06 mayo, 2006


"De niña a mujer”. (Aleluyas).
1956-1964.-

Un feliz día de febrero,
comenzaron los ensayos
y, entre todas las actrices,
me fijé en ti, de soslayo.

El día que cumplías años,
todos con gran emoción,
representamos el Auto
entre alguna confusión.

El "Auto del Nacimiento
Nuestro Señor Jesucristo".
De no haberlo realizado
quizás, no te hubiese visto.

Desde entonces, para siempre,
Manrique me pareció,
el mejor autor del mundo,
por la gloria de Cotón.

Terminado el teatrillo,
quise sentarme a tu lado
para ver las otras cosas,
pero me pasé de pillo.

Tu te alegraste de verme,
pero vino un profesor
y, mentalidad de entonces,
de tu vera él, me expulsó.

El muy ladino, cochino,
Jefe de Estudios en vigor,
parece que se aburría
y cuanto me fastidió.

Años pasaron después
en los que me conformaba,
con decirle a mis amigos,
que te había visto a través.

A través de los cristales
de un aula destartalada,
o a través de las vidrieras,
en la iglesia, tu postrada.

Humillada como nadie,
pues jamás hubo ocasión,
en la que ninguna hembra,
demostrase tal fervor.

En alguna circunstancia,
pude verte escuchar Misa.
Emoción, admiración,
ejemplo de devoción.

Me imponías tanto respeto,
y tenías tanta influencia,
que un día, en el que te vi,
desde el coche y desde lejos,

por cerca del Sardinero,
ni me atrevía detenerme,
nervioso, paralizado,
totalmente intimidado.

Y eso que te detuviste,
para, a mi, saludarme,
pero no tenía entidad,
yo para, a ti, enamorarte.

Por supuesto, que ignoraba,
todavía, por entonces,
aquella flor, perfumada,
que luego te ofrecí,

que ambos, intercambiamos,
una tarde muy feliz,
cuando por allí, pasamos.
Como había muerto mi padre,

hube de irme a Madrid;
ya lo había hecho tu madre
y, mejor te comprendí.
Terminé mi sexto curso,

y, una vez revalidado,
yo me empeciné en volver
incluso haciéndolo a nado.
Me empeñé en encontrarte,

en verte y en tratarte
y, en un momento, creí,
que conseguí enamorarte.
Falda a cuadros, de paseo,

y una preciosa sonrisa,
que a mi alma, iluminaba.
Inteligencia, cordura,
voluntad y buenas notas,

por donde se te mirase,
sobresalía tu mesura.
En tus ojos refulgía,
la luz, la gracia, el ingenio;

y la claridad de tu alma,
yo, en sus destellos, veía.
las virtudes de este mundo,
todas, se reúnen a la vez,

no hay duda sobre su nombre,
tampoco, en sus apellidos,
no puede ser sino una:
por nombre, el de Concepción,

tras él, González y Gómez.
Afición a los caballos,
no hacías ascos a una Feria,
cariño hacia los jazmines,

pero, por siempre, muy seria.
Cariño hacia los jazmines,
solo en aquella ocasión,
que luego se te perdieron,

para mi gran decepción.
Imposible era bailar,
contigo, suelto o agarrado,
por mas que yo lo intenté,

no me ayudaron los hados.
Y es que si decías, "no",
para que seguir luchando,
tu fuerza de voluntad,

era el averno, negando.
Formal, sensible, arrogante,
honrada y con simpatía,
nos quitabas de delante,

pero ¡ con que tiranía !
Elegías una playa,
para mas dificultades,
el Sarchal, creo, se llamaba,

allá, en mi lejanía.
A cualquiera daba gozo
ver tirarte de cabeza,
con gracilidad, airosa,

conjunto de gran belleza.
Partía pronto, salía alado,
subía la cuesta cansado,
y llegaba echando el bofe,

pero siempre ilusionado.
Un día desapareciste,
de todas partes, a la vez,
a mi ánimo, preocupaste

