DOS CULTURAS AL ENCUENTRO.-
La Familia Barca, y la Familia Scipio, produjeron cada uno desde su orilla, dos personajes dispares pero que el destino les obligaría a encontrarse. De ese encuentro, surgió el odio primero, el respeto posterior, y luego el afecto y la comprensión.
Su primer contacto, tratando de cernir lo más posible, la mitología que entorno a los Grandes Históricos se forma, y elegir de entre lo mucho escrito lo más razonable, lo más probable, lo más riguroso, fue seguramente en Tesino o en Trebia. Un Aníbal triunfante en su imparable carrera hacia Roma, plantea batalla a un General Romano. Escipión con 18 años, Aníbal con 29, su primer encuentro.
El General Romano, P.C. Escipión, padre de nuestro Escipión al que las generaciones posteriores llamarán “El Africano”, se vio envuelto en Trebia, en una refriega demasiado peligrosa para un General, allí estaba Aníbal, con su vanguardia dispuesto a que nada quedara al azar. El mayor estratega de su Epoca, estaba en su total plenitud.
No podía dejar perder la oportunidad de cobrarse a la presa máxima. A su edad ya el rostro de Aníbal aparecía ajado, penetrado por surcos y cicatrices, su tez morena, requemada por el sol y azotada por el viento, con grandes signos de sufrimiento. Fueron a por el romano, asolando sin piedad a todo lo que se les ponía por delante, ciego de ira, rencor y odio.
Ya hacía 10 años, en Hélice (Elche), peleando a las órdenes de su idolatrado padre Amílcar Barca, contra el Oretano Orisón, en un desgraciado y fatal accidente, se ahoga en un río Amílcar, su padre.
A la sazón con 18 años, Aníbal se transforma, y el muchacho enjuto se crece y se produce en él el cambio que lo llevaría a la gloria en Cannas. El motor del cambio, el elixir de la transformación, fue, según sus propias palabras, “El odio a muerte a los Romanos”.
Pero volvamos a la escena de Trebia, el General Romano parece sentenciado. Esta acorralado, no le queda Guardia personal, están desbordados, ya ha saltado la sangre, salpicado o rozado por las poderosas falcatas cartaginesas, su rostro se demuda, va a afrontar la muerte con la dignidad de un general Romano, no se dejará prender vivo, esquiva varias certeras pedradas de los honderos Baleares de Aníbal, otra le impacta en el pecho, le arde, le deja sin respiración, se dobla, al mirar al suelo, alcanza con su mano y coge un Pilum, se yergue lo lanza al que parece el Jefe, este lo aparta con el escudo, es Aníbal, ya tiene a su enemigo al alcance, nada le detendrá.
El General Publio Cornelio Escipión, con las galas sucias, las antorchas caídas, los penachos raídos, cede, y, en ese momento, llegan unos jinetes al galope –son 6- interceptan el ataque, descabalgan cubren al general, con sus cuerpos, con sus túnicas, con sus escudos estructuran una pequeña formación de tortuga.
Uno de ellos muy joven para, con su espada corta, el mandoble mortal dirigido ya al grupo, casi lo recibe, lo devuelve, tumulto, choque de titanes, los caballos empujan, caen ambos, el General es izado en volandas y llevado prácticamente en el aire. Lo ponen a salvo.
El fragor y la confusión, el estruendo y el espeso aire de la batalla los separa, los Romanos huyen, pero, Aníbal ya nunca olvidara los inyectados ojos del Joven Escipión, esos ojos donde no había odio como en los suyos, eran firmes y tensionados, pero limpios de rencor, él había salvado a su padre, Aníbal no lo consiguió en Elche, lo comprendería mas tarde cuando al preguntar, sus informadores le pusieron al corriente de quien era aquel joven.
Se había producido el primero de una serie de acontecimientos que les marcarían sus vidas para siempre. Para Escipión sería su gloria, retenida para siempre en la Historia. “El Africano”.
Para Aníbal, al que el Cenit de su gloria estaba aún por llegar, sería el avistar su futuro, el único que lo vencería y que sin embargo, sería su principal admirador y quizás su mayor protector.
El sí salvó a su padre.
Este pensamiento permanecería en la mente de Aníbal durante el resto de su ajetreada y penosa vida.
Aníbal ante todo era un “Gran Aglutinador”, y luego un experto en Logística.
Aglutinó un numeroso ejercito, conformado por razas y etnias, distintas y distantes, Numidas, Baleares, Hispanos, Cartagineses, Sicilianos, y un largo etc.
Las lenguas, las costumbres, sus ritos y sus miedos, los aglutinó y consiguió que empujaran el mismo carro en la misma dirección, la de su gloria.
