FORD: UN CLÁSICO QUE CREÓ ESCUELA.-
Entre la «Michelín» y el «trotamundos», el británico Richard Ford escribió las páginas que más viajeros atrajeron a España en el siglo XIX. Sus méritos son variados, ya que aparte de tener una prosa agradable y entretenida, hizo una auténtica guía de viaje por Andalucía.
Antes que Bill Clinton, a Granada fue W. Irving...: «Nos decidimos a viajar como el auténtico contrabandista, aceptando todo como viniere, bueno o malo (...) Este es ciertamente el verdadero modo de viajar en España. Con un estado de ánimo así ¡qué país éste para el viajero, en el que la más mísera posada llena de aventuras, como un castillo encantado!...» «En Gandul encontramos una tolerable posada. Aquella buena gente no supo ni decirnos la hora que era porque el reloj del pueblo tan sólo sonaba una vez durante todo el día, a las 2 de la tarde, y hasta esa hora, todo era elaborar conjeturas». «La presencia de extranjeros como nosotros era algo inusitado en los pueblos del interior; un acontecimiento de este tipo asombra y pone fácilmente en conmoción a los pueblecitos españoles». «Para el viajero imbuido de sentimiento por lo histórico y lo poético, tan inseparablemente unido en los anales de la romántica España, es la Alhambra objeto de devoción como lo es la Kaaba para todos los creyentes musulmanes»
«No he encontrado un español, por pobre que sea, que no tenga pretensiones de alta estirpe. Fue, sin embargo, el primer título de este harapiento ilustre el que me había cautivado por completo (...) Hijo de la Alhambra (...) Comprobé entonces que me unía una inestimable familiaridad con este hijo de la Alhambra, conocedor de todas sus leyendas en las que creía a pie juntillas» «Hay dos clases de gente para quienes la vida es una fiesta continua: los muy ricos y los muy pobres. Unos, porque no carecen de nada; los otros, porque no tienen nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y de nada vivir, como las clases pobres de España. Una parte de ellos se debe al clima y lo demás al temperamento. Dadle a un español sombra en verano y sol en invierno, un poco de pan, ajo, aceite y garbanzos, una vieja capa parda y una guitarra y ruede el mundo como quiera». «Allí Me detuve para dirigir una última mirada sobre Granada. La colina en que me encontraba domina un maravilloso panorama de la ciudad, la vega y los montes que la rodean, y está situada en la parte del cuadrante opuesto a la Cuesta de las Lágrimas, famosa por el último Suspiro del Moro. Ahora podía comprender algo de los sentimientos experimentados por el pobre Boabdil cuando dio su adiós al paraíso que dejaba tras él y contempló el áspero y escarpado camino que lo conducía al destierro».
Antequera y la moda de París: «En cuanto a las mujeres, todas llevan mantillas y basquillas. Las modas de París no habían llegado a Antequera (...) Había gran abundancia de frescas rosas recién cogidas; ni una sola dama o damisela andaluza cree completo su vestido de gala sin que la rosa luzca como una perla entre sus negras trenzas».
«Modelo de perfecto andaluz, bravo y fanfarrón (...) llevaba siempre el sable en mano o bajo el brazo y no lo soltaba nunca, lo mismo que una niña con su muñeca...». «Toda esta parte de Andalucía es pródiga en estos tipos tan pintorescos que vagan ociosos por pueblos y ciudades, sobrados, según parece, de tiempo y dinero; les basta un caballo que montar y un arma que llevar. Muy locuaces, grandes fumadores, tocan hábilmente la guitarra, dan serenatas a su bella maja y bailan muy bien el bolero (...) Por toda España, los hombres aunque sean de condición humilde, tienen un concepto poco caballeresco de la ociosidad; creen al parecer, que el no tener prisas jamás es atributo del verdadero caballero...»
Entre la «Michelín» y el «trotamundos», el británico Richard Ford escribió las páginas que más viajeros atrajeron a España en el siglo XIX. Sus méritos son variados, ya que aparte de tener una prosa agradable y entretenida, hizo una auténtica guía de viaje por Andalucía.
Antes que Bill Clinton, a Granada fue W. Irving...: «Nos decidimos a viajar como el auténtico contrabandista, aceptando todo como viniere, bueno o malo (...) Este es ciertamente el verdadero modo de viajar en España. Con un estado de ánimo así ¡qué país éste para el viajero, en el que la más mísera posada llena de aventuras, como un castillo encantado!...» «En Gandul encontramos una tolerable posada. Aquella buena gente no supo ni decirnos la hora que era porque el reloj del pueblo tan sólo sonaba una vez durante todo el día, a las 2 de la tarde, y hasta esa hora, todo era elaborar conjeturas». «La presencia de extranjeros como nosotros era algo inusitado en los pueblos del interior; un acontecimiento de este tipo asombra y pone fácilmente en conmoción a los pueblecitos españoles». «Para el viajero imbuido de sentimiento por lo histórico y lo poético, tan inseparablemente unido en los anales de la romántica España, es la Alhambra objeto de devoción como lo es la Kaaba para todos los creyentes musulmanes»
«No he encontrado un español, por pobre que sea, que no tenga pretensiones de alta estirpe. Fue, sin embargo, el primer título de este harapiento ilustre el que me había cautivado por completo (...) Hijo de la Alhambra (...) Comprobé entonces que me unía una inestimable familiaridad con este hijo de la Alhambra, conocedor de todas sus leyendas en las que creía a pie juntillas» «Hay dos clases de gente para quienes la vida es una fiesta continua: los muy ricos y los muy pobres. Unos, porque no carecen de nada; los otros, porque no tienen nada que hacer; pero no hay nadie que entienda mejor el arte de no hacer nada y de nada vivir, como las clases pobres de España. Una parte de ellos se debe al clima y lo demás al temperamento. Dadle a un español sombra en verano y sol en invierno, un poco de pan, ajo, aceite y garbanzos, una vieja capa parda y una guitarra y ruede el mundo como quiera». «Allí Me detuve para dirigir una última mirada sobre Granada. La colina en que me encontraba domina un maravilloso panorama de la ciudad, la vega y los montes que la rodean, y está situada en la parte del cuadrante opuesto a la Cuesta de las Lágrimas, famosa por el último Suspiro del Moro. Ahora podía comprender algo de los sentimientos experimentados por el pobre Boabdil cuando dio su adiós al paraíso que dejaba tras él y contempló el áspero y escarpado camino que lo conducía al destierro».
Antequera y la moda de París: «En cuanto a las mujeres, todas llevan mantillas y basquillas. Las modas de París no habían llegado a Antequera (...) Había gran abundancia de frescas rosas recién cogidas; ni una sola dama o damisela andaluza cree completo su vestido de gala sin que la rosa luzca como una perla entre sus negras trenzas».
«Modelo de perfecto andaluz, bravo y fanfarrón (...) llevaba siempre el sable en mano o bajo el brazo y no lo soltaba nunca, lo mismo que una niña con su muñeca...». «Toda esta parte de Andalucía es pródiga en estos tipos tan pintorescos que vagan ociosos por pueblos y ciudades, sobrados, según parece, de tiempo y dinero; les basta un caballo que montar y un arma que llevar. Muy locuaces, grandes fumadores, tocan hábilmente la guitarra, dan serenatas a su bella maja y bailan muy bien el bolero (...) Por toda España, los hombres aunque sean de condición humilde, tienen un concepto poco caballeresco de la ociosidad; creen al parecer, que el no tener prisas jamás es atributo del verdadero caballero...»
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