¿Para qué sirve el Gobierno? No se trata de una pregunta retórica. Las actuaciones de su presidente, en relación al Líbano dejan muy mal parado a dicho órgano como conjunto colectivo de decisión y responsabilidad política y pone de relieve el oculto presidencialismo, casi faraónico, del actual inquilino de La Moncloa.
Así, con el ansia infinita de paz que mueve a nuestro actual presidente, ha obligado al Gobierno no sólo a saltarse las provisiones legales que él mismo se dio en su Ley Orgánica de Defensa Nacional, sino que, además, con el envío anticipado de un grupo de oficiales al Líbano se está anulando a sí mismo. Este envío, más prematuro que anticipado, no cuenta con acuerdo alguno del Consejo de Ministros que lo autorice o que lo cubra formalmente. Nadie en la estructura de decisión gubernamental lo ha discutido ni lo ha aprobado. El Gobierno en pleno lo hará este próximo viernes, días después de su arribada a tierras libanesas; el cacareado Consejo de Defensa Nacional ni siquiera se ha reunido, ni está previsto que lo haga. Se supone que nuestros militares se han ido al Líbano porque Corto Zapatero levantó el teléfono y se lo pidió a su amigo de colegio José Antonio Alonso. ¿Es esta una forma lógica, ordenada y transparente de tomar decisiones que afectan a la vida de nuestros militares, a los intereses nacionales y al prestigio internacional de España? La rapidez – el ataque preventivo – de Corto Zapatero ha privado al Gobierno, a su propio Gobierno, de capacidad alguna de decisión y gestión.
En esta tesitura de desgobierno y personalismos, ¿para qué sirve la oposición? En principio, para controlar los desmanes presidenciales e introducir un cierto grado de sensatez y razón. El PP no puede pasar por alto la falta de respeto al marco legal y a los procedimientos políticos por mucho que le atemorice no saber explicar una negativa al envío de tropas por razones de fondo. Razones, por lo demás, más que suficientes para no compartir la responsabilidad que está asumiendo caprichosamente el gobierno socialista.
El envío al Líbano de nuestras tropas es una decisión personal de Corto Zapatero, como ha quedado patente por los tiempos y mecanismos empleados. Y, sin embargo, es el propio Zapatero el que desprecia la petición del principal partido de la oposición y se salta la costumbre asentada de que sea el máximo dirigente del país quien explique el envío de nuestras tropas al extranjero. Aunque sólo fuera por eso, el PP ya estaría más que legitimado a ser crítico con el gobierno y cuestionarse su apoyo al despliegue español en el Líbano.
En segundo lugar, el hecho de que sea una misión arriesgada no es una razón de peso para criticarla. Cuando hay que actuar se actúa asumiendo los riesgos necesarios. Pero éstos deben de estar en función de los objetivos que se quieren conseguir. Y es aquí donde se encuentra la principal razón de fondo para oponerse al actual despliegue. Se va al Líbano no para hacer valer los términos de las Naciones Unidas en relación al desarme de Hezbolá y, por lo tanto, si no se desarma a los terroristas, lo que se va a conseguir es que sigan como hasta ahora o incluso se rearmen. Eso sí, bajo la atenta observación de los cascos azules. Francia, principal impulsora del despliegue de la fuerza internacional puso sus pegas de última hora porque sabe muy bien quien es Hezbolá (hay que recordar que asesinaron de un plumazo a una cincuentena de soldados galos en 1983) y lo que implica que no se desarme. Las tropas españolas no van a cumplir con el objetivo de acabar con las milicias de Hezbolá, la única misión que justificaría su despliegue.
El PP puede temer quedarse solo y no ser capaz de explicar claramente su posición, pero ello no debería llevarle a ser cómplice y corresponsable de lo que pueda pasar en el sur del Líbano. Entre el sí –que por muy crítico y exigente que se quiera, siempre es un sí – y el no, hay otras alternativas. Que no se desaprovechen esta vez.
Sobre un trabajo de GEES. Libertad Digital.
Así, con el ansia infinita de paz que mueve a nuestro actual presidente, ha obligado al Gobierno no sólo a saltarse las provisiones legales que él mismo se dio en su Ley Orgánica de Defensa Nacional, sino que, además, con el envío anticipado de un grupo de oficiales al Líbano se está anulando a sí mismo. Este envío, más prematuro que anticipado, no cuenta con acuerdo alguno del Consejo de Ministros que lo autorice o que lo cubra formalmente. Nadie en la estructura de decisión gubernamental lo ha discutido ni lo ha aprobado. El Gobierno en pleno lo hará este próximo viernes, días después de su arribada a tierras libanesas; el cacareado Consejo de Defensa Nacional ni siquiera se ha reunido, ni está previsto que lo haga. Se supone que nuestros militares se han ido al Líbano porque Corto Zapatero levantó el teléfono y se lo pidió a su amigo de colegio José Antonio Alonso. ¿Es esta una forma lógica, ordenada y transparente de tomar decisiones que afectan a la vida de nuestros militares, a los intereses nacionales y al prestigio internacional de España? La rapidez – el ataque preventivo – de Corto Zapatero ha privado al Gobierno, a su propio Gobierno, de capacidad alguna de decisión y gestión.
En esta tesitura de desgobierno y personalismos, ¿para qué sirve la oposición? En principio, para controlar los desmanes presidenciales e introducir un cierto grado de sensatez y razón. El PP no puede pasar por alto la falta de respeto al marco legal y a los procedimientos políticos por mucho que le atemorice no saber explicar una negativa al envío de tropas por razones de fondo. Razones, por lo demás, más que suficientes para no compartir la responsabilidad que está asumiendo caprichosamente el gobierno socialista.
El envío al Líbano de nuestras tropas es una decisión personal de Corto Zapatero, como ha quedado patente por los tiempos y mecanismos empleados. Y, sin embargo, es el propio Zapatero el que desprecia la petición del principal partido de la oposición y se salta la costumbre asentada de que sea el máximo dirigente del país quien explique el envío de nuestras tropas al extranjero. Aunque sólo fuera por eso, el PP ya estaría más que legitimado a ser crítico con el gobierno y cuestionarse su apoyo al despliegue español en el Líbano.
En segundo lugar, el hecho de que sea una misión arriesgada no es una razón de peso para criticarla. Cuando hay que actuar se actúa asumiendo los riesgos necesarios. Pero éstos deben de estar en función de los objetivos que se quieren conseguir. Y es aquí donde se encuentra la principal razón de fondo para oponerse al actual despliegue. Se va al Líbano no para hacer valer los términos de las Naciones Unidas en relación al desarme de Hezbolá y, por lo tanto, si no se desarma a los terroristas, lo que se va a conseguir es que sigan como hasta ahora o incluso se rearmen. Eso sí, bajo la atenta observación de los cascos azules. Francia, principal impulsora del despliegue de la fuerza internacional puso sus pegas de última hora porque sabe muy bien quien es Hezbolá (hay que recordar que asesinaron de un plumazo a una cincuentena de soldados galos en 1983) y lo que implica que no se desarme. Las tropas españolas no van a cumplir con el objetivo de acabar con las milicias de Hezbolá, la única misión que justificaría su despliegue.
El PP puede temer quedarse solo y no ser capaz de explicar claramente su posición, pero ello no debería llevarle a ser cómplice y corresponsable de lo que pueda pasar en el sur del Líbano. Entre el sí –que por muy crítico y exigente que se quiera, siempre es un sí – y el no, hay otras alternativas. Que no se desaprovechen esta vez.
Sobre un trabajo de GEES. Libertad Digital.
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