27 mayo, 2006

DOS BANDERAS SOBRE GIBRALTAR I.-

Tengo desde hace algunos años una idea clara sobre el futuro de Gibraltar. Debería existir una doble soberanía, con Gran Bretaña y España unidas eternamente para dar a este pequeño enclave de 18.000 votantes la rara distinción de poseer un futuro bicéfalo comparable, aunque no necesariamente igual, al de Andorra, una bicefalidad que refleje su pasado y sus futuras posibilidades. Mi primera visita a Gibraltar fue en la década de 1950 y recuerdo una auténtica sensación de desagrado al descubrir que había viajado tan lejos a través del continente europeo para tan sólo encontrar una ciudad que se esforzaba tanto como podía por parecer una pequeña población de Surrey. Siempre tuve, desde mis años de escuela, el deseo de vivir al sur del Canal. Reconozco que esto es una excentricidad, yo mismo lo he denominado 'byronmanía', pero no pienso acudir a un psiquiatra carísimo para desalojar esta idea. En aquellos días de los años 50, yo tenía un tío, el tío Charles, un general de brigada retirado que vivía en Churriana, el mismo pueblo que Gerald Brenan. Era un hombre bastante convencional a quien no le gustaban nada las formas bohemias de Don Gerardo. Él, mi tío Charles, solía viajar a Gibraltar una vez por semana para cambiar dinero.Yo le dije que el coste del viaje descompensaba el posible beneficio económico que pudiera obtener de una cuota de cambio más ventajosa. A esto mi tía, la esposa de Charles, tan convencional y tan buena como su marido, me contestó con severidad que tenían que ir a “el Peñón” cada semana por razones morales. Nunca terminé de entender qué es lo que quería decir con eso. Es cierto que el General Franco todavía ocupaba su trono en aquellos días y que ello podía suponer algo muy claustrofóbico para ciertos caballeros ingleses, pero estoy seguro de que mi tío Charles no era uno de ellos. Aunque de muy buen corazón, él también era un hombre bastante autoritario y pensaba, por ejemplo, que mi libro sobre la Guerra Civil era la obra de un comunista.Ese libro salió uno o dos años después de la conversación con mi tío. Por entonces me encontraba en Inglaterra y me había convertido en miembro del Partido Laborista inglés y, algunos meses después, me pidieron que tomase parte en un subcomité para asuntos españoles de ese partido en el departamento internacional de instituciones. Se denominaba The Spanish Democrats Defense Committee, el Comité en defensa de los españoles demócratas. La mayoría de sus miembros eran parlamentarios laboristas - era 1963, de modo que el partido estaba fuera del poder por entonces - y el comité incluía al formidable sindicalista Jack Jones, que había luchado con las Brigadas Internacionales y había sido herido en la batalla del Ebro. En otra ocasión discutimos el tema de Gibraltar y recuerdo que preparé un documento en el que simplemente se afirmaba que Gran Bretaña debería devolver Gibraltar a un gobierno democrático en España. Este documento fue aprobado por el departamento internacional del Partido Laborista, que era en esos días una institución muy anticolonialista. Cuando el Partido Laborista llegó al poder en octubre de 1964, el presidente de nuestro comité, un sindicalista y al mismo tiempo parlamentario galés llamado Walter Padley, se convirtió en Secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores británico. En una ocasión, después de las elecciones de 1964, le recordé nuestra conversación sobre el futuro de Gibraltar. “No creo que podamos hacer nada sobre eso por el momento”, me contestó jovialmente. El Comité en defensa de los españoles demócratas se disolvió pronto. Así es la política.
Mi siguiente incidente relacionado con Gibraltar fue igualmente radical. Recuerdo que hacia 1966 uno de los ministros laboristas del Ministerio de Defensa, Christopher Mayhew, había dimitido porque el Primer Ministro, Harold Wilson, había determinado no construir más portaaviones. Sobre este asunto decidí escribir un artículo para el “Observer” afirmando que sería mucho más sensato tener un nuevo portaaviones que retener Gibraltar, la cual suponía un objetivo fijo en caso de una futura guerra. Temo decirles que ese artículo, como tantas otras cosas en el periodismo, no tuvo efecto alguno. La Embajada de España, por supuesto, sí se percató de él - aquellos era los dorados días de los Marqueses de Santa Cruz en Belgrave Square - y el artículo se publicó al completo en el llamado Libro rojo sobre Gibraltar del gobierno en 1967 pero, a excepción de esto, el artículo se extinguió, por así decirlo, sin dejar rastro. Más tarde, hacia 1977, me pidieron que diese una conferencia en Gibraltar y acepté. Creo que era sobre el futuro de España tras la muerte del General Franco. Recuerdo bien aquella ocasión por tres razones. La primera, porque el gabinete de Gibraltar al completo vino a mi conferencia. Sentado en la primera fila estaba Sir Joshua Hassan, un gran caballero, un hombre muy listo con una mujer española encantadora. Ella me dijo: “Cuando vaya a Londres me gustaría poder llamarle por teléfono”. Sir Joshua añadió: “Lo he oído y no me importa”. Más tarde, en el almuerzo con él y los miembros de su gobierno, recuerdo que tuve la impresión de estar en algo así como un pequeño estado alemán del siglo XVIII, en el que se discutiría si hubiera que tener buenas relaciones con Bavaria o con Prusia. El ambiente era extremadamente cordial y relajado. Entonces, el número dos de Hassan, que era además alcalde de Gibraltar, su nombre era Adolfo Canepa, me dijo que no le gustaba ya ir a Londres porque en Oxford Street no se veía más que gente negra. Pensé que ese era un comentario bastante revelador sobre la naturaleza de las relaciones de los gibraltareños con la madre patria, si es que esa es la manera correcta de poner el tema. Finalmente, en aquella misma ocasión, di una entrevista a la televisión gibraltareña. La entrevista acompañaba a las noticias leídas por un comandante de las Reales Fuerzas Aéreas (RAF) (a squadron leader) ya retirado. Él me hacía una pregunta y entonces la cámara me enfocaba a mí mientras que el comandante aprovechaba para dar un sorbo a un gran vaso de ginebra con tónica que tenía a su lado, en el suelo. Cuando la cámara se volvía hacia él, ya había puesto la esencial ginebra de nuevo en el suelo.
Mi vida política, como pueden ver, ha sido bastante impredecible con la excepción de que siempre he deseado un futuro para Gibraltar en el que España estuviese de alguna forma vinculada. Digo esto porque, a pesar de mi misión en el Comité de defensa de los españoles demócratas del Partido Laborista, vine a Madrid en 1978 como consejero de Margaret Thatcher en el congreso de la UCD. Puedo decir ahora que le ayudé con su discurso. No creíamos deseable mencionar Gibraltar. Recuerdo que, mientras ella hablaba, alguien al fondo de la sala gritó "¿Y el Peñón?". Pero Margaret Thatcher no sabía lo que eso quería decir y eso es comprensible: Gibraltar siempre parece demasiado pequeño para tener dos nombres. Y recuerdo también que ella se enfadó porque Marcelino Oreja, entonces Ministro de Asuntos Exteriores, trató de discutir el tema cuando, en su opinión, su visita era para manifestar la solidaridad con el gobierno del brillante Adolfo Suárez. HUGH THOMAS / HISTORIADOR.

No hay comentarios: