Al entrar en el barrio de la Trinidad en la madrugada de un Lunes Santo, te introduces en un mundo diferente, irreal y entrañable, se diría que el tiempo se ha detenido. Sus calles estrechas enmarcando una arquitectura sencilla y diferente, las ventanas engalanadas con mantones y hasta con la mejor colcha de la casa, geranios y gitanillas macizando balcones y el barrio entero, volcado con su Cautivo, lo hacían posible. En la plaza, frente a la puerta principal de la iglesia de San Pablo, ya no se cabe. Algunos llevaban horas esperando. Les fue posible, por fin, acercarse a las andas al llegar a calle Jara. El sol, que no había salido todavía, ordenó a su nube,
¡tápate!
y alumbró a Nuestro Padre Jesús que ya iba Cautivo y a María Santísima de la Trinidad que, a su lado, no paraba de mirarle de “reojillo” y admiraban como se movía, al limpio aire del amanecer, Su túnica, de piel de ángel, que a todos les sonaba a repique de Gloria. Volvió a tomar su mano, la que nunca debió haber soltado, escuchó la saeta, con marchamo de autenticidad y entrecerró los ojos, incapaz de sopor¬tar tanta belleza.
A la Trinidad, cuando la fresca brisa del alba del lunes te revive la cara, nunca vuelvas solo, nunca; haz como yo, con la que mas quieras y de la manita.
Hace 15 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario