“ELLOS” NO SE CAERAN NUNCA.-
Que el centro de Sevilla se ha convertido en una especie de «queso de gruyére» - el de Málaga, lleva el mismo rumbo - es algo patente a poco que uno camine por sus calles y compruebe las zanjas que permanecen abiertas, la mayoría de ellas con motivo de las obras del Metrocentro.
Manuel Segura pudo comprobarlo en sus propias carnes -nunca mejor dicho- el pasado miércoles 16, cuando regresaba de visitar a sus padres, residentes en pleno centro de la ciudad, y caer en una de las zanjas abiertas en Plaza Nueva tras pisar el panel que la cubría.
La secuencia de los hechos, tal y como la relata su esposa, María Jesús López, testigo presencial de los mismos, es espeluznante: «caminábamos sobre las tres y media de la tarde por una zanja justo enfrente de la puerta del Hotel Inglaterra, cuando mi marido pisó un panel que cubría una zanja en una zona en la que unos albañiles realizaban obras», relataba María Jesús, «entonces el panel cedió, supongo que porque no cubría con garantías la zanja, cayendo mi marido en un «hoyo» que calculamos que debía tener unos dos metros o más de profundidad».
La caída de Manuel fue aparatosa y, por lo que denotan sus magulladuras, bastante dolorosa: «al caer me pegué un fuerte golpe en la cabeza y en los brazos porque para evitar la caída, me sostuve con los brazos». Según Manuel, «la suerte fue que el propio tablón me sostuvo por debajo las piernas, con lo que me ayudó a no caer hasta el fondo».
A partir de la caída «todo se precipitó muy rápido, y debemos dar gracias a los operarios de la obra, porque fueron los que ayudaron a mi marido a salir de la zanja y evitaron una desgracia mayor».
El despropósito con las zanjas no acaba ahí, puesto que según relata Manuel «la ambulancia tardo algo más de media hora en llegar al lugar, ya que no podía acceder más que por la calle Zaragoza, y aún así los camilleros hubieron de bajarse de la ambulancia y cruzar la zona para llevarme hasta ella».
Aparece una «plancha». «Lo que más me llamó la atención», -relataba María Jesús, tomando el testigo a la declaración de su marido-, es que en cuanto mi marido fue sacado de la zanja, los operarios de la obra colocaron rápidamente una plancha para taparla». «Es más -proseguía airada María Jesús-, el que parecía el máximo responsable de todo aquello parecía muy cabreado, y gritaba preguntando que quién había sido el que había quitado la valla».
La versión de la esposa del accidentado apunta a que «está claro que alguien cometió el error de dejar de señalizar aquélla zanja de alguna manera, y me pareció escuchar a que ello se debía a que quitaron momentáneamente la valla porque tenían que pasar por allí unas carretillas».
Para entonces, Manuel Segura ya se encontraba camino del Hospital Virgen del Rocío, concretamente al área de Traumatología donde, tras practicarle diversos TAC, hubo de permanecer en observación hasta las 23.00 horas del día siguiente, puesto que «debido al fuerte golpe que recibió en la cabeza, los médicos nos dijeron que mi marido tenía que pasar al menos un día en «trauma»».
«La verdad es que la caída fue muy aparatosa, -relata María Jesús Luque-, sobre todo porque a mi marido le salía sangre a borbotones desde la cabeza, y la verdad es que me puse bastante nerviosa, a pesar de que mi marido no perdió la cabeza en ningún momento y fue consciente de todo lo que le estaba ocurriendo». Se sincera afirmando que «no quiero olvidarme de dar las gracias tampoco a algunos trabajadores y personal del Hotel Inglaterra, que también, al igual que los operarios de la obra, salieron a socorrer a mi marido».
Preguntada acerca de si alguien desde el Ayuntamiento de Sevilla se había preocupado por su estado de salud o por llamarlos, Manuel contesta rotundo que «no. Lo cierto es que en ningún momento han intentado llamarnos, y lo cierto es que hubieron de saberlo, ya que una pareja de la Policía Local se personó en el lugar de los hechos y les referimos que pensábamos cursar la denuncia correspondiente».
Se da la casualidad, al hilo del curso de la denuncia, que Manuel es abogado de profesión, por lo que afirma que «pienso interponer la denuncia personalmente cuando me recupere y esté en plenas condiciones. No hay problemas de tiempo porque es una falta negligente y éstas prescriben a los seis meses».
María Jesús atiende expectante al relato de su marido, y retoma ahora la conversación de la inexistente visita de alguna representación del Ayuntamiento: «La verdad es que me alegro de que nadie se personara allí para preguntar por nosotros, porque es como siempre, lo hacen todo mal», y añade «esto es una tomadura de pelo, estoy segura de que con sus chóferes ellos nunca se caerán en una zanja mal tapada y señalizada», sentencia acerca de lo ocurrido en la Plaza Nueva. Una plaza en la que un letrero del Ayuntamiento reza «Sevilla, la ciudad de las personas».