y, en soledad, me dejaste.
Pronto supe lo que era,
aquella premonición,
que no tenía importancia:

es que tuviste, paperas.
Aquel verano, un buen día,
cambiaste ¡ oh ! tu de playa,
te viniste al Tarajal

y aquello fue una gozada.
Años después, misma playa
y, entre la reinante niebla,
un contorno, tu figura,

de lejos, yo adivinaba.
Tímido, "cortón", absurdo,
dignidad equivocada,
reflejo de inexperiencias,

de inseguridad atrasada.
Maldita la "Edad Prohibida",
aunque sea cosa pasada.
Para mi fue, decisiva,

y... novela regalada.
Pero volvamos a entonces,
a cuando aun aspiraba,
a encontrar, con quince años,

y, para siempre, a mi hada.
Viento de levante, fuerte,
grandes olas, revolcones
tal cómo yo te decía.

Por la noche, farolillos,
carricoches, alegría,
y el buen señor de la moto
Y jugándose la vida

cómo lo hubiese hecho yo,
que me impulsaba el amor.
Volviendo de ver saltar
los caballos en concurso,

nos encontramos un día
un cortejo en su curso.
Era La Virgen de Africa,
La que iba en procesión,

no se si también sentiste,
como yo, mucha emoción.
Y aunque con mucho fervor,
le rogué que intercediera,

sin duda tuvo razones
para no escuchar siquiera.
Desde entonces, para siempre,
cada vez que veo andar

un paso y también un trono,
no puedo disimular:
Lo asocio en todo contigo
y mis amigos de Málaga,

extrañan tanta afición,
que perdura y va conmigo.
Para que decirte ahora,
lo mucho que me delata,

escuchar, aun desde lejos,
las notas de una trompeta.
Eres, pues, persona única,
que conoce la verdad,

de mi afición "heredada",
posteriormente llegada.
Pasó la feria; un retraso,
a la hora del paseo

y yo subí hasta el "Apolo",
para ser todo un payaso.
"No puedo salir contigo,
en mi casa, no me dejan..."

Nunca comprendí el por qué,
para pagarlo conmigo.
Porque "tu casa" no era
origen de prohibición.

Ya me dirás algún día,
la verdadera razón.
¿ Era un fútil pretexto ?
¿ Acaso, una coartada ?

¿ O era una prohibición,
distinta e ignorada ?
Siempre he querido ver
en aquella circunstancia,

una triste "mano negra",
rompiendo la democracia.
Democracia juvenil,
que consiste, sin reparos,

en elegir la pareja,
libremente, y sin sufrir.
Mi reacción, caballerosa,
no se hizo esperar:

y contigo fui, sufriendo,
hasta a tu amiga, encontrar.
Moría la tarde aquel día
y con el sol yo me fui,

perdidas las esperanzas.
Mayores, nunca sentí.
La premonición de entonces
muy pronto se sustanció:

raudo desapareciste
y mucho me entristeció.
Y entre las olas azules
festoneadas de blanco,

pude ver como te ibas
a Alcalá de los Gazules.
Si venías a Madrid,
Cantarino me fallaba
y, como no podía verte,

yo siempre me disgustaba.
Sus razones ignoraba
para tanta precaución.
Alguna vez yo pensé
que le entré en su corazón.
Nunca me propuse hacerlo,
fue una gran casualidad
convertida, por ensalmo,

en enorme necedad.
Si alguna vez frecuentaba
yo, a alguna Moliní,
seguro que aparecías,

en seguida y por allí.
Yo reaccionaba nervioso,
siempre con el corazón,
porque tu presencia era,

motivo de desazón.
Tu te mostrabas simpática,
yo parecía antipático,
porque en nuestra relación

abundaba la "política".
Y es que las antipatías
como las cosas de amor,
en jamás de los jamases,

hallaran explicación.
Unas tristes Navidades,
para tí y para mí,
traté de verte, en vano,

pues nunca lo conseguí.
Y, cuando pude hacerlo
que, se reanudaba el curso,
al "Insti" fui a buscarte,

pero se presentó Ortuño.
Tenía apellido torero,
tal que el de "Jumillano",
y sabia como tomar,

la muleta con la mano.
¿ Habías quedado conmigo ?
¿ O lo hiciste con los dos ?
Si grande fue la sorpresa,

mayor fue la decepción.
El auto castigo impuesto,
fue volverme caminando,
bajo la tremenda lluvia.

