08 mayo, 2006

HISTORIA CHUNGA PERO RESPETUOSA.-


HISTORIA CHUNGA – PERO RESPETUOSA – DE LOS ORIGENES DE LA SEMANA
SANTA MALAGUEÑA.-
PREAMBULO CURSILIN.-

Acaso fuese necesaria una disculpa previa. Voy a escribir de lo que voy a escribir y no soy malagueño, que soy “del Foro”, a mucha honra y bautizado en la Iglesia de La Paloma, mira por donde. Solamente el carácter abierto de una ciudad aun mas abierta al mar – malagueño, crisol de visitas, pueblos y razas – me permite hacerlo. Y habría que explicar de donde viene la afición: de donde y desde cuando.
Dicen los cofrades que, en la tarde de cada Domingo de Resurrección, comienza la Semana Santa de cada año, pero no es así: que la historia comenzó mucho antes, como antes comenzó Málaga, como desde mucho antes – manes de mis ancestros – me viene la afición. Hablemos, pues, desde “entonces”... porque antes de llegar yo por primera vez – año 1964 – por aquí pasaron muchas cosas y muchas gentes.

FENICIOS.-

Los primeros en llegar – para lo que nos interesa – fueron los fenicios, que como eran muy peseteros, nada mas llegar continuaban para su Gadir de siempre con el que perennemente anduvieron un tanto encariñados considerando que ya entonces, allí estaba la sal, la gracia y el ingenio del mundo y no les faltaba razón. Por eso y porque acamparon en la desembocadura del Guadalhorce – vaya ocurrencia – y no ganaban para las primas de seguros con tanta inundación. Y, también por su amor a los tangos caleteros.
Pero en la ocasión que deseo relatar, la prisa para continuar su camino, se debía a otra causa: no lejos de las riberas de un Río Grande, allá al noroeste, donde luego las estrellas clavaron rejones a sus grises aguas entre desagradables sonidos de ultratumba, cerca de donde siglos después se construiría la futura Híspalis, se había organizado – cada cual tiene sus manías – una EXPO. (Ya quedó dicho: los “fenicios” eran muy “peseteros”).
Una guapa y morena ibera, desde las playas que rodean la desembocadura del río, al verlos partir tan diligentes, les gritaba un tantito mosqueada: “irse, irse, que aquí no ha EXPO, quillo, hay ESTO, Málaga, ¿p’a qué más?”


GRIEGOS.-

Los griegos eran, sin embargo, mas diplomáticos y sensibles y es que llegaban “`preparados” después de Rosas, Ampurias, Denia y demás. Y aquella mañana, en pleno solsticio de invierno, en que descubrieron La Caleta, navegaban con mucho cuidado entre una espesa niebla mediterránea – “er taró” - y debido a las noticias meteorológicas del Tele - Sur de entonces, que pronosticaba la temperatura máxima de la zona para la que sería, con los siglos, Itálica famosa. En ese momento, un ilustre descampado donde ya pastaban las vacas sagradas, futura Bellavista, ya sabes.
Ante su asombro, en un instante, se rasgó la niebla como lo hizo el velo del Templo y les fue posible contemplar una costa festoneada de almendros en flor y tuvieron que quitarse los abrigos al sol de la Costa… de la Costa del Sol, quillo, que esto es lo que hay. Como todavía no había nacido el señor Vázquez Alfarache, aun no era, así mismo, Costa del Golf.
Y, claro está, llegaron a la conclusión de que los de Tele - Sur eran unos enormes troleros – listos los helenos – y el rapsoda de la tripulación, con chunguerío griego de la mejor reata cretense minotauro dijo: “lo mejor de Sevilla, su clima y... su bahía”. Y decidieron quedarse al conjuro del misterio, el duende, el embrujo y la poesía que, a ráfagas de aromas de espetos, conchas finas y limones cascarúos, les llegaba desde la orilla, junto con el de los pulpos que jugaban al escondite entre las algas y el de los erizos y “burgaillos” que insisten, desde la Creación, en enamo­rar a las lapas. Y, por un momento, creyeron haber escuchado, entre los murmullos de viento y olas, la voz de un viejo caletero gaditano que, desde su barrio de La Viña, cantaba a la mar que le vio nacer y le ayudó a vivir, mientras soñaba, para siempre, con coquinas de luna llena y “cañaillas” de plata.
Porque los indígenas – iberos ellos – andaban de fiesta, vestidos de negro con cintas de colores, bailando a los sones de instrumentos de fortuna y cantando a la naturaleza que propiciaba, desde esa fecha, mas horas de sol, día a día.
El historiador de a bordo se apresuró a comentar al resto de la tripulación que él creía que se trataba de la Fiesta de los Verdiales. Para eso era el historiador.: y comenzó a bailar… un sirtaki, claro.
Y es que intuían - los griegos, muy cultos ellos, lo intuían todo, a ver quien me lo discute - la Semana Santa malagueña, poesía mediterránea de luna morena y noches claras, al compás de la Victoria, que así la definía el hombre, algo cursi, la verdad.
El historiador – un prodigio de intuición – emocionado, se “desparpitó” gritando: A la Trinidad, cuando la fresca brisa del alba del Lunes, te vivifica la cara, nunca vayas solo, nunca; con la que más quieras y de la manita… Calles estrechas enmarcando una arquitectura sencilla y diferente, ventanas engalanadas con mantones y hasta con la mejor colcha de la casa; geranios y gitanillas macizando balcones y el barrio entero, volcado con “su” Dios y, lo que, sociologicamente, es más importante: con “esa” imagen de “su” Dios. Sabía el muy listo griego que, al acercarse a las andas al llegar a calle Jara, el sol, que no habría salido todavía, ordenaría a su nube – la misma que, cada año está allí, yo ya, hasta la saludo -:

