Notas para una Guía dedicada a los foráneos.
La Semana Santa malagueña, manifestación de culto externo, como todas y por encima de cualquier otra cosa, la Redención a la vuelta de cualquier esquina, encierra también, en si misma, poesía. De olores, de sonidos, de sabores, de colores, de ritmo y movimiento: de espectacularidad. Y sin esa perspectiva estética, se puede perder gran parte de su visión de conjunto. Es por ello, que debe contemplarse con los sentidos bien despiertos, atentos a todos y cada uno de sus detalles, sin inútiles distracciones, con pasión, en suma. Unicamente así, se podrá disfrutar de ella y de sus sensaciones, en plenitud. Cualquier otra postura resulta frívola por antiestética y, naturalmente, por antilitúrgica.
Comprenderla, es tener presente y entender el espíritu de Trento, con el que nació y no olvidar a aquella originaria Andalucía oriental, recién conquistada, que pronto se convertiría en un trocito de Castilla, sonriente y “exagerao”. ¿Que les pasa a los iconoclastas por sus cabezas? ¿ Que no quieren culto a las imágenes? Pues en esta Castilla, crisol de España, ejemplo de lo mariano en Europa, a Nuestra Madre la vamos a tener en imagen y vamos a Sacarla a la calle y la vamos a sacar guapa, elegante y enjoyada: Como Ella se merece. Fue la respuesta de entonces, tradición andaluza ya, de aquellos castellanos recién afincados en la tierra de María Santísima, a los que el ajo blanco de la tierra, los almendros en flor por la Navidad y el sol mediterráneo, calentó las ideas, iluminados por Ella, en tanto se admiraban contemplando el azul del cielo malagueño, el azul - Málaga, y el otro, el de la bahía, por la que era menester ir apartando a los chanquetes, para navegar incluso sobre barquillas que, sin duda, soñaban con singladuras de mayor porte a lo ancho del Mare Nostrum.
Y a los iconoclastas de hoy, a los que se escandalizan de la riqueza artesanal de las Hermandades, además de recordarles el molino y su piedra, les aseguro que un serio y concienzudo estudio económico — alguno se ha hecho ya — demostraría que el valor en venta de todos los enseres procesionales, proporcionaría, invertido convenientemente, menos horas de trabajo que las que las Cofradías inducen a lo largo de cada año, a imagineros, tallistas, orfebres, bordadores, músicos, carpinteros, electricistas, etc. Por tanto, es innegable la función social de las Hermandades en este campo. Señalemos, también, que sin ella, probablemente se perderían tradiciones artesanales y artísticas, al no tener salida su producción y, así mismo, la otra faceta de labor social, la interna, ejemplo de la cual — habría otros muchos en otras Hermandades — puede ser el mantenimiento durante años, cuando la enseñanza no era obligatoria, de un colegio para niños quienes, sin él, acaso jamás hubieran gozado de una instrucción como la que tuvieron.
Aunque suelo aconsejar a todo el mundo, que llegue a Málaga el Viernes de Dolores — y se quede hasta el Domingo de Resurrección — para poder contemplar el Traslado de los Sagrados Titulares de la Cofradía de la Expiración, este año no se que decir, ya que la Semana Santa “comienza antes”, que este año, al Santísimo Cristo de la Buena Muerte, al Cristo que fuera de Mena y, desde hace cincuenta años ya es de Palma, se le va a poder ver cuatro veces en la calle: dos, en la Semana de Pasión
(Es evidente que sobran Cofradías el Viernes Santo y ninguna sale el Sábado, lo que a algunos nos resulta incomprensible. Y no solo porque en otras capitales andaluzas la decisión de la autoridad religiosa sea diferente, sino porque dentro de la misma Diócesis, en Alhaurín el Grande, podemos ver nazarenos en la calle en Mayo e incluso después, habiendo sido imposible, hasta ahora, conseguir pareja autorización para el Sábado Santo en la capital).
