27 mayo, 2006

DOS BANDERAS SOBRE GIBRALTAR II.-

En 1982 tuve dos experiencias relacionadas con Gibraltar. La primera cuando Leopoldo Calvo Sotelo vino a Londres para hablar con Margaret Thatcher sobre la OTAN. Tras el almuerzo que la Primera Ministra dio en su honor, Margaret Thatcher me llevó aparte, a los pasillos del número 10 de Downing Street, para decirme poco más o menos esto: “Bien, está en sus manos. El Gobierno español debe ahora intentar convencer a los gibraltareños de que pueden trabajar con ellos tan bien como con nosotros”. Ese mismo año, en 1982, tuve una segunda experiencia relacionada con Gibraltar. Me pidieron que hablase sobre el tema en los cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo, en Santander. En aquella ocasión y por primera vez enuncié la idea de un gobierno bajo dos banderas. ¿Fue a mí a quien se le ocurrió esta idea? No lo recuerdo. No era algo en lo que hasta entonces ningún gobierno español hubiese estado interesado. Yo, como inglés que he dedicado gran parte de mi vida a investigar la historia de España, siento personalmente una doble lealtad: con Gran Bretaña, claro, pero también con España que me ha recibido siempre tan bien. Por eso soy el gibraltareño ideal, aunque ningún gibraltareño nato estaría de acuerdo. Ciertamente, la solución de una doble bandera creo que representa la realidad de esta situación. Gran Bretaña está en su derecho al apoyarse en el viejo Tratado de Utrecht y el hecho de que dicho documento se firmase hace trescientos años no afecta en realidad la cuestión. La edad no desgasta a una ley. Escocia se unió a Gran Bretaña por medio del Acta de Unión (Act of Union) un año o dos antes de 1707. El Tratado de Utrecht preparó además el camino para la subida al trono de España de los Borbones, de los que Don Juan Carlos es el último y más destacado exponente. Por otro lado, como todos sabemos, España posee un interés legal importante en esta posición ya que aquel antiguo tratado prohibía explícitamente a Gran Bretaña ceder Gibraltar a ningún otro poder; y en general se ha entendido que una aserción de independencia a los gibraltareños - algo, por otro lado, absurdo cuando se trata de una ciudad de menos de 20.000 votantes - constituiría una violación del tratado. Sé muy bien que España está además preocupada, al menos, por otros cinco motivos.
Primero, no hay duda de que la construcción del aeropuerto durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial - creo que la construcción tuvo lugar antes de que comenzase la II Guerra Mundial - en lo que hasta entonces se había considerado como “terreno neutral” constituyó una violación del tratado por parte de Gran Bretaña. Resulta curioso que el General Franco, tan nacionalista como era, no expresase una queja más contundente en el momento de su construcción.
En segundo lugar, los aviones que vuelan a Gibraltar no pueden hacerlo, obviamente, sin pasar por el espacio aéreo español.
Tercero, cualquier asunto relacionado con la posibilidad de un ataque enemigo sobre Gibraltar proveniente, por ejemplo, del norte de África (lo cual, a largo plazo, no puede ser del todo descartado), afectaría a España.
Cuarto, aun cuando Gibraltar no sea parte del Estado español sí lo es, indudablemente, de la península de ese nombre. Es, sin duda, una más de esas 'Españas' de las que los letrados medievales solían hablar.
En quinto lugar, Gibraltar, con más compañías activas que votantes, tiene la apariencia de un paraíso fiscal y no me parece en absoluto extraño que España sienta desagrado en que semejante situación se encuentre vecina de un territorio que no mantiene todas las reglas del juego europeo, en un momento en el que ella -España- se está esforzando para que la normativa europea sobre estas cuestiones se ponga en práctica con efectividad.
Sexto, aunque durante los últimos trescientos años Gibraltar haya pertenecido a Gran Bretaña, de los cuales quedan en la memoria grandes pero también trágicos momentos, como fueron los de las guerras mundiales, hay, claro está, una historia de Gibraltar antes de 1704. Algunos de mis queridos colegas en la Cámara de los Lores juegan de vez en cuando con la idea de que Gibraltar perteneció a Castilla solamente entre 1490 y 1704. Sin embargo, la España morisca era también parte de España y, en esencia, la historia hispánica del Peñón se remonta al Imperio romano e incluso antes. Debo mencionar tres cuestiones más: en primer lugar, es al menos interesante resaltar que Gibraltar constituye la última disputa territorial entre grandes poderes, el tipo de disputa que en el pasado habría desembocado en guerras, incluso guerras mundiales. ¿Recuerden Alsacia, o los Sudetes? Me encantaría ver esfuerzos conjuntos en varias cosas: podría organizarse, por ejemplo, una exposición que diese a conocer el Tratado de Utrecht y pusiese de manifiesto algunas cláusulas en el documento que el curso de los acontecimientos ha dejado atrás. Por ejemplo el requisito de que moros y judíos fuesen excluidos permanentemente del Peñón, o la oportunidad que el Tratado daba a Gran Bretaña (y eventualmente a la Compañía del Mar del Sur - The South Sea Company -) para llevar 4.000 esclavos africanos al año al imperio español. Podría haber numerosas actividades culturales en las que ese papel conjunto podría ser enfatizado. Este año, el 2005, supone el cuarto centenario de la publicación de 'El Quijote'. Ese evento podría ponerse de relieve en Gibraltar, ya que el libro fue durante muchos años el más leído al mismo tiempo en Inglaterra y en España. Don Quijote puede ser otro puente entre dos culturas. Podría contemplarse la idea de una fiesta gibraltareña con motivo de las fiestas de San Roque. En relación al modelo de gobierno: aun reservando la mayor parte de su constitución actual, con una pequeña asamblea electa, yo sugeriría que el cargo de gobernador, con sus connotaciones colonialistas, debería ser suprimido para sustituirse por dos personas con un título distinto, quizás el de 'comisario', un título europeo, que presidieran todos los actos ceremoniales durante cuatro años, con las dos banderas a su lado. No quiero, en este momento, entrar en más detalles, tan sólo insistir en que alguna idea de este tipo sería el mejor camino hacia adelante para todos los interesados. En cualquier caso, en lo que sí me gustaría insistir es en que el futuro de Gibraltar debería ser decidido y construido por hombres o mujeres generosos de espíritu y con gran imaginación, no por burócratas menores incapaces de despegar sus ojos de la rancia memoria del pasado. Si yo fuera el gobernador de Gibraltar hoy... “Pero esa es otra historia”, como concluyen muchos de los libros infantiles en Inglaterra.
HUGH THOMAS / HISTORIADOR.

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