09 mayo, 2006

IBN BATTUTA EN SU SALSA.-


PASEO POR SU AL ANDALUS, EN EL SIGLO XIV.-

"Si encuentras a un forastero, ayúdalo: quizá llegue el día en que lo seas." Proverbio marroquí.
Cuando Osama ben Laden se refirió a “la tragedia de al Andalus”, no hablaba a humo de pajas. El viajero tangerino Sams ad-Din Abu Abdallah Muhammad conocido como Ibn Battuta recorrió todo el mundo islámico desde Al Andalus hasta Sumatra, desde Malí a Astrakán, dejando en sus libros de viaje o rihla interesantes y a menudo únicas referencias de cómo eran muchos pueblos en el siglo XIV. Uno de sus últimos viajes fue al reino de Granada, describiendo Gibraltar, Málaga, Vélez, Alhama, Granada, Ronda y durante el cual, visitó a El Ceutí.

Embarqué en Ceuta en un barquito de cabotaje perteneciente a gentes de Arcila y llegué al país de al Andalus - al que Dios guarde - donde la soldada es copiosa para sus habitantes y donde se atesoran los premios para residentes o viajeros. Acababa de fallecer el tirano de los cristianos, Afdunus (Alfonso XI), que pusiera cerco a “La Montaña" (Gibraltar, La Montaña de la Conquista) por espacio de diez meses, pues tenía el designio de apoderarse de las tierras que aún eran musulmanas en al Andalus, pero Dios se lo llevó cuando no tenía cuenta de tal cosa y pereció de la peste a la que temía como nadie.
La primera ciudad andaluza que conocí fue la "Montaña de la Conquista" (Gibraltar), donde me entrevisté con su jatib, el distinguido Abu Zakariyya Yahya b. as-Siray el Rondeño – ole, predecesor de Pedro Romero - y con el cadí Isa al-Barbari a cuya hospitalidad me acogí y con quien di la vuelta a la montaña pudiendo contemplar las magníficas fortificaciones – que ya vemos no las “inventaron” los británicos - bastimentos y pertrechos que dispusiera nuestro señor Abu-l-Hasan y los añadidos por nuestro señor. Hubiera yo deseado quedar entre los defensores de este lugar hasta el fin de mi vida. Dice Ibn Yuzayy: "La Montaña de la Conquista” es el reducto del Islam dirigido contra las gargantas de los adoradores de ídolos, buena obra de nuestro señor Abu l-Hasan de quien toma el nombre," (...) Aquí empezó la gran conquista, pues es el lugar en el que desembarcó Tarik b. Ziyad, cliente de Musa b. Nusayr, al cruzar el Estrecho, por eso de él toma el nombre y se la llama Yabal Tarik (Montaña de Tarik), y también Monte de la Conquista puesto que por él comenzó. Aún perduran restos de la muralla que levantaran Tarik y sus compañeros y se les denomina "Muro de los Arabes", yo los he contemplado en los días de mi estancia allá con motivo del sitio de Algeciras – al Yesira, la Isla Verde - a la que Dios haga retornar al Islam. (...)
Desde Gibraltar me trasladé a la ciudad de Ronda, que entre las plazas fuertes del Islam es una de las mejor situadas y defendidas. Era su alcaide por entonces el jeque Abu r-Rabi Sulayman b. Dawud al-Askari y su juez, mi primo por lado paterno, el
alfaquí Abu l-Qasim M. B. Yahya b. Battuta. Allá me entrevisté con el jurisconsulto, cadí y literato Abu l-Hayyay Yusuf b. Musa al Muntasaqari que me albergó en su residencia. También conocí al predicador, el piadoso y distinguido Hayy Abu Isahq Ibrahim, conocido por Sandaruj que más adelante falleciera en la ciudad de Salé, en Marruecos. Y allá entablé relación con un grupo de hombres piadosos, entre ellos Abdallah as-Saffar (El Llatonero) y otros más.