No permanezcan fijos y quietos en ese Itinerario Común, que es el llamado “Recorrido Oficial”; salgan también de ella, vean las procesiones, también, “entre calles”; cada cual en su sitio:
La Pollinica, bajo los álamos, en el sol y sombra del Domingo de Palmas, después de haberla visto salir situados en el Patio de los Naranjos, reflejado el trono de María Santísima del Amparo en los cristales del edificio de la esquina. A “La Conchi”, — mientras suena una canción guerrera que, es también, Himno sacrosanto — saliendo de su Tinglado, sí, con mayúsculas, que cuando todos desaparezcan debería quedar el “del Huerto”, que ya forma paisaje eterno en la arquitectura urbana semanasantera de la entrañable plaza de los Santos Mártires. Imploren su Gran Perdón en Capuchinos, donde a Jesús le Prenden sus hermanos para llevarlo, en volandas, por Humilde — también victoriano — entre besos de amor que no de Judas y Saluden a un Nazareno de aquel barrio, pidiendo a la Reina de los Cielos, su Patrocinio. A María Santísima de la Paz, acérquense a verla a su capilla de la estación, el Sábado de Pasión, recién terminada la Cena, con tiempo para llegar, con Gracia y con Esperanza, al Traslado de Estudiantes por si al día siguiente no les da lugar a hacerlo. Y a María Santísima de la Salud véanla salir, de rodillas, de su sede, que así pide Ella a sus portadores el primer “tirón” — que aquí no hay costal, ni trabajadera, ni pasos a los que dar una “chicotá” — para no rozar su palio con el dintel de San Pablo. Y así lo hacen, sin roces, para poder entrar, de la misma manera en Su Reino, el de los Cielos. Quizás escuchen “Campanilleros”; no hagan caso, esa marcha ni es malagueña, ni se acompasa con el corto y marinero paso de Málaga. Ya dejarán de tocarla, si es que así lo quieren. Casi sin acostarse, casi sin haber dormido, ¿para que?, vayan a la Trinidad, cuando la fresca brisa del alba del Lunes vivifica la cara. Y no vayan solos: con quién mas quieran y de la mano; serán, para siempre, su Cautivo. Y, antes de que calle Larios sea un mar de capas y túnicas blancas, véanle bajar Su calle Carril mientras el aire se espesa, blanqueando igualmente, y relucen, más y más, las mil estrellas del Mediterráneo que, en ese momento, también se hacen Trinitarias. Antes, con Pasión, se habrán acercado a la Catedral, hecho Estación de Penitencia con María Santísima del Amor Doloroso en ella, contemplado el plateresco Pórtico de la Gloria malagueño en la Parroquia del Sagrario y escuchado a los estudiantes el entonar del “Gaudeamus” allí mismo, en la Plaza de Obispo. Al “Señó Manué” y a La Virgen de la O, donde les “pille” es buen sitio, pues en todos podrán sentir la manera de entender su Fe por otros cristianos mas morenos. Que entre las dos últimas Hermandades debe estar la Semana Mayor malagueña, ni más seriedad, que sería tristeza, ni más “bulla”, que podría ser irreverencia. Por eso, no aplaudan al paso del trono de respeto, silencio y oscuridad, de Nuestra Señora de los Dolores del Puente cuando la acompañen, un ratito, por el camino que, desde el Llano de Doña Trinidad, lleva a su sede canónica de Santo Domingo. No lo hagan que a Sus hermanos no les gusta. Y no me pregunten por que pues lo ignoro, tanto, como no lo comprendo.
El Martes, es día en el que un barrio, el de la Victoria, se hace trono alrededor de la Plaza de la Merced, la más cofradiera. Por la mañana, pueden ver el Traslado de los Sagrados Titulares de la Cofradía de la Sentencia, desde la iglesia de Santiago hasta sus tronos, simultaneándolo acaso, con un concierto de marchas procesionales. Y por la tarde, allí mismo, bajo la casa donde vivió Picasso, pueden ver el paso de sus tres Hermandades. Y entre tres flores de Gracia y sus sones de malagueña, rezar un Rosario, llenas la cara y el alma de Rocío, en tanto en la tarde, el azul celeste se torna rojo púrpura y nos sentimos Rescatados por la mas Justa de las Sentencias, cerquita de una preciosa capilla, la de calle Agua. Antes, en el centro, se habrán acercado a San Julián para ver como sale, rodeada por el aroma de los claveles de su manto y el calor de los malagueños, María Santísima de las Penas y Su Hijo Agonizante. Si miran al firmamento y siguen a La Estrella, ánforas rosa y luz, les llevará hasta Santo Domingo, donde se encierra junto a Jesús Humillado, caoba y plata con cabos blancos, recién comenzada la madrugada. Y después, vuelvan al barrio de La Victoria por la Cruz Verde, para seguir junto a María Santísima del Rocío, hasta San Lázaro, bien entrados, ya, en la noche.
