Cuando ocupaba el cargo y era responsable de protegernos, Al Gore brilló por su ausencia en la guerra contra el terror. Como Vicepresidente, formó parte de una administración que fracasó a la hora de responder al primer ataque contra el World Trade Center en 1993; que salió corriendo cuando al-Qaeda emboscó a los Rangers del ejército americano en Mogadiscio; que llamó a un cambio de régimen en Irak cuando Sadamm expulsó a los inspectores de armamento de la ONU pero que después no derrocó a Sadamm ni le obligó a permitir el retorno de los inspectores; que fracasó a la hora de responder al asesinato de tropas americanas en Arabia Saudita o el ataque contra el buque de guerra americano en Yemen; que reaccionó a la destrucción de las dos embajadas americanas en África disparando misiles contra una fábrica de aspirinas en Sudán y unas tiendas de campaña vacías en Afganistán; que rehusó matar o capturar a Osama Bín Laden cuando tuvo una docena de oportunidades de hacerlo; y que no introdujo medidas de seguridad aérea simples, recomendadas por su propio grupo de trabajo, que habrían evitado el 11 de Septiembre.
En pocas palabras, a cada acto de guerra contra Estados Unidos durante los años 90, la respuesta Clinton-Gore fue floja e indolente. Y lo que es peor. Al rehusar reconocer unas elecciones presidenciales perdidas, rompiendo así una tradición de cien años, Gore retrasó la transición a la nueva administración que habría tenido que tratar con la amenaza terrorista. Como resultado del retraso de dos meses, el plan integral anti-terror que Bush ordenó al asumir el cargo (el equipo Clinton-Gore no tenía ninguno) no llegó a su escritorio hasta la víspera del ataque del 11 de Septiembre.
Aún así, es característico de la arrogancia miope de Gore amonestar a la administración Bush por no anticipar el ataque del 11 de Septiembre. "Es útil e importante examinar las advertencias que la administración ignoró", escribe Gore en su auto deferente libro nuevo, El asalto a la razón. Como para subrayar su propia hipocresía, a continuación añade: “no para 'señalar a nadie'..." Por supuesto que no.
Como sus colegas Demócratas, Gore se ve a sí mismo como un restaurador de "la razón" para una América camino de la perdición gracias a la serpiente del paraíso. Según Gore, Bush es el embustero por excelencia: "Cinco años después de que el Presidente Bush hiciera su defensa de una invasión de Irak, queda claro ya que virtualmente todos los argumentos que hizo se basaban en falsedades".
La Primera Gran Mentira Bush, según Gore, es que la administración Bush fue a la guerra para eliminar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, o, según sus palabras: "El primer motivo presentado en favor de la guerra era destruir las armas de destrucción masiva de Irak". Esta familiar afirmación Demócrata es probablemente en sí misma la mayor mentira de la guerra de Irak, más que cualquier cosa que el presidente o su administración hayan dicho. En la práctica, el primer - y último - motivo presentado en favor de la guerra por la administración Bush en cada declaración formal del gobierno acerca de la guerra no fue la destrucción de las armas de destrucción masiva, sino el derrocamiento de Saddam Hussein, o cambio de régimen.
Este cambio de régimen era necesario porque Saddam era un proscrito internacional. Había violado el acuerdo de la Guerra del Golfo de 1991 y todos los acuerdos de control armamentístico que ello representaba, incluyendo las resoluciones de la ONU 687 y 689, y las 15 resoluciones de la ONU posteriores diseñadas para implementarlas. La última de éstas, la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU, era en sí misma un ultimátum a Sadamm que le daba "una oportunidad final" para desarmarse - o afrontar las consecuencias. El ultimátum expiró el 7 de diciembre de 2002, y América fue a la guerra tres meses más tarde.
En contra de todo lo que Al Gore y los demás Demócratas han dicho durante los últimos cuatro años, la violación de los acuerdos de control armamentístico por parte de Sadamm que componían la tregua de la Guerra del Golfo - y no la presunta existencia de armas iraquíes de destrucción masiva - fue la base legal, moral y real para enviar tropas americanas a Irak.
Al Gore y Bill Clinton habían llamado por su cuenta a actuar contra Sadamm por la fuerza cuando expulsó a los inspectores de armamento de la ONU en 1998, una violación clara de la tregua del Golfo. Este fue el motivo de que Clinton y Gore enviasen una "Iraqi Liberation Act" al Congreso ese año; es el motivo de que los Demócratas del Congreso votasen en octubre de 2002 a favor de autorizar al Presidente el uso de la fuerza para derrocarle; y es el motivo de que todo el equipo de seguridad nacional Clinton-Gore, incluyendo al Secretario de Estado, al Secretario de Defensa y al director de la CIA, apoyasen a Bush cuando en marzo de 2003 enviaba tropas americanas a Irak.
La ley de Autorización del Uso de la Fuerza - aprobada por mayoría de ambos partidos en ambas cámaras - es la base legal de la guerra del presidente, la cual desde entonces los Demócratas han traicionado junto a las tropas que enviaron al campo de batalla. La ley de Autorización comienza con 23 cláusulas de "considerando que" justificando la guerra. En contra de Gore y los críticos Demócratas de la administración Bush, solamente dos de estas cláusulas aluden a arsenales de armas de destrucción masiva. Por otra parte, 12 de los motivos para ir a la guerra aluden a las resoluciones de la ONU violadas por Saddam Hussein.