Permanecí en Ronda cinco días y luego me encaminé a – le gustaba la jet - Marbella. El camino entre ambas es muy áspero y tortuoso. Marbella es un pueblecito hermoso y fértil. En él encontré a una tropa de jinetes que se dirigían hacia Málaga y tuve la intención de ponerme en marcha en su compañía, pero Dios el Altísimo me protegió con su favor porque salieron antes que yo, siendo apresados en el camino como recordamos más adelante. Así pues, salí tras sus huellas y franqueé el
alfoz de Marbella entrando en el de Suhayl (Fuengirola) y fue entonces cuando pasé junto a un caballo muerto en un foso. Luego me topé con una banasta de pescado tirada en el suelo. Todo esto me preocupaba y como tenía ante mí la torre de atalaya, me dije a mí mismo: "Si hubieran aparecido enemigos por aquí, el vigía habría dado la alarma". Seguí avanzando hasta una casa que allí hay y encontré en las cercanías un caballo degollado. Entre tanto oí voces a mi espalda - pues me había adelantado a mis compañeros - y regresé hacia ellos, así vi que venían con el alcaide del castillo de Suhayl quien me comunicó la aparición de cuatro galeras enemigas y que parte de sus tripulantes habían desembarcado en un momento en el que el vigía no se hallaba en la atalaya. Los jinetes que salieran de Marbella - que eran doce - pasaron junto a los cristianos y éstos dieron muerte a uno de ellos, capturando a diez y el último pudo escapar. Con ellos pereció un pescador que les acompañaba y cuyo cofín encontré tirado en el suelo. El alcaide me aconsejó pernoctar en su fortaleza y desde allí él me llevaría a Málaga. Pasé la noche en el castillo y rábida que toma su nombre de Suhayl. Las galeras antes mencionadas estaban fondeadas cerca. Los cristianos dominaban el mar: ganaron.
Al día siguiente el alcaide montó a caballo en mi compañía y llegamos a
Málaga, una de las capitales de al Andalus y de las más hermosas, aúna las ventajas de mar y tierra y abunda en productos y frutos. En sus zocos se vendía – atestiguo - la uva a razón de ocho arreldes por un dirham pequeño, las granadas dichas murcianas y de color de jacinto, no tienen igual en el mundo, y los higos y almendras se transportan desde la ciudad y su alfoz hasta los países del Magreb y el oriente árabe.
En Málaga se fabrica la maravillosa cerámica dorada - ¿qué fue de ella? - que se lleva a los países más alejados. Su mezquita tiene una amplitud enorme y es renombrada por su
baraka. No hay patio semejante al de esta mezquita, con naranjos inmensos. A mi llegada a Málaga visité a su juez, el distinguido predicador Abu Abdallah -hijo del anterior játib Abu Yafar y éste a su vez hijo del también predicador y amigo de Dios el Altísimo Abu Abdallah ar-Tanyali- que estaba sentado en la mezquita aljama y con él los alfaquíes y principales del lugar que recaudaban fondos para redimir a los cautivos que antes mencionáramos. Me dirigí a él diciendo: "Loado sea Dios que me protegió no permitiendo que fuera uno de ellos".Y referí lo que me sucediera tras su marcha, de lo cual quedó perplejo. El mismo me mandó la adiafa aunque, por ende, me ofreciera hospitalidad el jatib Abu Abdallah as-Sahili, apodado "el del turbante". Algo así como Mohamed Jesulín el de Ubrique.
Desde allá me trasladé a Vélez, que está a veinticuatro millas. Esta es una bella ciudad, con una portentosa mequita. En el lugar se dan las uvas, frutas e higos igual que en Málaga. Seguimos viaje hasta Alhama – la del suspiro del moro - pequeña población que dispone de una gran mezquita maravillosamente emplazada y muy bien construida. Existen allí unas burgas de agua caliente, orilla a su río, a una milla de distancia, más o menos, del pueblo, con aposentos separados para el baño de hombres y mujeres.
Después continué la marcha hasta