Gracias a una puerta nueva, los hermanos de las Cofradías Fusionadas de San Juan, pueden salir “de dentro” cada Miércoles. Un poco después y desde que se construyó, entre calle Marques y calle Moreno Carbonero, geranios macizando balcones, revive el pintor malagueño que presta su nombre, un momento cada año, al paso de Nuestra Señora del Mayor Dolor, que sigue a su Hijo, Azotado, Exaltado y Ciego por Agonizante, en una Trinidad de tronos, camino de la Alameda. Vayan a ver a María Santísima del Amor, lucero encendido y aroma divino, entre los jardines de Puerta Oscura y dediquen un recuerdo a Ahmed el Zegrí, que murió por no perderlos donde, a su paso, los ángeles La coronan de rosas y jazmines mientras Ella sigue a Su Hijo, Nazareno Rico y Liberador. Feminizado el sustantivo, cualquier lugar parece Puente sobre el río Cedrón si es María Santísima, Paloma madrileña trasplantada en morena de ojos verdes para ser la mas guapa de las malagueñas, quien pasa sobre su enorme trono entre sones de Artola y de la tierra, llenando la calle y haciéndola estallar con su inmensa belleza y rodeada por las alas blancas del Espíritu Santo hasta su encierro, que les insto a conocer. Acaso por la Alameda, sea buen sitio para ver al Cristo de la Sangre, el que un día, al decir de las buenas gentes que así lo vieron, hiciese de Socorrista por las playas de San Andrés. Al morado de su castellano Pendón, sigue el del manto de María Santísima de Consolación al que el brillo de las estrellas, torna en lila. Y acérquense a Cristo Expirando según Benlliure, si desean ver la caoba de su trono renacentista que, desde lejos, la plata sobredorada lo impedirá y para contemplar, detalladamente, el catedralicio trono de María Santísima de los Dolores Coronada y admirar los enseres de la Hermandad, joyas de orfebrería y bordado, lo que igualmente puede hacerse en su Casa Museo.
En la mañana del Jueves les animo a contemplar, en Santo Domingo, cómo los Guiones y Banderines que portan aquellos hombres heridos con zarpa de fiera, — La Legión es tal que un matrimonio por amor de verdad y emocionante, nada importa su vida anterior — son rendidos ante su Protector Cristo de la Buena Muerte, también en recuerdo a sus Caídos. Ya en la noche, los cristales de las ventanas de Málaga parece que van a romper por las vibraciones de las largas trompetas de Africa, delante ya, de La Virgen antequerana con cara de niña, halo por corona y palio ochavado, que desfila al son de una Salve con aroma de boquerones victorianos y conchas finas, cuyo frescor transforma la noche en bajorrelieves de Amor. Antes, se habrán acercado hasta el Convento de las Catalinas para ver la salida de Los Viñeros y de, los que no siéndolo, también meten el hombro cuando hace falta. Y después, por los callejones del Perchel, ensueños de luna llena, balcones “chorreaos” en gitanilla, contemplar el comienzo de su Estación de Penitencia, del “Chiquito” y de Nuestra Señora, La que no solamente Intercede, La que Todo lo Puede, La que remata las barras de Su palio con preciosas flores de lis. Cuando El Nazareno ponga a la ciudad de rodillas, en tanto la bendice, procuren estar cerca de las Cuatro Calles y, mientras María Santísima se acerca para Coronar las Esperanzas de todos, — Ella contempla la Bendición de Su Hijo desde la Alameda, porque así de largo es el cortejo — pensarán que es imposible que su enorme trono barroco entre por calle Granada sin romper los luminosos que sobran, como Cristo Expirando rompía tulipas por calle Pavía. Luego vayan al cauce del otro río de Málaga, el que nace en la cascada de La Aurora, describe, para empezar una “Z”, de Zamarrilla, naturalmente y que desemboca para siempre en la Trinidad, a formar