CUANDO ZAPATERO ENTREGUE PEREJIL A MARRUECOS.-
17 de Julio de 2006.- Hace cuatro años, y parecen cuatro siglos. ¿Se acuerdan ustedes del mes de julio de 2002? Mohamed VI mostró el verdadero rostro de la teocracia marroquí, y amagó una invasión del territorio español. ¿Valía la pena enfrentarse a Marruecos por el islote de Perejil? Muchos pensaron que no. Perejil fue una cata, un sondeo, un experimento a pequeña escala destinado a valorar la decisión de nuestra clase política en la defensa del territorio nacional. Naturalmente Marruecos no estaba dispuesto a una guerra por Perejil; pero Mohamed VI quería saber si los españoles del siglo XXI daban importancia a esos territorios norteafricanos y estaban dispuestos a arriesgar algo por ellos. Si España cedía en Perejil estaba abierto el camino – sin prisa - para mayores presas. Era la posición clásica del chantajista, que exhibe la fuerza, la emplea incluso y espera obtener de la víctima, sin más, el resto del botín. A la fuerza del chantajista sólo se puede oponer la fuerza. Si la fuerza es suficiente y se exhibe con convicción puede no hacer falta siquiera emplearla. Pero ¡ay de quien ceda al chantaje! Nunca dejará de ceder y de pagar, mientras el apetito del chantajista no esté saciado.
En 2002 sabíamos poco de José María Aznár en política exterior. Con razón o sin ella se había obsesionado en sanear la economía del país y la hacienda pública, y en ponernos en la vanguardia de la Unión Europea. Lo había logrado, aunque había dejado muchas cosas sin hacer, dentro y fuera de nuestras fronteras, y otras se habían hecho francamente mal. Sin embargo, ante el chantaje marroquí no cabían más dudas: ¿qué haría el Gobierno de España? Aznár se encontró, frente a Marruecos, abandonado por nuestros aliados más cercanos. La Francia de Jacques Chirac, sobre todo, pese a tanto europeísmo y tanta retórica, aplaudió la violación de nuestro territorio por los alauitas. Todos los que después han gimoteado por la aproximación de Aznár a Estados Unidos harían bien en recordar qué aportó a nuestra seguridad tanto europeísmo, en aquel verano de 2002. Nada. Aznár se encontró, también, con las consecuencias de uno de sus primeros y más populares errores. Las Fuerzas Armadas se profesionalizaron aceleradamente antes de 2000, sin tiempo y sin medios para crear un nuevo modelo militar viable. Los Ejércitos de 2002 eran, por decir poco, una realidad perpleja y heterogénea. ¿Cómo podrían ser empleados en una crisis exterior sin precedentes cercanos? Sin embargo Aznár – reconozco que me sorprendió muy gratamente, no esperaba una reacción con dignidad - no cedió al chantaje. Se negó a recompensar la ofensa y la violencia. Buscó aliados y enderezó políticas. Hizo que las Fuerzas Armadas exhibiesen su potencia en el Estrecho y apeló a la buena voluntad de todos. En una operación precisa y contundente, Perejil fue desalojado de sus invasores. Y después se lo contó a Zapatero.
España tiene hoy un Gobierno cuya primera medida fue ceder, en Irak, al chantaje del terror. Y cuyo principal programa en esta legislatura es una "paz" con los terroristas de ETA que consiste, básicamente, en ceder a su chantaje. La gran pregunta no es si Marruecos aprovechará la oportunidad, sino cuándo, cómo y dónde lo hará. Porque ya no está Aznár, y no hace falta un experimento como el de Perejil. Ya se sabe cómo reacciona Zapatero – el del infinito anhelo de paz y la Alianza de las Civilizaciones - frente a la fuerza.
17 de Julio de 2006.- Hace cuatro años, y parecen cuatro siglos. ¿Se acuerdan ustedes del mes de julio de 2002? Mohamed VI mostró el verdadero rostro de la teocracia marroquí, y amagó una invasión del territorio español. ¿Valía la pena enfrentarse a Marruecos por el islote de Perejil? Muchos pensaron que no. Perejil fue una cata, un sondeo, un experimento a pequeña escala destinado a valorar la decisión de nuestra clase política en la defensa del territorio nacional. Naturalmente Marruecos no estaba dispuesto a una guerra por Perejil; pero Mohamed VI quería saber si los españoles del siglo XXI daban importancia a esos territorios norteafricanos y estaban dispuestos a arriesgar algo por ellos. Si España cedía en Perejil estaba abierto el camino – sin prisa - para mayores presas. Era la posición clásica del chantajista, que exhibe la fuerza, la emplea incluso y espera obtener de la víctima, sin más, el resto del botín. A la fuerza del chantajista sólo se puede oponer la fuerza. Si la fuerza es suficiente y se exhibe con convicción puede no hacer falta siquiera emplearla. Pero ¡ay de quien ceda al chantaje! Nunca dejará de ceder y de pagar, mientras el apetito del chantajista no esté saciado.
En 2002 sabíamos poco de José María Aznár en política exterior. Con razón o sin ella se había obsesionado en sanear la economía del país y la hacienda pública, y en ponernos en la vanguardia de la Unión Europea. Lo había logrado, aunque había dejado muchas cosas sin hacer, dentro y fuera de nuestras fronteras, y otras se habían hecho francamente mal. Sin embargo, ante el chantaje marroquí no cabían más dudas: ¿qué haría el Gobierno de España? Aznár se encontró, frente a Marruecos, abandonado por nuestros aliados más cercanos. La Francia de Jacques Chirac, sobre todo, pese a tanto europeísmo y tanta retórica, aplaudió la violación de nuestro territorio por los alauitas. Todos los que después han gimoteado por la aproximación de Aznár a Estados Unidos harían bien en recordar qué aportó a nuestra seguridad tanto europeísmo, en aquel verano de 2002. Nada. Aznár se encontró, también, con las consecuencias de uno de sus primeros y más populares errores. Las Fuerzas Armadas se profesionalizaron aceleradamente antes de 2000, sin tiempo y sin medios para crear un nuevo modelo militar viable. Los Ejércitos de 2002 eran, por decir poco, una realidad perpleja y heterogénea. ¿Cómo podrían ser empleados en una crisis exterior sin precedentes cercanos? Sin embargo Aznár – reconozco que me sorprendió muy gratamente, no esperaba una reacción con dignidad - no cedió al chantaje. Se negó a recompensar la ofensa y la violencia. Buscó aliados y enderezó políticas. Hizo que las Fuerzas Armadas exhibiesen su potencia en el Estrecho y apeló a la buena voluntad de todos. En una operación precisa y contundente, Perejil fue desalojado de sus invasores. Y después se lo contó a Zapatero.
España tiene hoy un Gobierno cuya primera medida fue ceder, en Irak, al chantaje del terror. Y cuyo principal programa en esta legislatura es una "paz" con los terroristas de ETA que consiste, básicamente, en ceder a su chantaje. La gran pregunta no es si Marruecos aprovechará la oportunidad, sino cuándo, cómo y dónde lo hará. Porque ya no está Aznár, y no hace falta un experimento como el de Perejil. Ya se sabe cómo reacciona Zapatero – el del infinito anhelo de paz y la Alianza de las Civilizaciones - frente a la fuerza.
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