SI esto, como dice ZP, es la paz, yo maldigo esta paz. Como maldije la otra paz, la de la claudicación, la que mató a dos emigrantes en el atentado terrorista de Barajas. Maldita paz, en cuyo nombre matan a los soldados de España como si aún estuviéramos en el Barranco del Lobo, donde sigue habiendo una fuente que mana sangre de los españoles que mueren por su Patria. ¿Qué se nos ha perdido en Afganistán? ¿Por qué la deshonrosa retirada de Irak, que sonaba a los «repliegues tácticos» de los partes del general Rojo en la guerra civil cada vez que los republicanos perdían una batalla de nada, vamos, el Ebro, Teruel, Brunete, minucias? ¿Y por qué en cambio la permanencia en Afganistán? Si en Afganistán estamos en una guerra, ¿por qué no lo reconocen? ¿Y dónde están ahora los intelectuales del pesebre y los artistas de la subvención con la pegata del «no a la guerra»? ¿Por qué nos tenemos que tragar que la muerte de 84 soldados de España, 84, en la guerra de Afganistán, en el Barranco del Lobo de Afganistán, en el Gurugú de Afganistán, en el Monte Arruit de Afganistán, sean otros tantos «atentados»? ¿Qué lenguaje demoniaco es el que habla ZP, según el cual los atentados criminales de la ETA son «accidentes» y los ataques de guerra del enemigo en los que mueren nuestros soldados, «atentados»?
Si esto, como dice ZP, es la paz, yo maldigo esta paz. Porque yo conocía a uno de los soldados de España muertos en Afganistán, para quien reclamo todos los honores de los caídos por la Patria: sí, he dicho la Patria, ¿pasa algo? Se llamaba Germán Pérez Burgos. No, no era primo mío, aunque se llamara Burgos; no me cabe ese honor. Digo que lo conocía porque me ha pasado con él como ahora le habrá ocurrido a miles de sevillanos: que cuando se han enterado de que era costalero del palio de la Virgen de los Dolores de la cofradía de Santa Cruz, habrán reconocido sus andares bajo el recuerdo del paso tan clásico de esa cuadrilla del Martes Santo. Yo, muchos Martes Santos, sin saberlo, me he emocionado con los andares anónimos de este costalero y soldado de España que ha muerto por su patria. Germán iba igualado en la primera trabajadera de ese palio clásico, de la ciudad más honda y equilibrada, apolínea. En Sevilla se reza con los pies y metiendo el hombro debajo del palo de la trabajadera. Así rezaba Germán cada Martes Santo. Yo ahora estoy viendo su arte, anónimo como el de todos los costaleros, sin protagonismo, oculto por los faldones de terciopelo, el sentido púdico del trabajo que dijo Ortega. Viene el palio de la Virgen de los Dolores y a través de los respiraderos no se ve la cara de emoción de este sevillano de adopción, que hizo suya la ciudad cuando con su madre se vino a vivir en la Puerta Osario, la de las grandes cuadrillas de costaleros. El palio avanza ahora sobre los pies. Las bambalinas son un oleaje de bordados sobre la marea de la tarde. Anochece. Y en la memoria suena la banda de Tejera. Están revirando la esquina de una calle con poemático nombre machadiano: Doña Guiomar. Pero ahora que suena la música, y ahora que Germán viene meciendo cintura y metiendo riñones, lo que oigo en la banda es el toque de oración. La música de Tejera me vienen diciendo que la muerte de Germán Pérez Burgos no es el final. Que el próximo Martes Santo habrá vida otra vez en los crespones negros que veré en esa misma esquina, prendidos en la plata de unos varales de luto.
Y ahora que han matado a un costalero que era soldado de España y que murió por su Patria, me suena también la música de otros colores de sus sentimientos. La música centenaria de su Sevilla F.C. Otro «sevillista seré hasta la muerte», gloriosamente muerto ante el enemigo. Como Antonio Puerta. De su misma generación. Germán, en los afganistanes, con lo lejos que están los afganistanes, pensaba en su cofradía y en su Sevilla. Le pidió a su mujer que le comprara una camiseta negra del equipo blanco, porque cuando el equipo blanco juega en el extranjero con la camiseta negra lleva la bandera de España cruzándole el pecho. Como Germán la llevaba en este partido absurdo que estaba jugando en el extranjero, y en el que ha ganado, como su Sevilla F.C. de su alma, la amarga Copa de la gloria: «del deber, de la Patria y del honor».
A. Burgos.
Si esto, como dice ZP, es la paz, yo maldigo esta paz. Porque yo conocía a uno de los soldados de España muertos en Afganistán, para quien reclamo todos los honores de los caídos por la Patria: sí, he dicho la Patria, ¿pasa algo? Se llamaba Germán Pérez Burgos. No, no era primo mío, aunque se llamara Burgos; no me cabe ese honor. Digo que lo conocía porque me ha pasado con él como ahora le habrá ocurrido a miles de sevillanos: que cuando se han enterado de que era costalero del palio de la Virgen de los Dolores de la cofradía de Santa Cruz, habrán reconocido sus andares bajo el recuerdo del paso tan clásico de esa cuadrilla del Martes Santo. Yo, muchos Martes Santos, sin saberlo, me he emocionado con los andares anónimos de este costalero y soldado de España que ha muerto por su patria. Germán iba igualado en la primera trabajadera de ese palio clásico, de la ciudad más honda y equilibrada, apolínea. En Sevilla se reza con los pies y metiendo el hombro debajo del palo de la trabajadera. Así rezaba Germán cada Martes Santo. Yo ahora estoy viendo su arte, anónimo como el de todos los costaleros, sin protagonismo, oculto por los faldones de terciopelo, el sentido púdico del trabajo que dijo Ortega. Viene el palio de la Virgen de los Dolores y a través de los respiraderos no se ve la cara de emoción de este sevillano de adopción, que hizo suya la ciudad cuando con su madre se vino a vivir en la Puerta Osario, la de las grandes cuadrillas de costaleros. El palio avanza ahora sobre los pies. Las bambalinas son un oleaje de bordados sobre la marea de la tarde. Anochece. Y en la memoria suena la banda de Tejera. Están revirando la esquina de una calle con poemático nombre machadiano: Doña Guiomar. Pero ahora que suena la música, y ahora que Germán viene meciendo cintura y metiendo riñones, lo que oigo en la banda es el toque de oración. La música de Tejera me vienen diciendo que la muerte de Germán Pérez Burgos no es el final. Que el próximo Martes Santo habrá vida otra vez en los crespones negros que veré en esa misma esquina, prendidos en la plata de unos varales de luto.
Y ahora que han matado a un costalero que era soldado de España y que murió por su Patria, me suena también la música de otros colores de sus sentimientos. La música centenaria de su Sevilla F.C. Otro «sevillista seré hasta la muerte», gloriosamente muerto ante el enemigo. Como Antonio Puerta. De su misma generación. Germán, en los afganistanes, con lo lejos que están los afganistanes, pensaba en su cofradía y en su Sevilla. Le pidió a su mujer que le comprara una camiseta negra del equipo blanco, porque cuando el equipo blanco juega en el extranjero con la camiseta negra lleva la bandera de España cruzándole el pecho. Como Germán la llevaba en este partido absurdo que estaba jugando en el extranjero, y en el que ha ganado, como su Sevilla F.C. de su alma, la amarga Copa de la gloria: «del deber, de la Patria y del honor».
A. Burgos.
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