parte del mar de gentes que acompañan a María Santísima de la Amargura hasta Su vieja Ermita, la de la airosa espadaña, para ser antorcha roja, como la rosa de Su pecho y alumbrarle durante el encierro, junto a Su Hijo, Nuestro Señor de los Milagros, cuyo trono es uno de los mejor llevados en la Semana Mayor. Soporten estoicamente los empujones, ahogados por la multitud que les rodea y por el humo de las bengalas de luz roja que se queman, y podrán contemplar a las cabezas de varal de ambos tronos, que se acercan hasta una distancia de centímetros y como, durante la interminable mecida, la música, la Marcha Real, tocada por dos bandas que se turnan y, en ocasiones, se interrumpen, los aplausos de la multitud, los gritos de mayordomos y capataces tratando, inútilmente, de echar abajo los tronos con apresurados toques en sus campanas, el incesante repicar de campanillas agitadas nerviosamente por nazarenos emocionados, el tintineo de tulipas y arbotantes y mil sonidos mas, confundiéndose, constituirán una sinfonía en sus corazones. Una sinfonía única, — que hasta las estrellas se asoman a su infinito balcón, como los buenos banderilleros, para poder escucharla — de luna morena y noches claras, al compás de La Victoria.
Cerca de las flores del Parque, al pie de Gibralfaro, acompañen la salida de la Hermandad del Descendimiento, entre Corachas de luces y sombras. Y no tengan demasiada pena, aunque alguna sientan, al comprobar que calle Lagunillas — otrora tan cofradiera — haya dejado de ser también cada Viernes, simultáneamente, la de La Caridad y la de El Amor, el Crucificado pequeño, que nos contempla con el Amor de Cristo, para redimirnos con Su muerte, un ratillo después de que le toque salir. Pero pueden verlos, igual que a La Sagrada Mortaja, cuando bajen de la Victoria. De la iglesia de San Juan, sale, en un sencillo trono, el Cristo de la Redención, de la Trinidad La Soledad de San Pablo, — sugiero se dirijan hasta allí para verla en su barrio, entre sus gentes — y desde la de los Santos Mártires, trasladan los hermanos del Sepulcro, a Cristo Yacente y al Nuestra Señora de la Soledad, hasta sus magníficos tronos, el de Cristo grandioso catafalco diseñado por el pintor Moreno Carbonero, momentos antes de hacer su Estación de Penitencia, entre sus pinturas y las de Revello del Toro. Véanlos también por calle Larios, acompañados de fusiles a la funerala, junto a Nuestra Señora de La Piedad y a la Dolorosa de Ortíz, pequeña, a cuyo paso, portada por siervos malagueños de gala, se apagan las luces, como se oscureció el sol aquel día, al son de tambores destemplados redoblados por nazarenos con capirote de luto.
Finalmente el Domingo, la Agrupación de Cofradías saca a la calle a Cristo Resucitado con nazarenos de todas las Hermandades, conmemorando el Misterio y siendo la primera que lo hizo en Andalucía.
Vengan, pues, con el espíritu abierto y despiertos los sentidos, que encontraran a Málaga, “cantaora”, entonando a los cuatro vientos por martinete y por soleá, dispuesta a recibir con el corazón a todos, como solo ella sabe hacerlo, en la seguridad de que se volverán con Málaga, la hospitalaria, claro, dentro del corazón. Y hasta el aire les parecerá distinto. Y es que así es, que el azahar, aroma cofrade, encaje de Chantilly por verdiales, lo hace posible. Antes, la primavera habrá puesto su contrapunto multicolor, estallando admirada en la Axarquía, al conjuro de un toque de campana habrá dejado de oírse un fandango en Comares y será entonces cuando las calles se llenen de las grandiosas jábegas barrocas o renacentistas, que los malagueños inventaron para sacar a la calle a Dios y a Su Madre, que aquí no hay “Expo”, hay “Esto”, Málaga...
¿Para que más?
