08 mayo, 2006

LOS TINGLADOS, IN MEMORIAM. ¡HURRA!

Todos conocemos el origen de los “tinglados”, la mala relación entre un obispo no demasiado comprensivo – algunos opinan que Don Balbino era, realmente intransigente – y los cofrades de la posguerra, cuyo “talante” distaba mucho de ser el de los actuales. La cuestión es que, como a su juicio, no respetaban suficientemente los cultos internos – en realidad a cada jaculatoria, respondían con martillazos - les echó a la calle – literalmente - para que preparasen allí, a sus anchas y sin molestarle, sus cultos externos. Un “purista” algo “fundamentalista”, el bueno de Don Balbino. Y hubieron de nacer – en el callejón mas insospechado - los dichosos “tinglados” y los tronos – al no tener que respetar el gálibo de las puertas de las iglesias – "se hicieron mayores” y crecieron consiguiendo llegar a ser algo grandioso y enseñorearse de las calles de Málaga. Mi eterno agradecimiento a los “tinglados”, pues: bendita institución. Al final, algunos llegamos a la conclusión de que no es que los tronos fuesen grandes, es que las iglesias tenían unas puertas de pena. Así lo entendieron las cofradías Fusionadas, que construyeron en su sede de San Juan, una puerta “en condiciones”, para “salir de dentro”, vieja aspiración cofrade. Pero eran causa de numerosos problemas: la meteorología muy frecuentemente inmisericorde con los cofrades y la acción de los amigos de lo ajeno, entre los principales y – ya con posterioridad, después de la Transición, antes cualquiera – la mala educación y la mala reata de los gamberros. Y todas las Hermandades, comenzaron un difícil peregrinar inmobiliario en busca de solar en el que construir su Casa Hermandad, otro invento malagueño, muy bien venido por los cofrades y muy útil, ya que permitía, también, guardar allí los tronos y resto de enseres, lo que posibilitaba una conservación mucho mas positiva y valiosa lejos de los almacenes de fortuna utilizados durante el periodo. Y algunas Cofradías hubieron de “emigrar” y cambiar de barrio y hasta de itinerario, porque el suelo también se había puesto económicamente imposible para sus cortos presupuestos.
Y hasta se perdió el “Tinglado” – sí, con mayúscula - de la Plaza de los Mártires y yo lo lamenté. Comprendo que los cofrades han actuado de manera sensata, pero – si por mi ilusión fuera – se habría mantenido intacto. Durante bastantes años, cada Domingo de Ramos acudía al “tinglado” de la Pollinica – que tampoco existe - para verla salir y pasar por delante del Pórtico de la Gloria malagueño – plateresco y exquisito – y, sin solución de continuidad, iba a saludar – tranquilo y sin prisas - a la Conchi, ya en su trono, para terminar “bajando” por el callejón, hasta tomar un pajarete en las Bodegas de Guardia. Lo siento por el empresario, pero ya no voy a por el pajarete. Me falta “algo”, echo de menos los “tinglados”, si bien he de reconocer a fuer de sincero, que “estas” piernas mías, también distan mucho de ser como “aquellas”.
Los “tinglados” han muerto: ¡Vivan los “tinglados”!

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