Agua, hasta el alma llegando.
Pagué tu coquetería,
o pagué mi indecisión,
pero lo pagué con creces,

con muchísimo dolor.
De entre tus cartas, recuerdo
una, tal que abrumadora
y otra que, con mucha guasa,

era mas bien, retadora.
En la segunda decías,
como la única frase:
"realmente tu despedida,

ha sido conmovedora".
En la primera observaba,
su perfecta redacción,
me dejaste sorprendido

y lleno de admiración.
Aun recibí otra mas
y la conteste diciendo
que, "todo lo que se quiere,

depende de los demás".
Y es que había tomado el barco
muy lejos de la ilusión,
hecho polvo, destrozado,

por ti, roto el corazón.
Por fin terminaste el Preu,
Universidad en Madrid
y una mañana de otoño,

por allí, yo aparecí.
De entrada, tu simpatía,
genial, el recibimiento,
pero en seguida "un aviso",

que a mi me sonó tremendo:
"Yo a los hombres les exijo,
mas de lo que tu te crees".
Una tarde, por Gran Vía,

caminábamos despacio,
te cogiste de mi mano,
¡ que feliz fui aquel día !

Fue un instante tan solo,
aislado, sutil, sublime,
inolvidable, grandioso,
tierno y maravilloso.

Mas tarde, en un despiste,
en la rejilla del Metro,
el tacón de tu zapato,
allí, lo introdujiste.

En seguida, me agaché,
a sacarlo, te ayudé,
y mi comentario, fue:
"para esto, yo quedé".

Lo decía muy en broma,
pues que mas querría yo,
que haber tenido el placer,
que serte útil, de nuevo.

En el día de tu santo,
me invitaste a merendar
y me pareció oportuno,
regalarte un collar.

"El collar de la paloma",
árabe libro de amor,
pero a la mía, africana,
jamás, nunca, sujetó.

Ay! viejo collar de cuentas,
donde, ahora, tu estarás,
acaso con los jazmines,
país de nunca jamás.

Y, de nuevo, confundí,
a la griega "pi", con "erre",
al decir que, en Navidades,
te quedabas en Madrid.

Primero, me apunté el tanto,
luego vi la realidad
y mayor fue el desencanto,
al comprobar la verdad:

tanta pena tenías tu,
por no poder a Ceuta ir,
que a la Estación no viniste,
a Manoli, a despedir.

Ella repitió mil veces,
que yo debía ayudarte,
que tu lo necesitabas.
¡ Pero si no me dejabas !

Que si con nula frecuencia,
me abrías tu corazón,
¿ como maravillármela yo,
para ayudarte en su ausencia ?

Ignoras tu de que forma,
tremenda, hubiera deseado,
tenerte en la Estación,
aquélla tarde, a mi lado.

Y ver, juntos, irse el tren,
felices de no marcharnos
y, de la mano, volver,
contentos, ambos, de quedarnos.

Conociendo tu intuición,
quizás te lo figurabas y
esa, no pena o tristeza,
fuera la verdadera razón,

de tu señalada ausencia,
de inexplicable omisión,
de quedarte en tu casa,
aquella triste ocasión.

La noche de fin de año,
contigo quise pasarla
pero tu, mi invitación,
te negaste a aceptarla.

Como tampoco insinuaste,
que me llegase a tu casa,
solo y sin pareja fui:
de que forma me aburrí.

La fiesta me resultó
por todo desangelada,
me sentí triste y solo,
deseando terminara.

Luego seguimos saliendo,
reconozco, yo al "tun-tun",
que me llevabas "de cráneo",
siempre, en cualquier ocasión.