La Semana Santa malagueña, manifestación de culto externo, como todas y por encima de cualquier otra cosa, la Redención a la vuelta de cualquier esquina, encierra también, en si misma, poesía. De olores, de sonidos, de sabores, de colores, de ritmo y movimiento: de espectacularidad. Y sin esa perspectiva estética, se puede perder gran parte de su visión de conjunto. Es por ello, que debe contemplarse con los sentidos bien despiertos, atentos a todos y cada uno de sus detalles, sin inútiles distracciones, con pasión, en suma. Unicamente así, se podrá disfrutar de ella y de sus sensaciones, en plenitud. Cualquier otra postura resulta frívola por antiestética y, naturalmente, por antilitúrgica.
Comprenderla, es tener presente y entender el espíritu de Trento, con el que nació y no olvidar a aquella originaria Andalucía oriental, recién conquistada, que pronto se convertiría en un trocito de Castilla, sonriente y “exagerao”. ¿Que les pasa a los iconoclastas por sus cabezas? ¿ Que no quieren culto a las imágenes? Pues en esta Castilla, crisol de España, ejemplo de lo mariano en Europa, a Nuestra Madre la vamos a tener en imagen y vamos a Sacarla a la calle y la vamos a sacar guapa, elegante y enjoyada: Como Ella se merece. Fue la respuesta de entonces, tradición andaluza ya, de aquellos castellanos recién afincados en la tierra de María Santísima, a los que el ajo blanco de la tierra, los almendros en flor por la Navidad y el sol mediterráneo, calentó las ideas, iluminados por Ella, en tanto se admiraban contemplando el azul del cielo malagueño, el azul - Málaga, y el otro, el de la bahía, por la que era menester ir apartando a los chanquetes, para navegar incluso sobre barquillas que, sin duda, soñaban con singladuras de mayor porte a lo ancho del Mare Nostrum.
Y a los iconoclastas de hoy, a los que se escandalizan de la riqueza artesanal de las Hermandades, además de recordarles el molino y su piedra, les aseguro que un serio y concienzudo estudio económico — alguno se ha hecho ya — demostraría que el valor en venta de todos los enseres procesionales, proporcionaría, invertido convenientemente, menos horas de trabajo que las que las Cofradías inducen a lo largo de cada año, a imagineros, tallistas, orfebres, bordadores, músicos, carpinteros, electricistas, etc. Por tanto, es innegable la función social de las Hermandades en este campo. Señalemos, también, que sin ella, probablemente se perderían tradiciones artesanales y artísticas, al no tener salida su producción y, así mismo, la otra faceta de labor social, la interna, ejemplo de la cual — habría otros muchos en otras Hermandades — puede ser el mantenimiento durante años, cuando la enseñanza no era obligatoria, de un colegio para niños quienes, sin él, acaso jamás hubieran gozado de una instrucción como la que tuvieron.
Aunque suelo aconsejar a todo el mundo, que llegue a Málaga el Viernes de Dolores — y se quede hasta el Domingo de Resurrección — para poder contemplar el Traslado de los Sagrados Titulares de la Cofradía de la Expiración, este año no se que decir, ya que la Semana Santa “comienza antes”, que este año, al Santísimo Cristo de la Buena Muerte, al Cristo que fuera de Mena y, desde hace cincuenta años ya es de Palma, se le va a poder ver cuatro veces en la calle: dos, en la Semana de Pasión
(Es evidente que sobran Cofradías el Viernes Santo y ninguna sale el Sábado, lo que a algunos nos resulta incomprensible. Y no solo porque en otras capitales andaluzas la decisión de la autoridad religiosa sea diferente, sino porque dentro de la misma Diócesis, en Alhaurín el Grande, podemos ver nazarenos en la calle en Mayo e incluso después, habiendo sido imposible, hasta ahora, conseguir pareja autorización para el Sábado Santo en la capital).
