01 agosto, 2007

UN NEFASTO CUMPLEAÑOS.-



EL KALASHNIKOV CUMPLE 60 AÑOS: “LA DE VECES QUE ME HAN ENCAÑONADO”, DICE UN MISIONERO. “CHAVALES DE APENAS DIEZ AÑOS, CON EL AK-47, LA MIRADA PERDIDA... NO SE ME BORRARÁ”, ESCRIBE UN COMBONIANO ESPAÑOL PARA ESTE “ANIVERSARIO”.
Hace pocos días tuvo lugar un aniversario especialmente triste para Africa. El Ejército ruso festejó el 60 aniversario de la creación del Kaláshnikov (AK-47), el fusil de asalto más eficaz y extendido del mundo. Aunque su utilización no es exclusiva en conflictos africanos (ha estado presente en las guerras de Irak, Afganistán, Líbano, Palestina, Centroamérica...), no es exagerado afirmar que se ha convertido en una de las primeras causas de mortalidad entre sus ciudadanos más vulnerables.
La silueta de este mortífero rifle, que aparece incluso en la bandera de Mozambique y en los sellos de Burkina Faso, me ha acompañado como mi indeseada sombra a lo largo de los 19 años que llevo en Uganda.
Dicen que el AK es el mejor fusil del mundo, no sólo por su ligereza, alcance, rapidez (600 balas por minuto) y buen precio (en Uganda se han llevado a vender por 20 dólares), sino también porque dispara después de haber estado sumergido en agua o barro. Ideado por el general ruso Mijail Kalashnikov en 1941, desde su aparición se han fabricado más de cien millones de unidades.
MI EXPERIENCIA EN UGANDA.
En los años 1980, durante el régimen de Obote, que combatía a la guerrilla de Museveni, los nerviosos y desarrapados soldados con el kalashnikov al hombro era una estampa de la vida cotidiana en Kampala. A veces ocurría que íbamos a clase al seminario y durante nuestro recorrido por los arrabales de la ciudad nos encontrábamos con uno o varios cadáveres. Si los soldados te paraban en un puesto de control en la carretera era para echarse a temblar. El sonido de los disparos de noche se convirtió en parte de mi rutina diaria. En 1985 un golpe de Estado producido en el seno del propio ejército de Obote nos tuvo cuatro días encerrados en casa mientras afuera el cruce de disparos no cesaba.
EN 1986, MUSEVENI TOMABA EL PODER CON UN EJÉRCITO COMPUESTO EN SU GRAN PARTE POR NIÑOS.
La silueta de chavales de apenas diez años con chaquetas de uniforme demasiado grandes para ellos con el AK-47, con la mirada perdida, es una de las imágenes que no se me borrarán nunca.
Después, vinieron años en los que el gobierno organizaba cursos obligatorios para prácticamente todas las personas que tuvieran algún puesto de responsabilidad (maestros, funcionarios, estudiantes universitarios, jefes locales...). En ellos se realizaba instrucción militar y se adiestraba en el manejo de las armas.
El nuevo gobierno insistió en que había que “desmitificar el fusil”, como elemento ideológico fundamental del nuevo partido del Movimiento de Resistencia Nacional. Recuerdo cómo la prensa de aquellos años publicaba tristes fotos de sonrientes monjas (directoras de escuelas) que se entrenaban en el desmonte de las armas. Como a un Cristo con dos pistolas.
GUERRILLEROS, CASI SIEMPRE NIÑOS, ME ENCAÑONABAN CON SU AK-47.
Pero donde me harté de la sombra del AK47 fue durante mis 18 años en el norte de Uganda, en la zona de guerrilla. Los ataques mortíferos, sobre todo realizados de noche contra aldeas y ciudades, se realizaban al son del ruido ensordecedor de los fusiles que escupían su carga mortífera. No recuerdo la de veces que me he visto delante de un guerrillero, casi siempre niños, que me encañonaba con el AK y me hacía pensar que aquel era el último minuto de mi vida.
Cuando acudíamos al ejército para pedir protección en nuestras escuelas, hospitales y misiones, más de una vez el comandante nos ofrecía la posibilidad de prestarnos unos cuantos fusiles para nuestro propio uso , gentileza acompañada de un cursillo rápido de manejo del arma.
Huelga decir que siempre nos negamos en redondo. Una vez que me ví delante de un grupo de guerrilleros para una negociación de paz en el bosque y me espetaron: “¿Dónde has dejado tu fusil?”, me limité a meterme la mano en el bolsillo y mostrarles el rosario que llevaba sin decir una palabra.
DESTRÚYANLAS, POR FAVOR.
Por eso, cuando pienso en los millones de inocentes que han perdido la vida en África al ser disparados por este verdadera arma de “destrucción masiva”, recuerdo los pocos momentos felices en que hemos podido convence a un grupo de guerrilleros que se entregaran, y les hemos montado en el coche, donde han depositado los fusiles, les hemos llevado a la misión y tras contactar a los militares del gobierno y decirles que podían llevarse las armas les hemos pedido: “Destrúyanlas, por favor”. Es el mejor destino que puede darse a un fusil Kalashnikov.
José Carlos Rodríguez, misionero comboniano, escribe sus vivencias desde Uganda en el blog

http://blogs.periodistadigital.com/enclavedeafrica.php
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