¡Tápate!

Y alumbraría a Nuestro Padre Jesús que ya iría Cautivo y a María Santísima de la Trinidad que, a su lado, no pararía de mirar de “reojillo”, el movimiento a la brisa, de Su túnica de piel de ángel: un repique de Gloria. Así de bien soñaba el griego.

ROMANOS.-

Los romanos llegaron “cansaos” de tanto pelearse a muerte con los cartagineses – Aníbal, un poco mas y les convierte “al catolicismo” – y eran unos “enteraos de las moñas” de mucho cuidado y, por eso, pronto se fueron a fundar Híspalis e Itálica, que Dios los cría y ellos se juntan. Y sus visitas eran de puro cumplido, hasta el punto de que tampoco realizaron las obras de encauzamiento del río Guadalhorce y eso que las obras les gustaban “cantidad”.
En una de aquellas visitas, un romano caprichoso, se acercó, roneando, a un par de lugareños ojos negros y les preguntó que si el muchacho con el que la había visto hablar era su novio o similar y, ante su sorpresa, ella contoneándose coqueta, le contestó: “será similar... porque lo que es novio...“
“Toma castañorum”, dijo el patricio, huyendo asustado y, como tampoco había transporte de Alta Velocidad, se decidió por tomar el “talgorum romanorum” nocturno porque la calzada estaba cortada por las pasadas lluvias, como era frecuente a la sazón. Para esperar con comodidad, preguntó por un buen hospedaje y le contestaron que “ya no había, ahora es la Casa de los Jueces”. Pensó, entonces en dirigirse a un museo, pero supo que los lugareños estaban esperando, entre debates, para decidir el edificio en el que, por fin, lo iban a colocar.
Y, como estaba aburrido y no sabía que hacer, decidió escribir una carta a su mujer.

VISIGODOS.-

Un buen día los romanos se aburrieron y se fueron y llegaron visigodos, ostrogodos, suevos y alanos, los cuales no han parado de venir desde entonces: no hay más que asomarse por Torremolinos para comprobarlo. ¡Vaya las visigodas que se pueden ver! Ahora, bien, eso si que si: los posteriores a Recaredo, mucho más buenos.
Y... hasta vándalos llegaron, muy en especial una facción conocida como los etavándalos. Y esos, con sus cromosomas especiales y su Rh positivo, en Málaga tienen poco que rascar. Un día, se encontró uno de los etavándalos aquellos que se llamaba Arzakus, a un indígena que salía “colocaíto” de una tasca, perteneciente a una cadena de ellas que había entonces, “Dalegrías”, que ante la presunción biológica del nota, le contestó: Mira, quillo, aquí eso del Rh lo tenemos “dominaíto”: Los lunes, miércoles y viernes, tenemos el Rh positivo. Los martes, jueves y sábados, negativo. Y los domingos, no tenemos Rh. ¿p’a qué?
Así fue como los bárbaros se enteraron de quienes eran los aborígenes. Y, nada mas conocerlos, salieron corriendo casi todos, salvo los suevos – amaban el vino de Ribeiro – y los godos, que se hicieron aficionados a la verdadera Fiesta Nacional: las oposiciones, que se lo digan a Don Manuel Fraga.