No permanezcan fijos y quietos en ese Itinerario Común, que es el llamado “Recorrido Oficial”; salgan también de ella, vean las procesiones, también, “entre calles”; cada cual en su sitio:
La Pollinica, bajo los álamos, en el sol y sombra del Domingo de Palmas, después de haberla visto salir situados en el Patio de los Naranjos, reflejado el trono de María Santísima del Amparo en los cristales del edificio de la esquina. A “La Conchi”, — mientras suena una canción guerrera que, es también, Himno sacrosanto — saliendo de su Tinglado, sí, con mayúsculas, que cuando todos desaparezcan debería quedar el “del Huerto”, que ya forma paisaje eterno en la arquitectura urbana semanasantera de la entrañable plaza de los Santos Mártires. Imploren su Gran Perdón en Capuchinos, donde a Jesús le Prenden sus hermanos para llevarlo, en volandas, por Humilde — también victoriano — entre besos de amor que no de Judas y Saluden a un Nazareno de aquel barrio, pidiendo a la Reina de los Cielos, su Patrocinio. A María Santísima de la Paz, acérquense a verla a su capilla de la estación, el Sábado de Pasión, recién terminada la Cena, con tiempo para llegar, con Gracia y con Esperanza, al Traslado de Estudiantes por si al día siguiente no les da lugar a hacerlo. Y a María Santísima de la Salud véanla salir, de rodillas, de su sede, que así pide Ella a sus portadores el primer “tirón” — que aquí no hay costal, ni trabajadera, ni pasos a los que dar una “chicotá” — para no rozar su palio con el dintel de San Pablo. Y así lo hacen, sin roces, para poder entrar, de la misma manera en Su Reino, el de los Cielos. Quizás escuchen “Campanilleros”; no hagan caso, esa marcha ni es malagueña, ni se acompasa con el corto y marinero paso de Málaga. Ya dejarán de tocarla, si es que así lo quieren. Casi sin acostarse, casi sin haber dormido, ¿para que?, vayan a la Trinidad, cuando la fresca brisa del alba del Lunes vivifica la cara. Y no vayan solos: con quién mas quieran y de la mano; serán, para siempre, su Cautivo. Y, antes de que calle Larios sea un mar de capas y túnicas blancas, véanle bajar Su calle Carril mientras el aire se espesa, blanqueando igualmente, y relucen, más y más, las mil estrellas del Mediterráneo que, en ese momento, también se hacen Trinitarias. Antes, con Pasión, se habrán acercado a la Catedral, hecho Estación de Penitencia con María Santísima del Amor Doloroso en ella, contemplado el plateresco Pórtico de la Gloria malagueño en la Parroquia del Sagrario y escuchado a los estudiantes el entonar del “Gaudeamus” allí mismo, en la Plaza de Obispo. Al “Señó Manué” y a La Virgen de la O, donde les “pille” es buen sitio, pues en todos podrán sentir la manera de entender su Fe por otros cristianos mas morenos. Que entre las dos últimas Hermandades debe estar la Semana Mayor malagueña, ni más seriedad, que sería tristeza, ni más “bulla”, que podría ser irreverencia. Por eso, no aplaudan al paso del trono de respeto, silencio y oscuridad, de Nuestra Señora de los Dolores del Puente cuando la acompañen, un ratito, por el camino que, desde el Llano de Doña Trinidad, lleva a su sede canónica de Santo Domingo. No lo hagan que a Sus hermanos no les gusta. Y no me pregunten por que pues lo ignoro, tanto, como no lo comprendo.
El Martes, es día en el que un barrio, el de la Victoria, se hace trono alrededor de la Plaza de la Merced, la más cofradiera. Por la mañana, pueden ver el Traslado de los Sagrados Titulares de la Cofradía de la Sentencia, desde la iglesia de Santiago hasta sus tronos, simultaneándolo acaso, con un concierto de marchas procesionales. Y por la tarde, allí mismo, bajo la casa donde vivió Picasso, pueden ver el paso de sus tres Hermandades. Y entre tres flores de Gracia y sus sones de malagueña, rezar un Rosario, llenas la cara y el alma de Rocío, en tanto en la tarde, el azul celeste se torna rojo púrpura y nos sentimos Rescatados por la mas Justa de las Sentencias, cerquita de una preciosa capilla, la de calle Agua. Antes, en el centro, se habrán acercado a San Julián para ver como sale, rodeada por el aroma de los claveles de su manto y el calor de los malagueños, María Santísima de las Penas y Su Hijo Agonizante. Si miran al firmamento y siguen a La Estrella, ánforas rosa y luz, les llevará hasta Santo Domingo, donde se encierra junto a Jesús Humillado, caoba y plata con cabos blancos, recién comenzada la madrugada. Y después, vuelvan al barrio de La Victoria por la Cruz Verde, para seguir junto a María Santísima del Rocío, hasta San Lázaro, bien entrados, ya, en la noche.
