17 agosto, 2007

VENECIA, SEVILLANIZADA.-

Estamos rodeados. Ya no nos queda ni Venecia. La capital de la Serenísima era hasta ahora la guindola de salvamento que nos tiraban en el naufragio de la intocable (pero tocadísima, más que «Caridad del Guadalquivir») Sevilla monumental. Cuando convertían a la Alameda en un paseo marítimo modelo Marina Dor; cuando degradaban la Plaza del Pan a Plaza del Pan Pringao; cuando en La Pescadería plantaban el monumento absurdo a Clara Campoamor; cuando sembraban la Avenida de catenarias para romper hasta la fragancia de los nardos de la Virgen de los Reyes; cuando disfrazaban a la Puerta Jerez de Düsseldorf y a la Plaza Nueva, de Hamburgo. Cuando anunciaban que iban a alzar un rascacielos ochocientos mil metros más alto que la Giralda; cuando nos metían por toda Sevilla el Carril Bici, y tiraban el dinero para arrancar los históricos adoquines de Gerena en el Muelle de la Sal, con un derrochón pasillo de madera como de ducha de gimnasio, en versión «mantente mientras cobro». Cuando los del pesebre de la cultura le daban a la maquinilla de los tópicos de la modernidad y del progreso, afirmando que el proceso de construcción de la ciudad no está aún terminado, y que debe ser continuado con las cagadas de cuatro contemporáneos que dicen ellos mismos que son unos genios y que no nos podemos quedar sin sus obras.
Cuando de cara a la Expo, en la Expo y después de la Expo asistimos a una Tercera Desamortización, en la que la Iglesia consintió (trincando la tela del partido del aborto y la eutanasia) que su patrimonio artístico y especialmente el de los conventos fuera sustancialmente degradado y cambiado de uso, cuando no directamente destruido o alterado.
Cuando todo esto ocurría, y cuando la piqueta volvía a campar por sus respetos, y el Íbex 35 de las acciones de Pavón el Derribista subían como los precios tras el euro; cuando todo esto pasaba en Sevilla, decíamos siempre: «Mira cómo contra Venecia, que es una ciudad histórica menos importante que Sevilla, no cometen estas tropelías».
Nos quedaba Venecia. Que suena a canción de Aznavour. Y que sonaba a confortación del ánimo ante la desolación de la quimera, la dormición del sueño llamado Sevilla y la pérdida de los cielos...y de los papeles.
Ya, ni Venecia nos queda. A Venecia parece que han llegado estos señores derrochones que se están cargando a Sevilla (el pueblo lo dijo en la procesión de la Virgen de los Reyes) y que nos gobiernan en coalición con el Tío de la Cachimba. Los venecianos parece que se han vuelto como los conformistas y resignados sevillanos achantados, que votan y votan y vuelven a votar, como los peces en el río, a los que sistemáticamente están destruyendo la ciudad, aunque para distraernos nos digan que fue la dictadura de Franco la que se cargó a Sevilla.
Venecia, hasta ahora, era territorio vedado para los modernos y para los arquitectos de la genialidad, ésos a los que Sevilla les va a entregar la gaseosa de los recalificados terrenos del pelotazo de la Cruz del Campo (el nuevo Humilladero de la Cruz del Campo), para que se harten de hacer perrerías de las suyas allí. Venecia, a la que antes nadie se atrevía a ponerle la mano encima, se ha sevillanizado. Al Gran Canal, intocable, sueño de pintores y de poetas, memoria melancólica de la película sobre la novela de Thomas Mann, adolescencia de Tazio en la ciudad que va muriendo mientras se hunde en la Laguna Véneta, ha llegado un arquitecto moderno y, como si estuvieran en Sevilla, le ha colocado su cagada contemporánea: un puente. Puente de un señor que es muy conocido en la Sevilla de la Expo, el arquitecto valenciano Santiago Calatrava. En el Gran Canal, en la Plaza de Roma, frente a la Ferrovía, Calatrava ha plantado un puente con las increíbles medidas de 85 metros y 420 toneladas, ya proclamado como la primera obra arquitectónica posmodernista de Venecia. Un puente de estructura de acero, ornamentada con piedra blanca de Istria (que debe de ser el Macael de allí) y con cortavientos de cristal. ¿No les suena? Vamos, como las catenarias, pero en forma de puente. Así que ya no nos queda ni Venecia como modelo de respeto al pasado monumental de una ciudad histórica. Estamos rodeados. Queríamos “aveneciar” Sevilla y resulta que han sevillanizado Venecia.
Antonio Burgos.

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