Hace muy poco más de dos siglos Manuel Godoy envió a Marruecos a un catalán llamado Domingo Badía con la comisión de levantar a las tribus del Atlas y el desierto contra el sultán y entregar la tierra al imperio español. El hombre, fingiéndose un príncipe árabe de nombre Alí Bey y con los buenos saquetes de peluconas que obtuvo del valido-consorte de Carlos IV, se dio un garbeo por el país jerifiano, se solazó a sus anchas y dejó escrito un libro que, en definitiva, fue lo único aprovechable de su monumental superchería. Ahora no nos interesa discutir la veracidad o fantasía de sus informaciones o la caradura golfa con que embaucó al sin par Godoy, la lumbrera que se hizo cargo de una España imperial y muy pocos años más tarde la dejó pordiosera y en cueros y bien preparada para la ruina que sobrevino. Pero tampoco nuestro objeto es hacer juicios históricos sobre el esplendoroso Príncipe de la Paz, o acerca de la improbable credulidad de los moros al simular tragarse la añagaza, nos conformamos con recordar de qué modo un truhán se sirvió de Marruecos como pretexto para hacer caer en sus embelecos a un tonto. Un tonto con altas responsabilidades en el estado.
En nuestros días, mandando por delante a un Alí Bey contemporáneo llamado González y en compañía de su cuate Slim, otro genio del gobierno ha ideado una excelente vía para establecer una concordia eterna y fraternal con el vecino del sur: la Alianza de Civilizaciones. Como los tiempos ya no dan para expansiones coloniales, construyamos un templo de bondad, equilibrio y amor, con la sonrisa en los morros y el buen talante en el corazón. Sólo con eso caerán las murallas de Jericó con que los marroquíes se protegen de nuestra agresiva penetración. Y lo están deseando los pobres, tan incomprendidos e injustamente tratados de nuestra parte. Ya se sabe: Marruecos-España, un malentendido histórico. Nunca hubo guerras, degollinas y apresamiento de inocentes, Diego de Torres y su misión de rescatar cautivos jamás existió, ni los mercedarios, ni Monte Arruit, ni etc. El mar nos une – y Mohamed nos separa - como saben bien los pescadores de Barbate y como atestigua toda la línea de atalayas costeras que en Andalucía gritan cómo fue el pasado en realidad; la burocracia represiva marroquí, que tan estupendamente controla las salidas clandestinas, se apresta a trincar los cuartos españoles para seguir haciendo lo mismo; los servicios secretos del Majzen garantizan una cooperación perfecta contra el terrorismo y el tráfico de drogas. Por tanto, la Alianza de Civilizaciones da su primer paso glorioso saltando por encima de diferencias y suspicacias infundadas. Ya lo ha dicho el luminoso ministro de Exteriores: el pueblo español así lo pide (no hay más que preguntar a los habitantes de El Ejido, Roquetas o Níjar para corroborar la clarividencia del prócer), en consecuencia es normal que quien le escribe los discursos involucre al Jefe del Estado en la gansada de la Alianza de Civilizaciones para vestir el muñeco de los negocios que algunos están haciendo. Y hacer negocios no es malo, pero vender humo creando expectativas fantásticas de entendimiento político, cultural y humano, ya entra de lleno en el terreno de la tomadura de pelo. Aunque los acuerdos políticos y administrativos a que se llegue no merezcan la más mínima fiabilidad –como siempre ha sido –, no hay que preocuparse: algunas buchacas engordarán bonito y el Godoy de turno, timonel infalible y sempiterno Rendido (de cansancio y de lo otro), prosigue su atractivo proyecto de arrasar lo que resta de España, por el norte, por el este, por el sur…
Portugueses: aprovechen y reclamen Olivenza, que resultaría lo menos malo de todo, pues, en definitiva, sería una forma de que la ciudad quedara en casa y a salvo de esta panda de asadores de manteca.
En nuestros días, mandando por delante a un Alí Bey contemporáneo llamado González y en compañía de su cuate Slim, otro genio del gobierno ha ideado una excelente vía para establecer una concordia eterna y fraternal con el vecino del sur: la Alianza de Civilizaciones. Como los tiempos ya no dan para expansiones coloniales, construyamos un templo de bondad, equilibrio y amor, con la sonrisa en los morros y el buen talante en el corazón. Sólo con eso caerán las murallas de Jericó con que los marroquíes se protegen de nuestra agresiva penetración. Y lo están deseando los pobres, tan incomprendidos e injustamente tratados de nuestra parte. Ya se sabe: Marruecos-España, un malentendido histórico. Nunca hubo guerras, degollinas y apresamiento de inocentes, Diego de Torres y su misión de rescatar cautivos jamás existió, ni los mercedarios, ni Monte Arruit, ni etc. El mar nos une – y Mohamed nos separa - como saben bien los pescadores de Barbate y como atestigua toda la línea de atalayas costeras que en Andalucía gritan cómo fue el pasado en realidad; la burocracia represiva marroquí, que tan estupendamente controla las salidas clandestinas, se apresta a trincar los cuartos españoles para seguir haciendo lo mismo; los servicios secretos del Majzen garantizan una cooperación perfecta contra el terrorismo y el tráfico de drogas. Por tanto, la Alianza de Civilizaciones da su primer paso glorioso saltando por encima de diferencias y suspicacias infundadas. Ya lo ha dicho el luminoso ministro de Exteriores: el pueblo español así lo pide (no hay más que preguntar a los habitantes de El Ejido, Roquetas o Níjar para corroborar la clarividencia del prócer), en consecuencia es normal que quien le escribe los discursos involucre al Jefe del Estado en la gansada de la Alianza de Civilizaciones para vestir el muñeco de los negocios que algunos están haciendo. Y hacer negocios no es malo, pero vender humo creando expectativas fantásticas de entendimiento político, cultural y humano, ya entra de lleno en el terreno de la tomadura de pelo. Aunque los acuerdos políticos y administrativos a que se llegue no merezcan la más mínima fiabilidad –como siempre ha sido –, no hay que preocuparse: algunas buchacas engordarán bonito y el Godoy de turno, timonel infalible y sempiterno Rendido (de cansancio y de lo otro), prosigue su atractivo proyecto de arrasar lo que resta de España, por el norte, por el este, por el sur…
Portugueses: aprovechen y reclamen Olivenza, que resultaría lo menos malo de todo, pues, en definitiva, sería una forma de que la ciudad quedara en casa y a salvo de esta panda de asadores de manteca.
Serafín Fanjul.
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