Gracias a una puerta nueva, los hermanos de las Cofradías Fusionadas de San Juan, pueden salir “de dentro” cada Miércoles. Un poco después y desde que se construyó, entre calle Marques y calle Moreno Carbonero, geranios macizando balcones, revive el pintor malagueño que presta su nombre, un momento cada año, al paso de Nuestra Señora del Mayor Dolor, que sigue a su Hijo, Azotado, Exaltado y Ciego por Agonizante, en una Trinidad de tronos, camino de la Alameda. Vayan a ver a María Santísima del Amor, lucero encendido y aroma divino, entre los jardines de Puerta Oscura y dediquen un recuerdo a Ahmed el Zegrí, que murió por no perderlos donde, a su paso, los ángeles La coronan de rosas y jazmines mientras Ella sigue a Su Hijo, Nazareno Rico y Liberador. Feminizado el sustantivo, cualquier lugar parece Puente sobre el río Cedrón si es María Santísima, Paloma madrileña trasplantada en morena de ojos verdes para ser la mas guapa de las malagueñas, quien pasa sobre su enorme trono entre sones de Artola y de la tierra, llenando la calle y haciéndola estallar con su inmensa belleza y rodeada por las alas blancas del Espíritu Santo hasta su encierro, que les insto a conocer. Acaso por la Alameda, sea buen sitio para ver al Cristo de la Sangre, el que un día, al decir de las buenas gentes que así lo vieron, hiciese de Socorrista por las playas de San Andrés. Al morado de su castellano Pendón, sigue el del manto de María Santísima de Consolación al que el brillo de las estrellas, torna en lila. Y acérquense a Cristo Expirando según Benlliure, si desean ver la caoba de su trono renacentista que, desde lejos, la plata sobredorada lo impedirá y para contemplar, detalladamente, el catedralicio trono de María Santísima de los Dolores Coronada y admirar los enseres de la Hermandad, joyas de orfebrería y bordado, lo que igualmente puede hacerse en su Casa Museo.
En la mañana del Jueves les animo a contemplar, en Santo Domingo, cómo los Guiones y Banderines que portan aquellos hombres heridos con zarpa de fiera, — La Legión es tal que un matrimonio por amor de verdad y emocionante, nada importa su vida anterior — son rendidos ante su Protector Cristo de la Buena Muerte, también en recuerdo a sus Caídos. Ya en la noche, los cristales de las ventanas de Málaga parece que van a romper por las vibraciones de las largas trompetas de Africa, delante ya, de La Virgen antequerana con cara de niña, halo por corona y palio ochavado, que desfila al son de una Salve con aroma de boquerones victorianos y conchas finas, cuyo frescor transforma la noche en bajorrelieves de Amor. Antes, se habrán acercado hasta el Convento de las Catalinas para ver la salida de Los Viñeros y de, los que no siéndolo, también meten el hombro cuando hace falta. Y después, por los callejones del Perchel, ensueños de luna llena, balcones “chorreaos” en gitanilla, contemplar el comienzo de su Estación de Penitencia, del “Chiquito” y de Nuestra Señora, La que no solamente Intercede, La que Todo lo Puede, La que remata las barras de Su palio con preciosas flores de lis. Cuando El Nazareno ponga a la ciudad de rodillas, en tanto la bendice, procuren estar cerca de las Cuatro Calles y, mientras María Santísima se acerca para Coronar las Esperanzas de todos, — Ella contempla la Bendición de Su Hijo desde la Alameda, porque así de largo es el cortejo — pensarán que es imposible que su enorme trono barroco entre por calle Granada sin romper los luminosos que sobran, como Cristo Expirando rompía tulipas por calle Pavía. Luego vayan al cauce del otro río de Málaga, el que nace en la cascada de La Aurora, describe, para empezar una “Z”, de Zamarrilla, naturalmente y que desemboca para siempre en la Trinidad, a formar parte del mar de gentes