ARABES.-

Y, mas tarde, con los árabes, llega lo que, algunos, no yo desde luego, denominan el refinamiento oriental. Dicen que los benimerines ya hicieron un intento de Semana Santa, pero que los almohades – muy suyos y tan fundamentalistas como siempre – se lo impidieron: la culpa, toda, de Miramamolín, que era un poco “exigente”.
En plenos reinos de taifas, Almotamid, el rey poeta y sevillano, puso cerco a Málaga. Anda que no era listo el tío, quería Málaga, para él: precedente histórico. Y se utilizaron las palomas de Gibralfaro, para avisar del hecho a Granada en demanda de auxilio. Y las palomas “cogieron el seguío” y – entre zegríes y abencerrajes – cuenta la leyenda que:
Una Dolorosa caminaba un día por las calles de Málaga, tras el Señor de la Puente del Cedrón. Se disponía a atravesar cualquiera de los puentes que cruzan ese Cedrón mala­gueño, con tan mala sangre a veces, que es el Guadalmedina, cuando una paloma de Gibralfaro, descendiente, seguro, de aque­llas que los moros malagueños lanzaban al vuelo para avisar a Granada, salió “flechaita, flechaita” hacia la Fuente Genovesa, junto al Hospital Noble. Y era, porque tenía sed. Caía la tarde de primavera y se conoce que también tuvo frío. Por no mojarse la cola, levantó el vuelo y se fue... a posar en la mano de la imagen de la Virgen, sobre la que terminó el desfile sin moverse. Desde entonces, Paloma por Dolores. Los malagueños, en su exageración mariana – que tanto sol en la cabeza es “mu” malo – sacaron de su cuadro madrileño a Nuestra Señora y la hicieron – con la inefable colaboración de Alvarez Duarte – en tres dimensiones, a partir de cuyo instante, sale a la calle cada Miércoles Santo para llenarla y hacerla estallar de fervor y admiración, con su inmensa belleza. A uno que dice que es antropólogo – sevillano “chungo” si que lo es – le oí criticar la obra de imaginería: “cómo una judía del Siglo I puede ser morena de ojos verdes, es una barbaridad antropológica”. Había viajado muy poco – cateto – y no conoció a Estrella Barchilón – del Siglo XX - una buena amiga de mi madre: la mujer más guapa que yo he conocido.

(Suena la “malagueña”…)

Bueno, pues con tanto “movimiento”, ya os habréis dado cuenta, de que esto del turismo malagueño, no es un invento de Don Manuel Fraga. Es un invento de D. Antonio de Pimentel y otras yerbas, embajador del Reino de España en la corte sueca, donde se ligó a Doña Cristina, la reina, lo que le costó el trono. Y, desde entonces - él les “abrió el camino” - vienen las suecas. Abdicó la dama en 1654, con 28 añitos. Mi antecesor se la llevó a una casa de Sanlúcar la Mayor y la amó, entre naranjales, apasionadamente. Dicen que fue bonito en tanto duró. A ver si os enteráis.

LOS VERDADEROS BARBAROS DEL NORTE. –

Antes de mi, ya con los Reyes Católicos, vino una avanzadilla familiar, el general que mandaba el ala oeste de las vanguardias cristianas, D. Rodrigo - Alonso Pimentel. Atacó por Torremolinos – como lo hemos intentado “todos” - y, durante siglos, la actual Torre de los Molinos, que da nombre al paraje, se conoció como la Torre de los Pimentel. Por eso, me voy a “tirar el rentoy” de precursor semanasantero malagueño, por parte de “mi tío”.
Y antes que yo, también, desde los confines colindantes de la Berbería cristiana, cerca de la Isla del Perejil, – por favor – una señora bárbara, pero que muy bárbarísima, venía a Málaga para dar a luz. Pero la cosa no trascendió: ninguno se hizo cofrade: uno se hizo, una vez, Delegado del Gobierno.
En serio: a mi no se me notaba, porque, si bien era verdad que llegaba desde Madrid, antes me “había pegado una pasada” por Ceuta. Y allí, en una Semana Santa que entonces era mixta de ruedas y hombres, me puse, junto a mi padre, mi primer capirote, negro, del Santo Entierro. (Comenzando con “alegría”, si señor y, como siempre me ha gustado, por el final: que desorden).
Vamos, que llegaba “un poquillo entrenao”.
Y allí escuché, por vez primera, como, lentamente, se me acercaban las largas cornetas africanas; más de uno pensaba que reventarían los cristales de toda la ciudad. Los hombres del dolor de lobo en el corazón, llegaban hasta la Iglesia de Los Remedios, a ciento cuarenta pasos por minuto y al ritmo de su Himno, leales y valientes, marciales y aguerridos. A La Legión se llegaba, como a un matrimonio por amor de verdad y emocionante: no importaba su vida anterior: nunca graciosa huída; siempre apasionada entrega.
Y allí, a la Laureada Banda le oí tocar, por primera vez, “El Novio de la Muerte”. Qué ajenos sus autores a que un día aquella su música y letra, que nació con vocación de canción de cabaret en plena guerra marroquí, terminaría, andando los años, redimida, al acompañar a Cristo por las calles de España, tocada y cantada por los legítimos descendientes del Gran Capitán y el no menos grande y legendario Duque de Alba, con quien continúan asustando a los niños en Flandes, todo un Alvarez de Toledo y Pimentel.
Si el paso corto malagueño – tan elegante como marinero – no lo estuviese ya, se inventaría cada noche de Jueves Santo.

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