Granada, capital del país de al Andalus, novia de sus ciudades. Sus alrededores no tienen igual entre las comarcas de la tierra toda, abarcando una extensión de cuarenta millas, cruzada por el famoso río Genil y por otros muchos cauces más. Huertos, jardines, pastos, quintas y viñas abrazan a la ciudad por todas partes. Entre sus parajes más hermosos se cuenta la "Fuente de las lágrimas" un monte donde hay huertas y jardines, sin parecido alguno posible. (...)
En la época de mi visita era rey de Granada el sultán Abu l-Hayyay Yusuf, hijo del sultán Abu l-Walid Ismail b. Faray b. Isamil b. Yusuf b. Nasr, a quien no pude ver a causa de una dolencia que sufría. Su madre, la pura, piadosa y distinguida, me envió unas monedas de oro que me fueron necesarias. En Granada conocí una porción de los hombres más distinguidos, entre ellos: el cadí de la comunidad, el diserto jerife Abu l-Qasim M. b. Ahmad b. M. al-Husayni, el Ceutí; el alfaquí, maestro y sabio jatib Abu Abdallah M. b. Ibrahim al-Bayyani (de Baena); el sabio predicador y lector Abu Said Faray b. Qasim conocido por Ibn Lubb; el juez de la comunidad, asombro de su época, único en sus días, Abu l-Barakat M. b. M. b. Ibrahim as-Salami al-Balabai que acababa de llegar de Almería por entonces, coincidiendo con él en el huerto del alfaquí Abu l-Qasim Muhammad, hijo del alfaquí y egregio secretario Abu Abdallah b. Asim, así como por la zona de La Línea – que entonces no existía – conocí al famoso picador de toros “Pajarraco”. En aquel paraje permanecimos dos días y una noche. (...)
Encontré también en Granada al jeque de jeques y sufí relevante, el alfaquí Abu Al Umar, hijo del pío y devoto jeque Abu Abdallah M. b. al-Mahruq, en cuya zagüía, extramuros de la ciudad, permanecí varios días recibiendo sus exquisitos agasajos. Con él visité el morabito, famoso por su baraka, que se conoce por "Rábida del Aguila". Este es el nombre de un monte que se alza sobre la población a una distancia de ocho millas, próximo a la ciudad de Elvira, hoy día en ruinas. (...)
Hay en Granada un grupo de faquires persas que se radicaron en ella por similitud con sus tierras de origen, por ejemplo el Hayy Abu Abdallah de Samarcanda, el Hayy Ahmad de Tabriz, el Hayy Ibrahim de Konya, el Hayy Husayn de Jurasán, y los dos peregrinos Ali y Rasid de la India, aparte de otros.
Desde Granada me trasladé a Alhama, luego a Vélez, a Málaga y a la fortaleza de Dakuan (Coín), que es un buen castillo, abundante en aguas, árboles y frutas. Más tarde proseguí camino a Ronda y al pueblo de los Banu Rabah (Benarrabá), cuyo jeque me alojó. Se trata de Abu l-Hasán Al B. Sulayman ar-Rabahi, hombre generoso, distinguido y notable, que da sustento a los viajeros y me dispensó una excelente hospitalidad. Después viajé a Gibraltar, donde embarqué en el mismo buque de armadores de Arcila en que lo hiciera para pasar el Estrecho anteriormente.

Alfaquí. Del árabe al-faqih, docto. Doctor o sabio de la ley.
Alfoz. Del árabe al-hauz. Arrabal, término de tierras de un distrito o dependientes de él, hoy puede equivaler a partido judicial.
Baraka. Del árabe baraka, bendición. Virtud o don divino que se atribuye a los jerifes y morabitos, y que transmiten con su bendición.
Játib. Predicador que dirige la oración del viernes y pronuncia el sermón.
Adiafa. Del árabe ad-diafaya, convite. Regalo o refresco que se daba a los marineros o viajeros al llegar después de un viaje.

Se lo pasaban de miedo. Se comprende que estén cabreados y quieran volver.

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