QUIEREN LA COMPLICIDAD DE TODOS.
Según nuestro siempre sonriente presidente de gobierno, él envía las tropas españolas al Líbano en misión de paz, no a la guerra como hizo Aznár. Según él, le ampara la legalidad, la moral y la razón. Y, sin embargo, debe haber algo que le reconcome por dentro, puesto que desde sus huestes no se deja de reprochar al PP sus razonables dudas ante la decisión del despliegue. ¿Qué teme Rodríguez Zapatero en esta ocasión que no le ha importado en otros pactos rotos o nunca buscados? Es la primera vez que parece empeñado en que el PP sea su compañero de cama.
Tanto, que desde las filas socialistas no cejan en avisar a Mariano Rajoy, el líder del PP, de que no se deje llevar por los radicales de FAES o los halcones pro sionistas del GEES. Si les sigue y no vota a favor del despliegue, quedaría deslegitimado, dicen. Vuelta por pasiva la frase, quiere decirse que sólo si Rajoy escucha y hace caso a los líderes socialistas será un líder político libre de toda sospecha. Desde luego, a Mariano Rajoy cabe exigirle una cosa: que haga lo que crea correcto, lo diga quien lo diga o aunque no lo diga nadie. Pero que conste que los del PSOE, al colocarle entre un no que, según ellos, es patrimonio de FAES y del GEES, y el sí del bienintencionado presidente Rodríguez Zapatero, han dejado más que devaluado el apoyo al despliegue.
Este empeño en llevarse al PP al redil sólo tiene una explicación: la misión en la que nos embarca Zapatero será larga – de hecho no cuenta con límite temporal alguno – y, aunque no sea el factor determinante, está plagada de riesgos. En el mejor de los casos, será un ridículo diplomático cuando estalle la próxima guerra en la zona; en el peor, será una trampa mortal para nuestros soldados. Y en ninguna de esas tesituras quiere el gobierno encontrarse con una leal oposición capaz de levantarse y soltar amarras. Ya lo dijimos.
Rodríguez Zapatero y su escudero Alonso se están comportando como auténticos trileros. Pero también a los profesionales se les pilla en algún momento. Quieren que todos carguemos con lo que es exclusiva responsabilidad suya. Lo han decidido solitos y aventureramente, saltándose las normas más elementales de la decencia entre las fuerzas políticas; han desoído a los militares que les piden un contingente más numeroso para garantizar mejor su seguridad; se han alineado con los terroristas contra Israel... ¿qué más se puede pedir?
Si el PP piensa al final que lo menos malo es votar que sí a un despliegue ridículo, ineficaz y peligroso, al menos que lo haga de manera coherente y no siguiendo la ocultación e imprevisión del ejecutivo socialista. Que no vayan 1.100 militares; que, al menos, se desplieguen 1.700. Así nuestros soldados no sólo se podrán sentir mejor protegidos sino que es la cifra mínima para que puedan hacer algo sobre el terreno. Que le pregunten a Alonso y al militar de mayor graduación que le aconseja al oído, el general Sanz, el actual JEMAD, cuántos de esos 1.100 se dedicarán a tareas de apoyo, mantenimiento, comunicaciones y todas esas cosas que se quedan de cuarteles adentro. ¿Cuántos de esos 1.100 van a estar en la calle de verdad? En el Congo no llegan a 80. En el Líbano serán un poco más. Pero no mucho más. ¿Es esa la contribución eficaz que dicta el infinito ansia de paz de nuestro presidente?
Tanto, que desde las filas socialistas no cejan en avisar a Mariano Rajoy, el líder del PP, de que no se deje llevar por los radicales de FAES o los halcones pro sionistas del GEES. Si les sigue y no vota a favor del despliegue, quedaría deslegitimado, dicen. Vuelta por pasiva la frase, quiere decirse que sólo si Rajoy escucha y hace caso a los líderes socialistas será un líder político libre de toda sospecha. Desde luego, a Mariano Rajoy cabe exigirle una cosa: que haga lo que crea correcto, lo diga quien lo diga o aunque no lo diga nadie. Pero que conste que los del PSOE, al colocarle entre un no que, según ellos, es patrimonio de FAES y del GEES, y el sí del bienintencionado presidente Rodríguez Zapatero, han dejado más que devaluado el apoyo al despliegue.
Este empeño en llevarse al PP al redil sólo tiene una explicación: la misión en la que nos embarca Zapatero será larga – de hecho no cuenta con límite temporal alguno – y, aunque no sea el factor determinante, está plagada de riesgos. En el mejor de los casos, será un ridículo diplomático cuando estalle la próxima guerra en la zona; en el peor, será una trampa mortal para nuestros soldados. Y en ninguna de esas tesituras quiere el gobierno encontrarse con una leal oposición capaz de levantarse y soltar amarras. Ya lo dijimos.
Rodríguez Zapatero y su escudero Alonso se están comportando como auténticos trileros. Pero también a los profesionales se les pilla en algún momento. Quieren que todos carguemos con lo que es exclusiva responsabilidad suya. Lo han decidido solitos y aventureramente, saltándose las normas más elementales de la decencia entre las fuerzas políticas; han desoído a los militares que les piden un contingente más numeroso para garantizar mejor su seguridad; se han alineado con los terroristas contra Israel... ¿qué más se puede pedir?
Si el PP piensa al final que lo menos malo es votar que sí a un despliegue ridículo, ineficaz y peligroso, al menos que lo haga de manera coherente y no siguiendo la ocultación e imprevisión del ejecutivo socialista. Que no vayan 1.100 militares; que, al menos, se desplieguen 1.700. Así nuestros soldados no sólo se podrán sentir mejor protegidos sino que es la cifra mínima para que puedan hacer algo sobre el terreno. Que le pregunten a Alonso y al militar de mayor graduación que le aconseja al oído, el general Sanz, el actual JEMAD, cuántos de esos 1.100 se dedicarán a tareas de apoyo, mantenimiento, comunicaciones y todas esas cosas que se quedan de cuarteles adentro. ¿Cuántos de esos 1.100 van a estar en la calle de verdad? En el Congo no llegan a 80. En el Líbano serán un poco más. Pero no mucho más. ¿Es esa la contribución eficaz que dicta el infinito ansia de paz de nuestro presidente?
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.
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