Cuando llegaron a la nieve, muchos murieron, otros se dejaron morir despeñándose de las montañas o ateridos por el frío y el estupor. Como los convenció, contra lo más profundo de sus ancestrales creencias, como logró que ese ejército pasara por donde escasamente podía pasar una bestia de carga. Como los condujo, como los domeñó, como los embrujó, es y será un gran misterio. Sin embargo, cruzó los Apeninos, con lo que le quedó de su ejercito, y tras penalidades sin cuento, que incluso llegó al extremo de quedarse casi ciego, perdiendo uno de sus ojos, lo que le daba ya un aspecto terrible, de pequeño e iracundo Polifemo, se centró en la mera de su vida. Destruir Roma y a los Romanos, en pocas palabras, cumplir el juramento hecho en los funerales de su padre en Hélice, lo que a el le estaba destinado.
Como los alimentaba, como organizaba el descanso, la incipiente sanidad, la seguridad y la tranquilidad del Ejército. Cosas que ya a Alejandro obsesionaba y que también consiguió superar los elefantes, su arma más original, con toda la parafernalia de cuidadores y conductores lisos para su sacrificio, de él y con él, si el elefante se revolvía contra los aliados.
Aníbal lo era todo, y llegó a Italia y la asoló, y Flaminio sucumbió y los 50.000 muertos romanos de Cannas, y los 30.000 prisioneros, y...”Aníbal ad portas”
Cual fue la razón por la que Aníbal no forzó a Roma. Era inevitable, la caída de Roma.
La humanidad no sería como es ahora, sin romanización, mejor o peor, no se puede realmente afirmar, diferente sin duda alguna.
Pero Aníbal, como después Atila, se paró a las puertas de Roma y, por alguna razón por la que daríamos todos los aficionados a la Historia cosas importantes, no siguió adelante y se retiró a Capua a Invernar y, eso, fue el primer paso hacia su perdición. Las Delicias de Capua.
Solo Carlos ataca a Roma, un Emperador cristiano siglos más tarde.
Aníbal no se atrevió.
¿Qué fue lo que le freno?, ¿Qué le aconsejaron? ¿Fue suya solamente la decisión?
Quince años estuvo Aníbal en Italia, campando a sus anchas, sin ninguna derrota importante, pero sin dar la batalla definitiva.
Aquel joven aguerrido, que en Tesino o en Trebia, había conseguido salvar a su padre, el General de su mismo nombre, se encontraba en Hispania.
Junto a su padre y su Tío Cneo, hacía la vida imposible a los cartagineses y a sus aliados Hispanos.
Asdrúbal, hermano de Aníbal y Hannón, su lugarteniente y principal general, sufrieron durante años los embates de los romanos. A Hannón, incluso, se le hizo prisionero y se lo llevó a Roma cargado de cadenas.
El trasfondo económico de las guerras, siempre asoma nada más que se hurga un poco en sus orígenes.
Islas Canarias, Marzo de 2000. L. Soriano.
La Familia Barca, y la Familia Scipio, produjeron cada uno desde su orilla, dos personajes dispares pero que el destino les obligaría a encontrarse. De ese encuentro, surgió el odio primero, el respeto posterior, y luego el afecto y la comprensión.
Su primer contacto, tratando de cernir lo más posible, la mitología que entorno a los Grandes Históricos se forma, y elegir de entre lo mucho escrito lo más razonable, lo más probable, lo más riguroso, fue seguramente en Tesino o en Trebia. Un Aníbal triunfante en su imparable carrera hacia Roma, plantea batalla a un General Romano. Escipión con 18 años, Aníbal con 29, su primer encuentro.
El General Romano, P.C. Escipión, padre de nuestro Escipión al que las generaciones posteriores llamarán “El Africano”, se vio envuelto en Trebia, en una refriega demasiado peligrosa para un General, allí estaba Aníbal, con su vanguardia dispuesto a que nada quedara al azar. El mayor estratega de su Epoca, estaba en su total plenitud.
No podía dejar perder la oportunidad de cobrarse a la presa máxima. A su edad ya el rostro de Aníbal aparecía ajado, penetrado por surcos y cicatrices, su tez morena, requemada por el sol y azotada por el viento, con grandes signos de sufrimiento. Fueron a por el romano, asolando sin piedad a todo lo que se les ponía por delante, ciego de ira, rencor y odio.
Ya hacía 10 años, en Hélice (Elche), peleando a las órdenes de su idolatrado padre Amílcar Barca, contra el Oretano Orisón, en un desgraciado y fatal accidente, se ahoga en un río Amílcar, su padre.
A la sazón con 18 años, Aníbal se transforma, y el muchacho enjuto se crece y se produce en él el cambio que lo llevaría a la gloria en Cannas. El motor del cambio, el elixir de la transformación, fue, según sus propias palabras, “El odio a muerte a los Romanos”.
Pero volvamos a la escena de Trebia, el General Romano parece sentenciado. Esta acorralado, no le queda Guardia personal, están desbordados, ya ha saltado la sangre, salpicado o rozado por las poderosas falcatas cartaginesas, su rostro se demuda, va a afrontar la muerte con la dignidad de un general Romano, no se dejará prender vivo, esquiva varias certeras pedradas de los honderos Baleares de Aníbal, otra le impacta en el pecho, le arde, le deja sin respiración, se dobla, al mirar al suelo, alcanza con su mano y coge un Pilum, se yergue lo lanza al que parece el Jefe, este lo aparta con el escudo, es Aníbal, ya tiene a su enemigo al alcance, nada le detendrá.