Partidos de baloncesto,
paseos al tímido sol,
y sin que me diese cuenta,
"Lo que el viento se llevó".

Antes, alguna visita
al "Rastro", allá por Cascorro,
recuerdos de un Madrid viejo,
emociones muy bonitas.

Y cuando no lo esperaba,
cual redoble de un tambor,
me sorprendiste una noche
con un enorme plantón.

Vuelta a casa, solitaria
en el alma, desazón,
humedad en el ambiente,
pero seco el corazón.

Dando un rodeo a el Retiro,
a mi casa yo llegué,
con la espalda encorvada
y arrastrando los pies.

Me resultaba increíble
todo lo que me pasó,
por eso pregunté: "madre,
aclara lo que ocurrió".

La contestación fue épica,
de las que dan que pensar,
de las que te dejan frío,
pues determinó una época:

"eres como el flit, mi niño,
las atontas, no las matas",
por lo que determiné comprarme,
un estoque y... la "mulata".

Gran huida hacia delante,
con la que quise buscar,
mi perdido equilibrio,
imposible de encontrar.

Luego, como en el vacío,
viví tu boda dos veces,
y te vi en tres ocasiones,
que son otros tres borrones,

borrones de indecisión,
también de inseguridad.
Con mi escasa madurez,
perdí mi felicidad.

La perdí, entonces; por cierto
que, siempre me ilusioné,
con encontrarte, de nuevo
y, para siempre, esta vez.

La primera, yo te vi,
en el Parque de El Retiro.
Ibas con algún muchacho
y eché la mirada, abajo.

La segunda, ya en Ceuta,
cerca del Puente La Almina,
guapísima y muy mujer,
te dejé ir, otra vez.

La tercera, entre la bruma,
de un día de levante,
en la playa el Tarajal,
pero ya lo dije antes:

me limité a mirarte,
a poner brazos en jarras,
tentando, a chorros, la suerte,
inmadurez, terminante.

La primera vez fue Chemy,
quien de tu boda me habló,
adelantándose en meses,
a lo que luego ocurrió.

Fue un tremendo mazazo,
gran disgusto, inesperado,
pero me hice a la idea,
aunque muy malhumorado.

Cuando, pasados los meses,
tu carta, al buzón, llegó,
yo pensé, ilusionado:
Conchi no se me ha casado .

Ni miré el sobre despacio,
ni me fijé en su textura,
no vi ni las iniciales,
pues tal era mi locura.

Caminé hacia el ascensor,
al son de un vals, encantado,
haciendo planes mentales,
viajando hacia ti, atrapado.

Para qué contar, después,
la enorme desilusión:
hasta tenía, entonces, novia
y todo se terminó.

Comprendí ya, para siempre,
que tuve ánimo canijo,
que jamás dejaría yo,
de tener el "piñón", fijo.

Y debía haber entendido,
que la jalea real,
sin duda solucionaba
todo, en forma total.

Bien claro tu lo decías,
bien alto lo pregonabas,
y era tan evidente,
que yo no me percataba.

Durante unos treinta años,
derrotado moralmente,
solamente supe hacer,
un tabique en el consciente,

para no tener presente
la muy amarga realidad,
de haber perdido para siempre,
toda mi felicidad.

Málaga, Semana Santa,
de hace dos años tan solo,
y en lujosa notaría,
tu, el tabique saltarías

Alguien recitó tu nombre,
Otros comentaron algo,
y yo sentí en mi cerebro,
que el muro se hacía polvo.

Supongo que para siempre,
definitiva, andarás,
ya por toda mi cabeza,
libremente y sin parar.

De cosas yo me enteré,
mas aun imaginé, y
puede que mis deseos,
con la realidad mezclé.

Supe que no terminaste
los estudios que anhelabas
porque también en el cielo,
la llave económica, estaba.

Y comprendí en seguida,
tu añeja actitud en Madrid,
todas tus preocupaciones,
y todas tus frustraciones.