Incluso si estos hechos indiscutibles no dejasen en evidencia a Gore, la destrucción de las armas de destrucción masiva no podría haber sido el "motivo primordial" de la guerra en Irak por este simple motivo. La misma víspera de la guerra, el presidente daba a Irak la opción de evitar un conflicto con las fuerzas americanas. El 17 de marzo, dos días antes de la invasión, Bush difundía un ultimátum a Sadamm en el último momento: abandona el país o haz frente a la guerra. En otras palabras, si Sadamm hubiera accedido a abandonar Irak, no habría habido invasión americana. Es uno de los rasgos más reveladores de la cruzada de los Demócratas contra George Bush que le culpen de la guerra a él en lugar de a Sadamm.
David Horowitz es conocido autor norteamericano y activista de toda la vida de derechos civiles. Desde 1988 es Presidente del Center for the Study of Popular Culture.
En pocas palabras, a cada acto de guerra contra Estados Unidos durante los años 90, la respuesta Clinton-Gore fue floja e indolente. Y lo que es peor. Al rehusar reconocer unas elecciones presidenciales perdidas, rompiendo así una tradición de cien años, Gore retrasó la transición a la nueva administración que habría tenido que tratar con la amenaza terrorista. Como resultado del retraso de dos meses, el plan integral anti-terror que Bush ordenó al asumir el cargo (el equipo Clinton-Gore no tenía ninguno) no llegó a su escritorio hasta la víspera del ataque del 11 de Septiembre.
Aún así, es característico de la arrogancia miope de Gore amonestar a la administración Bush por no anticipar el ataque del 11 de Septiembre. "Es útil e importante examinar las advertencias que la administración ignoró", escribe Gore en su auto deferente libro nuevo, El asalto a la razón. Como para subrayar su propia hipocresía, a continuación añade: “no para 'señalar a nadie'..." Por supuesto que no.
Como sus colegas Demócratas, Gore se ve a sí mismo como un restaurador de "la razón" para una América camino de la perdición gracias a la serpiente del paraíso. Según Gore, Bush es el embustero por excelencia: "Cinco años después de que el Presidente Bush hiciera su defensa de una invasión de Irak, queda claro ya que virtualmente todos los argumentos que hizo se basaban en falsedades".
La Primera Gran Mentira Bush, según Gore, es que la administración Bush fue a la guerra para eliminar las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, o, según sus palabras: "El primer motivo presentado en favor de la guerra era destruir las armas de destrucción masiva de Irak". Esta familiar afirmación Demócrata es probablemente en sí misma la mayor mentira de la guerra de Irak, más que cualquier cosa que el presidente o su administración hayan dicho. En la práctica, el primer - y último - motivo presentado en favor de la guerra por la administración Bush en cada declaración formal del gobierno acerca de la guerra no fue la destrucción de las armas de destrucción masiva, sino el derrocamiento de Saddam Hussein, o cambio de régimen.
Este cambio de régimen era necesario porque Saddam era un proscrito internacional. Había violado el acuerdo de la Guerra del Golfo de 1991 y todos los acuerdos de control armamentístico que ello representaba, incluyendo las resoluciones de la ONU 687 y 689, y las 15 resoluciones de la ONU posteriores diseñadas para implementarlas. La última de éstas, la resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU, era en sí misma un ultimátum a Sadamm que le daba "una oportunidad final" para desarmarse - o afrontar las consecuencias. El ultimátum expiró el 7 de diciembre de 2002, y América fue a la guerra tres meses más tarde.
En contra de todo lo que Al Gore y los demás Demócratas han dicho durante los últimos cuatro años, la violación de los acuerdos de control armamentístico por parte de Sadamm que componían la tregua de la Guerra del Golfo - y no la presunta existencia de armas iraquíes de destrucción masiva - fue la base legal, moral y real para enviar tropas americanas a Irak.
Al Gore y Bill Clinton habían llamado por su cuenta a actuar contra Sadamm por la fuerza cuando expulsó a los inspectores de armamento de la ONU en 1998, una violación clara de la tregua del Golfo. Este fue el motivo de que Clinton y Gore enviasen una "Iraqi Liberation Act" al Congreso ese año; es el motivo de que los Demócratas del Congreso votasen en octubre de 2002 a favor de autorizar al Presidente el uso de la fuerza para derrocarle; y es el motivo de que todo el equipo de seguridad nacional Clinton-Gore, incluyendo al Secretario de Estado, al Secretario de Defensa y al director de la CIA, apoyasen a Bush cuando en marzo de 2003 enviaba tropas americanas a Irak.
La ley de Autorización del Uso de la Fuerza - aprobada por mayoría de ambos partidos en ambas cámaras - es la base legal de la guerra del presidente, la cual desde entonces los Demócratas han traicionado junto a las tropas que enviaron al campo de batalla. La ley de Autorización comienza con 23 cláusulas de "considerando que" justificando la guerra. En contra de Gore y los críticos Demócratas de la administración Bush, solamente dos de estas cláusulas aluden a arsenales de armas de destrucción masiva. Por otra parte, 12 de los motivos para ir a la guerra aluden a las resoluciones de la ONU violadas por Saddam Hussein.
Incluso si estos hechos indiscutibles no dejasen en evidencia a Gore, la destrucción de las armas de destrucción masiva no podría haber sido el "motivo primordial" de la guerra en Irak por este simple motivo. La misma víspera de la guerra, el presidente daba a Irak la opción de evitar un conflicto con las fuerzas americanas. El 17 de marzo, dos días antes de la invasión, Bush difundía un ultimátum a Sadamm en el último momento: abandona el país o haz frente a la guerra. En otras palabras, si Sadamm hubiera accedido a abandonar Irak, no habría habido invasión americana. Es uno de los rasgos más reveladores de la cruzada de los Demócratas contra George Bush que le culpen de la guerra a él en lugar de a Sadamm.
David Horowitz es conocido autor norteamericano y activista de toda la vida de derechos civiles. Desde 1988 es Presidente del Center for the Study of Popular Culture.
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