de la segunda no favorece a la primera. Lo malo de doña Maleni no es el acento, sino el tono y lo que dice, o lo que no dice. Pero esas denuncias despectivas no funcionan bien en la política española, porque las peculiaridades de cada provincia abren la puerta a las susceptibilidades y complejos. También la señora Nebrera tiene acento cuando habla español, que no en castellano, que el castellano, como Cela sostenía, es el bellísimo español que se habla en Castilla, refiriéndose a la Castilla Alta, o la Vieja, como antaño era denominada. Si nadie se ríe del acento catalán de la señora Nebrera, la señora Nebrera tiene vetado el cachondeo por el acento malagueño de la señora Álvarez. Otra cosa es el tono y el contenido del tono, del que he escrito recientemente. Un murciano y un cartagenero hablan de forma diferente, como un donostiarra y un «cashero» de Hernani, separados por cuatro kilómetros. Intentar imitar el acento neutro de un idioma tan duro como el español es una cursilería. Esas «eses» finales torturan en muchas provincias. Conocí a un murciano que se estaba volviendo tarumba porque no conseguía pronunciar correctamente dos plurales seguidas. O decía «los árbole» o «lo árboles», pero nunca «los árboles», que era lo que pretendía. Era una gran persona y estará en «los cielo» o «lo cielos», pero no en «los cielos», como los de Valladolid, que presumen de ser los guardianes del acento más pulcro, aunque a uno, personalmente, le guste más el de Salamanca. En fin, que reírse de los acentos en España es broma absurda y necia. De lo que hay que reírse es de lo que se diga o no con los acentos. Y ahí tenemos cosecha abundante para reír y llorar.
Alfonso Ussía.
Alfonso Ussía.
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