Que el centro de Sevilla se ha convertido en una especie de «queso de gruyére» - el de Málaga, lleva el mismo rumbo - es algo patente a poco que uno camine por sus calles y compruebe las zanjas que permanecen abiertas, la mayoría de ellas con motivo de las obras del Metrocentro.
Manuel Segura pudo comprobarlo en sus propias carnes -nunca mejor dicho- el pasado miércoles 16, cuando regresaba de visitar a sus padres, residentes en pleno centro de la ciudad, y caer en una de las zanjas abiertas en Plaza Nueva tras pisar el panel que la cubría.
La secuencia de los hechos, tal y como la relata su esposa, María Jesús López, testigo presencial de los mismos, es espeluznante: «caminábamos sobre las tres y media de la tarde por una zanja justo enfrente de la puerta del Hotel Inglaterra, cuando mi marido pisó un panel que cubría una zanja en una zona en la que unos albañiles realizaban obras», relataba María Jesús, «entonces el panel cedió, supongo que porque no cubría con garantías la zanja, cayendo mi marido en un «hoyo» que calculamos que debía tener unos dos metros o más de profundidad».
La caída de Manuel fue aparatosa y, por lo que denotan sus magulladuras, bastante dolorosa: «al caer me pegué un fuerte golpe en la cabeza y en los brazos porque para evitar la caída, me sostuve con los brazos». Según Manuel, «la suerte fue que el propio tablón me sostuvo por debajo las piernas, con lo que me ayudó a no caer hasta el fondo».
A partir de la caída «todo se precipitó muy rápido, y debemos dar gracias a los operarios de la obra, porque fueron los que ayudaron a mi marido a salir de la zanja y evitaron una desgracia mayor».
El despropósito con las zanjas no acaba ahí, puesto que según relata Manuel «la ambulancia tardo algo más de media hora en llegar al lugar, ya que no podía acceder más que por la calle Zaragoza, y aún así los camilleros hubieron de bajarse de la ambulancia y cruzar la zona para llevarme hasta ella».
Aparece una «plancha». «Lo que más me llamó la atención», -relataba María Jesús, tomando el testigo a la declaración de su marido-, es que en cuanto mi marido fue sacado de la zanja, los operarios de la obra colocaron rápidamente una plancha para taparla». «Es más -proseguía airada María Jesús-, el que parecía el máximo responsable de todo aquello parecía muy cabreado, y gritaba preguntando que quién había sido el que había quitado la valla».
La versión de la esposa del accidentado apunta a que «está claro que alguien cometió el error de dejar de señalizar aquélla zanja de alguna manera, y me pareció escuchar a que ello se debía a que quitaron momentáneamente la valla porque tenían que pasar por allí unas carretillas».
Para entonces, Manuel Segura ya se encontraba camino del Hospital Virgen del Rocío, concretamente al área de Traumatología donde, tras practicarle diversos TAC, hubo de permanecer en observación hasta las 23.00 horas del día siguiente, puesto que «debido al fuerte golpe que recibió en la cabeza, los médicos nos dijeron que mi marido tenía que pasar al menos un día en «trauma»».
«La verdad es que la caída fue muy aparatosa, -relata María Jesús Luque-, sobre todo porque a mi marido le salía sangre a borbotones desde la cabeza, y la verdad es que me puse bastante nerviosa, a pesar de que mi marido no perdió la cabeza en ningún momento y fue consciente de todo lo que le estaba ocurriendo». Se sincera afirmando que «no quiero olvidarme de dar las gracias tampoco a algunos trabajadores y personal del Hotel Inglaterra, que también, al igual que los operarios de la obra, salieron a socorrer a mi marido».
Preguntada acerca de si alguien desde el Ayuntamiento de Sevilla se había preocupado por su estado de salud o por llamarlos, Manuel contesta rotundo que «no. Lo cierto es que en ningún momento han intentado llamarnos, y lo cierto es que hubieron de saberlo, ya que una pareja de la Policía Local se personó en el lugar de los hechos y les referimos que pensábamos cursar la denuncia correspondiente».
Se da la casualidad, al hilo del curso de la denuncia, que Manuel es abogado de profesión, por lo que afirma que «pienso interponer la denuncia personalmente cuando me recupere y esté en plenas condiciones. No hay problemas de tiempo porque es una falta negligente y éstas prescriben a los seis meses».
María Jesús atiende expectante al relato de su marido, y retoma ahora la conversación de la inexistente visita de alguna representación del Ayuntamiento: «La verdad es que me alegro de que nadie se personara allí para preguntar por nosotros, porque es como siempre, lo hacen todo mal», y añade «esto es una tomadura de pelo, estoy segura de que con sus chóferes ellos nunca se caerán en una zanja mal tapada y señalizada», sentencia acerca de lo ocurrido en la Plaza Nueva. Una plaza en la que un letrero del Ayuntamiento reza «Sevilla, la ciudad de las personas».
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