que acompañan a María Santísima de la Amargura hasta Su vieja Ermita, la de la airosa espadaña, para ser antorcha roja, como la rosa de Su pecho y alumbrarle durante el encierro, junto a Su Hijo, Nuestro Señor de los Milagros, cuyo trono es uno de los mejor llevados en la Semana Mayor. Soporten estoicamente los empujones, ahogados por la multitud que les rodea y por el humo de las bengalas de luz roja que se queman, y podrán contemplar a las cabezas de varal de ambos tronos, que se acercan hasta una distancia de centímetros y como, durante la interminable mecida, la música, la Marcha Real, tocada por dos bandas que se turnan y, en ocasiones, se interrumpen, los aplausos de la multitud, los gritos de mayordomos y capataces tratando, inútilmente, de echar abajo los tronos con apresurados toques en sus campanas, el incesante repicar de campanillas agitadas nerviosamente por nazarenos emocionados, el tintineo de tulipas y arbotantes y mil sonidos mas, confundiéndose, constituirán una sinfonía en sus corazones. Una sinfonía única, — que hasta las estrellas se asoman a su infinito balcón, como los buenos banderilleros, para poder escucharla — de luna morena y noches claras, al compás de La Victoria.
Cerca de las flores del Parque, al pie de Gibralfaro, acompañen la salida de la Hermandad del Descendimiento, entre Corachas de luces y sombras. Y no tengan demasiada pena, aunque alguna sientan, al comprobar que calle Lagunillas — otrora tan cofradiera — haya dejado de ser también cada Viernes, simultáneamente, la de La Caridad y la de El Amor, el Crucificado pequeño, que nos contempla con el Amor de Cristo, para redimirnos con Su muerte, un ratillo después de que le toque salir. Pero pueden verlos, igual que a La Sagrada Mortaja, cuando bajen de la Victoria. De la iglesia de San Juan, sale, en un sencillo trono, el Cristo de la Redención, de la Trinidad La Soledad de San Pablo, — sugiero se dirijan hasta allí para verla en su barrio, entre sus gentes — y desde la de los Santos Mártires, trasladan los hermanos del Sepulcro, a Cristo Yacente y al Nuestra Señora de la Soledad, hasta sus magníficos tronos, el de Cristo grandioso catafalco diseñado por el pintor Moreno Carbonero, momentos antes de hacer su Estación de Penitencia, entre sus pinturas y las de Revello del Toro. Véanlos también por calle Larios, acompañados de fusiles a la funerala, junto a Nuestra Señora de La Piedad y a la Dolorosa de Ortíz, pequeña, a cuyo paso, portada por siervos malagueños de gala, se apagan las luces, como se oscureció el sol aquel día, al son de tambores destemplados redoblados por nazarenos con capirote de luto.
Finalmente el Domingo, la Agrupación de Cofradías saca a la calle a Cristo Resucitado con nazarenos de todas las Hermandades, conmemorando el Misterio y siendo la primera que lo hizo en Andalucía.
Vengan, pues, con el espíritu abierto y despiertos los sentidos, que encontraran a Málaga, “cantaora”, entonando a los cuatro vientos por martinete y por soleá, dispuesta a recibir con el corazón a todos, como solo ella sabe hacerlo, en la seguridad de que se volverán con Málaga, la hospitalaria, claro, dentro del corazón. Y hasta el aire les parecerá distinto. Y es que así es, que el azahar, aroma cofrade, encaje de Chantilly por verdiales, lo hace posible. Antes, la primavera habrá puesto su contrapunto multicolor, estallando admirada en la Axarquía, al conjuro de un toque de campana habrá dejado de oírse un fandango en Comares y será entonces cuando las calles se llenen de las grandiosas jábegas barrocas o renacentistas, que los malagueños inventaron para sacar a la calle a Dios y a Su Madre, que aquí no hay “Expo”, hay “Esto”, Málaga...
¿Para que más?
No hay comentarios:
Publicar un comentario