Si me lo hubieses contado,
seguro hubiera escuchado,
y, aunque no lo resolviese,
yo te hubiese confortado.

El mundo perdió una gloria
de la química española,
y yo perdí la esperanza,
triste, en mi batayola.

En mis delirios nocturnos,
traté de imaginarme,
que te perdí por traición,
y una gran conspiración,

de algunos malos amigos,
ocultando la verdad
y también de una sotana,
fuera de la realidad.

Por amigos, engañada,
de un cura, la cacicada,
acaso lo consiguieron:
¿ te casaste, deprimida ?

Ojalá no sea verdad,
deseo equivocarme,
y que no sea de los dos,
tan enorme necedad.

Porque prefiero pensar,
que sí has sido muy feliz,
aunque por ello me quede,
para siempre, ya, sin tí.

Que la tu felicidad,
es el espejo de mi alma,
al que yo debo mirar,
si es que deseo centrarme,

si es que deseo encontrar,
mi equilibrio,
mi alegría,
toda mi felicidad.

Un pregón, tu me inspiraste,
por vía indirecta, te lo envié,
y, al decir de los Macías,
te me ibas a aparecer.

Era en el noventa y uno,
resultó una decepción,
pronto pude darme cuenta,
y mi ánimo se apagó.

Intuía yo este año, famoso
noventa y dos, porque en el aire
flotaba, el aroma del jazmín,
también, junto al de la jara,

que sí venías esta vez,
y, por fin, conseguiría,
ver contigo La Paloma,
con su collar de alegría.

"Otra vez" fueron "amigos",
los que, cual gato al ratón,
se encargaron, diligentes,
de quitarme la razón.

En esta ocasión perdida,
estuvimos, ya, tan cerca,
que resulta indignante,
recibir tamaña afrenta.

Y aunque el corazón me pide,
formar una buena gresca,
el cordón umbilical,
es imposible lo tire.

Por eso, amor por soberbia,
volví a escribir al traidor,
dando datos de Alhaurín,
"asombrao" de mi paciencia.

Solo con mi fantasía,
soy capaz de imaginar,
que los dos, juntos, escuchamos,
(para qué pararse en barras

puestos ya a fantasear),
la marcha procesional,
con música por verdiales,
que es, "Cristo de la Sentencia".

Y si no ocurre, por fin,
aquí seguiré, esperando,
a que, si alguna vez quieres,
y, al alimón toreando,

estemos en condiciones,
porque seas algo atrevida,
de cortarle las orejas,
al negro toro de la vida.

Solo entonces, nos, oiremos,
en medio del tronar grande
de los aplausos perdidos,
los goznes enmohecidos,

que giran hasta partirse:
son todas las puertas grandes,
que para nosotros dos,
chirriarán fuerte, al abrirse.

Y lo harán de par en par,
que solo están aguardando,
un pequeño empujoncito,
de La Esperanza, ayudando.

Que si La Paloma vuela,
recuperará el collar
y un gran palio ochavado,
yo te voy a colocar.

Y si el jilguero se exalta,
entonando Salves frescas,
el tiempo hará el milagro,
y serán, ya, platerescas.

Enormes bajo relieves
del amor y del querer
que consiguió con su fuerza
La Virgen del Gran Poder.

Y todos los callejones
serán por siempre de ensueño,
si yo voy, ya, de tu mano,
por ellos, enloqueciendo,

tan feliz, ensimismado,
satisfecho y realizado,
que en Patio de los Naranjos,

solos, se irán convirtiendo.

Y si las lilas del tiempo,
crecieron entre las rosas,
se detendrán sus espinas,
convirtiéndose en jazmines

de alegría comprimida,
por el paso de los años,
por la claridad de tu alma,
y el ejemplo que es tu vida.

Y al oscuro atardecer,
de vacío y de tinieblas,
seguirá un amanecer,
de resplandor y de luz,

en el que quiero vivir,
envuelto en ellos, cual halo
de Soledad malagueña,
para, entre Las dos, morir.

Invierno /primavera, 1.992

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