20 septiembre, 2006

SOBRE LA INMIGRACIÓN.-

Mi caro amigo Osuna me pide que opine sobre la inmigración; siéndome imposible no acceder a ello, así lo hago. Se trata de un complejo problema que nos afectará intensamente en un plazo más corto de lo que muchos piensan.
Es inconcebible que nos empeñemos en dar tantas facilidades a unos inmigrantes que, en su mayoría, no tienen el menor interés en adaptarse a los usos y costumbre del país de acogida; por otro lado, sus países de origen no actúan en reciprocidad. No se me ocurre otra razón que la obsesiva captación del voto de los que vienen; aunque, quizás, ojalá, esa ciega y errónea política cambiará el signo del voto de muchos indígenas. Es sabido el alto porcentaje de inmigrantes en las cárceles, fiel reflejo de la inseguridad que se vive en nuestras calles.
La recientemente fallecida Oriana Fallaci no soportaba la posibilidad de tener que contemplar un minarete desde su ventana cuando los países musulmanes no toleraban que ella pudiera llevar una cruz al cuello; se construyen mezquitas en España, pero no iglesias cristianas en aquellos países. El problema que se suscitó en Francia por el velo es una muestra clara de la permisividad de los países occidentales frente a la intolerancia de los inmigrantes (no todos son musulmanes, claro). Algo similar está ocurriendo en España con la presión para que desaparezcan los crucifijos de las escuelas y de otros centros oficiales.
Los musulmanes desencadenaron una enorme espiral de violencia con el asunto de las caricaturas de Mahoma, que pasaron desapercibidas hasta que al cabo de varios meses algún listo vio la posibilidad de aprovechar el asunto y lo sacó a la luz, provocando numerosos y furibundos ataques a todo lo que oliera a civilización occidental.
Días pasados, una cita del Papa en un acto académico, que él mismo afirmó que no asumía, sino todo lo contrario, ha vuelto a provocar numerosos disturbios. Y es que hay que estar con la Fallaci: ellos, los musulmanes, lo más fanáticos, que son muchos, están contra nosotros y no tenemos otro remedio que, como en el fútbol, ir ¡a por ellos!
La postura de Occidente es cobarde y aguanta todo; con ocasión de la cita del Papa de la que antes he hecho mención, solo la señora Merkel ha levantado la voz para defender la postura del Papa; los demás mandatarios europeos han preferido mirar para otro lado.
Los musulmanes nos tienen metido el miedo en el cuerpo y seguimos admitiendo inmigrantes, que acabarán imponiéndonos sus modos; un moderno caballo de Troya que nos empeñamos en no ver. Sus amenazas son continuas; Roma –EL Vaticano– ha sido la última, por ahora.
18-09-2006
Pedro Sáenz de Sicilia

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