El General Publio Cornelio Escipión, con las galas sucias, las antorchas caídas, los penachos raídos, cede, y, en ese momento, llegan unos jinetes al galope –son 6- interceptan el ataque, descabalgan cubren al general, con sus cuerpos, con sus túnicas, con sus escudos estructuran una pequeña formación de tortuga.
Uno de ellos muy joven para, con su espada corta, el mandoble mortal dirigido ya al grupo, casi lo recibe, lo devuelve, tumulto, choque de titanes, los caballos empujan, caen ambos, el General es izado en volandas y llevado prácticamente en el aire. Lo ponen a salvo.
El fragor y la confusión, el estruendo y el espeso aire de la batalla los separa, los Romanos huyen, pero, Aníbal ya nunca olvidara los inyectados ojos del Joven Escipión, esos ojos donde no había odio como en los suyos, eran firmes y tensionados, pero limpios de rencor, él había salvado a su padre, Aníbal no lo consiguió en Elche, lo comprendería mas tarde cuando al preguntar, sus informadores le pusieron al corriente de quien era aquel joven.
Se había producido el primero de una serie de acontecimientos que les marcarían sus vidas para siempre. Para Escipión sería su gloria, retenida para siempre en la Historia. “El Africano”.
Para Aníbal, al que el Cenit de su gloria estaba aún por llegar, sería el avistar su futuro, el único que lo vencería y que sin embargo, sería su principal admirador y quizás su mayor protector.
El sí salvó a su padre.
Este pensamiento permanecería en la mente de Aníbal durante el resto de su ajetreada y penosa vida.
Aníbal ante todo era un “Gran Aglutinador”, y luego un experto en Logística.
Aglutinó un numeroso ejercito, conformado por razas y etnias, distintas y distantes, Numidas, Baleares, Hispanos, Cartagineses, Sicilianos, y un largo etc.
Las lenguas, las costumbres, sus ritos y sus miedos, los aglutinó y consiguió que empujaran el mismo carro en la misma dirección, la de su gloria.
Cuando llegaron a la nieve, muchos murieron, otros se dejaron morir despeñándose de las montañas o ateridos por el frío y el estupor. Como los convenció, contra lo más profundo de sus ancestrales creencias, como logró que ese ejército pasara por donde escasamente podía pasar una bestia de carga. Como los condujo, como los domeñó, como los embrujó, es y será un gran misterio. Sin embargo, cruzó los Apeninos, con lo que le quedó de su ejercito, y tras penalidades sin cuento, que incluso llegó al extremo de quedarse casi ciego, perdiendo uno de sus ojos, lo que le daba ya un aspecto terrible, de pequeño e iracundo Polifemo, se centró en la mera de su vida. Destruir Roma y a los Romanos, en pocas palabras, cumplir el juramento hecho en los funerales de su padre en Hélice, lo que a el le estaba destinado.
Como los alimentaba, como organizaba el descanso, la incipiente sanidad, la seguridad y la tranquilidad del Ejército. Cosas que ya a Alejandro obsesionaba y que también consiguió superar los elefantes, su arma más original, con toda la parafernalia de cuidadores y conductores lisos para su sacrificio, de él y con él, si el elefante se revolvía contra los aliados.
Aníbal lo era todo, y llegó a Italia y la asoló, y Flaminio sucumbió y los 50.000 muertos romanos de Cannas, y los 30.000 prisioneros, y...”Aníbal ad portas”
Cual fue la razón por la que Aníbal no forzó a Roma. Era inevitable, la caída de Roma.
La humanidad no sería como es ahora, sin romanización, mejor o peor, no se puede realmente afirmar, diferente sin duda alguna.
Pero Aníbal, como después Atila, se paró a las puertas de Roma y, por alguna razón por la que daríamos todos los aficionados a la Historia cosas importantes, no siguió adelante y se retiró a Capua a Invernar y, eso, fue el primer paso hacia su perdición. Las Delicias de Capua.
Solo Carlos ataca a Roma, un Emperador cristiano siglos más tarde.
Aníbal no se atrevió.
¿Qué fue lo que le freno?, ¿Qué le aconsejaron? ¿Fue suya solamente la decisión?
Quince años estuvo Aníbal en Italia, campando a sus anchas, sin ninguna derrota importante, pero sin dar la batalla definitiva.
Aquel joven aguerrido, que en Tesino o en Trebia, había conseguido salvar a su padre, el General de su mismo nombre, se encontraba en Hispania.
Junto a su padre y su Tío Cneo, hacía la vida imposible a los cartagineses y a sus aliados Hispanos.
Asdrúbal, hermano de Aníbal y Hannón, su lugarteniente y principal general, sufrieron durante años los embates de los romanos. A Hannón, incluso, se le hizo prisionero y se lo llevó a Roma cargado de cadenas.
El trasfondo económico de las guerras, siempre asoma nada más que se hurga un poco en sus orígenes.
Islas Canarias, Marzo de 2000. L. Soriano.
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