
Zapatero ha perdido una ocasión única de demostrar al mundo entero, puesto que de un acontecimiento de dimensión universal se trataba, que no es el presidente radical y sectario del que le acusa la oposición. Ha preferido, sin embargo, ofender a la figura universal de la Paz por excelencia simplemente porque es la cabeza visible de Dios en la tierra y porque representa a más de mil millones de católicos a los que ya se puede decir con toda contundencia que él desprecia. El presidente del Gobierno podía haber cumplido con su deber, pero no ha querido hacerlo. Un error mayúsculo en su carrera política, en la forma y en el fondo.
Si pese a haberse casado por la Iglesia hace dieciséis años no quería ir a la misa final – aunque asistiese al funeral por las víctimas de Valencia - para hacer gala así de su laicismo recalcitrante, pase. Pero ignorar la despedida oficial al Papa dejando para el caso a los Reyes es un feo innoble, una ofensa gratuita, indigna del puesto que ostenta. Afortunadamente no ofende quien quiere sino quien puede. Y ante la figura de Benedicto XVI, con toda su finura y solidez intelectual, Zapatero ha quedado como un hombre de corazón huraño, minúsculo, tan carente de generosidad y tan ramplón que da lástima.
Por no atreverse, ni siquiera se atrevió a aparecer con sus niñas ante el Pontífice, a pesar de que hace un par de años hicieron la Primera Comunión, no vaya a ser que se le confunda con la "familia tradicional". Pobre Zapatero. Allá él con su collar de perlas para Sonsoles. Afortunados el millón y medio de peregrinos llegados de todas partes del mundo a Valencia para demostrar su alegría junto al Papa. Un “collar de perlas con una cruz”… que se auto concede – desde la propia Moncloa - por el talante.
Isabel Durán. Libertad Digital.
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