04 septiembre, 2006

LECCIONES IRAQUIES.-

LO QUE PODEMOS APRENDER DE NUESTROS ERRORES.
Estamos donde estamos en Irak y no es muy cómodo. Estamos donde estamos en Irak porque se cometieron errores en la planificación y ejecución de la guerra. Si pudiéramos retroceder y hacerlo todo de nuevo, ¿qué haríamos distinto?
Querríamos empezar con mejor inteligencia, no solamente saber dónde tenía Saddam Hussein sus almacenes llenos de antrax y gas nervioso, sino también sobre el estado de la nación iraquí después de décadas de abuso a manos de un dictador brutal que privilegió a la minoría sunní, oprimió a los chiítas y trato de borrar a los kurdos del mapa.
Habría sido de gran ayuda que el Pentágono, al final de la Guerra Fría, se hubiese concentrado en el futuro. En lugar de seguir preparándose para una guerra contra la Unión Soviética, podría haber entrenado fuerzas adicionales para operaciones especiales que luchasen contra insurgentes y terroristas. Los estrategas podrían haber previsto que derrocar a un régimen despótico no sería la fase más difícil de enfrentamientos futuros. Prevenir la carnicería y el caos durante la reconstrucción de las nuevas instituciones de gobierno sería donde el camino se congela.
Cuando se lanzó el asalto a Saddam, iraquíes – representando a un gobierno iraquí en el exilio – deberían haber estado montados en los tanques de plomo camino a Bagdad. Los portavoces americanos habrían apuntado lo complacidos que estaban de ayudar a estos bravos patriotas a liberar su país.
Debería haber sido un líder iraquí el que tomase las riendas inmediatamente. Él habría entendido que esperábamos que hiciese reformas democráticas con el pasar del tiempo. Pero que habríamos comprendido que la ley marcial podría ser necesaria mientras erradicaba, con nuestra ayuda, los vestigios del régimen de Saddam y prevenía que terroristas extranjeros pusieran sus bases en el país.
¿Qué habría pasado si no hubiésemos encontrado a ese alguien, el tipo de líder que Hamid Karzai ha sido en Afganistán? Entonces, deberíamos haber pospuesto la invasión hasta encontrarlo. Confiarse en que ese alguien surgiese, era demasiado arriesgado.
El ejército iraquí no debía haber sido disuelto por un procónsul americano. Más bien, el nuevo líder iraquí habría hecho una purga del cuerpo de oficiales fieles a Saddam (mayoritariamente sunníes) y de baazistas, mientras que los soldados (mayoritariamente chiítas) deberían haber sido llamados de vuelta a sus puestos. Allí mismo deberían haber recibido un cheque con su sueldo de manos de los nuevos comandantes (tanto sunníes como chiítas).
Habríamos trabajado con las fuerzas militares iraquíes para frenar el crecimiento de milicias y prevenir la organización de una insurgencia. Pero si esas fuerzas se desarrollasen a pesar de nuestros mejores esfuerzos, el Presidente Bush y el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld habrían podido ser sinceros sobre lo que nos cuenta la historia militar: Raras veces se derrota a las insurgencias a toda prisa.
Las intervenciones sirias e iraníes en Irak habrían desatado no sólo denuncias sino consecuencias lo suficientemente incómodas para hacer que dejaran de entrometerse.
Dentro de Irak, la estabilización habría precedido a la reconstrucción. Se le habría dicho a los líderes tribales: Ustedes tendrán dinero, empleos y desarrollo una vez que su zona de Irak sea estable. Pero si no podemos conseguirlo aquí, iremos a otro sitio. Y si los terroristas se establecen entre ustedes, todos sufrirán.
Lo sé: Es fácil verlo todo claro en retrospectiva, es fácil ganar batallas sobre el papel. Y a nadie – a ningún político, general o diplomático – puede pedírsele que tome las decisiones correctas el 100% del tiempo. El 51% es por lo general suficiente para producir una línea de tendencia positiva.
Pero también es cierto que las tendencias en Irak no han sido positivas. Audaces “revisiones pasada la acción” son necesarias para emprender cambios y adaptarse, así como el desarrollo de nuevas y mejores estrategias en busca de objetivos realistas. Uno sólo puede tener la esperanza de que estas prácticas, como la que he esbozado arriba, estén teniendo lugar en el Consejo de Seguridad Nacional, el Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA.
Es esperanzador ver que se está haciendo un nuevo esfuerzo – por fin – para asegurar y estabilizar Bagdad. La capital iraquí es hogar de más de la cuarta parte de la población iraquí y es el área más diversa del país, étnica y religiosamente hablando. Si este esfuerzo tiene éxito – y no debemos escatimar recursos para asegurar que así sea – esto podría servir para empezar a darle la vuelta a la tortilla. Puede que Irak nunca se parezca a Suiza. Pero ¿es demasiado pedir que tampoco sea el terreno para una base gangsteril o de terroristas?
Sí, los americanos están fastidiados con esta guerra. Pero la mayoría de americanos, sospecho, no quieren salir corriendo ni tampoco quieren que simplemente “mantengamos el rumbo”. Lo que quieren es tener lo que creían que tenían: Una maquinaria militar y de inteligencia capaz de derrotar a los enemigos de Estados Unidos, fuera quien fuera, estuviera donde estuviera. Ésa no es una misión imposible. Pero requerirá que aprendamos de los errores.
Clifford D. May, antiguo corresponsal extranjero del New York Times, es el presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias. También preside el Subcomité del Committee on the Present Danger.
©2006 Scripps Howard News Service. ©2006 Traducido por Miryam Lindberg.

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