SOBRE LOS ORIGENES DE LA SEMANA SANTA MALAGUEÑA.
PREAMBULO CURSILIN.
Dicen los cofrades que, en la tarde de cada Domingo de Resurrección, comienza la Semana Santa de cada año, pero no es así: que la historia comenzó mucho antes, como antes comenzó Málaga, como desde mucho antes - manes de mis ancestros - me viene la afición. Hablemos, pues, desde “entonces”... porque antes de llegar yo por primera vez - año 1964 - por aquí pasaron muchas cosas y muchas gentes: conste en Acta.
FENICIOS.
Los primeros en llegar - para lo que nos interesa - fueron los fenicios, que como eran muy peseteros, nada mas llegar continuaban para su Gadir de siempre con el que perennemente anduvieron un tanto encariñados considerando que ya entonces, allí estaba la sal, la gracia y el ingenio del mundo y no les faltaba razón. Por eso y porque acamparon en la desembocadura del Guadalhorce - vaya ocurrencia - y no ganaban para las primas de seguros, con tanta inundación. Y, también por su amor a los tangos caleteros.
Pero en la ocasión que deseo relatar, la prisa para continuar su camino, se debía a otra causa: no lejos de las riberas de un Río Grande - Uad el Kebir - allá al noroeste, donde luego las estrellas clavaron rejones a sus grises aguas entre desagradables sonidos de ultratumba, cerca de donde siglos después se construiría la futura Hispalis, se había organizado - cada cual tiene sus manías - una EXPO. (Ya quedó dicho: los fenicios eran unos "peseteros").
PREAMBULO CURSILIN.
Dicen los cofrades que, en la tarde de cada Domingo de Resurrección, comienza la Semana Santa de cada año, pero no es así: que la historia comenzó mucho antes, como antes comenzó Málaga, como desde mucho antes - manes de mis ancestros - me viene la afición. Hablemos, pues, desde “entonces”... porque antes de llegar yo por primera vez - año 1964 - por aquí pasaron muchas cosas y muchas gentes: conste en Acta.
FENICIOS.
Los primeros en llegar - para lo que nos interesa - fueron los fenicios, que como eran muy peseteros, nada mas llegar continuaban para su Gadir de siempre con el que perennemente anduvieron un tanto encariñados considerando que ya entonces, allí estaba la sal, la gracia y el ingenio del mundo y no les faltaba razón. Por eso y porque acamparon en la desembocadura del Guadalhorce - vaya ocurrencia - y no ganaban para las primas de seguros, con tanta inundación. Y, también por su amor a los tangos caleteros.
Pero en la ocasión que deseo relatar, la prisa para continuar su camino, se debía a otra causa: no lejos de las riberas de un Río Grande - Uad el Kebir - allá al noroeste, donde luego las estrellas clavaron rejones a sus grises aguas entre desagradables sonidos de ultratumba, cerca de donde siglos después se construiría la futura Hispalis, se había organizado - cada cual tiene sus manías - una EXPO. (Ya quedó dicho: los fenicios eran unos "peseteros").
Una guapa y morena ibera, desde las playas que rodean la desembocadura del río, al verlos partir tan diligentes, les gritaba un tantito mosqueada: “irse, irse, que aquí no ha EXPO, quillo, hay ESTO, Málaga, ¿p’a qué más?”
GRIEGOS.-
Los griegos eran, sin embargo, mas diplomáticos y sensibles y es que llegaban “preparados” después de Rosas, Ampurias, Denia y demás. Y aquella mañana, en pleno solsticio de invierno, en que descubrieron La Caleta, navegaban con mucho cuidado entre una espesa niebla mediterránea – “”er taró” - y debido a las noticias meteorológicas del Tele-Sur de entonces – ahora Tele-Cháves - que pronosticaba la temperatura máxima de la zona para la que sería con los siglos, Itálica famosa. En ese momento, un ilustre descampado donde ya pastaban las vacas sagradas… las del padre de Felipe, en Bellavista.
Ante su asombro, en un instante, se rasgó la niebla como lo hizo el velo del Templo – cursilada al canto - y les fue posible contemplar una costa festoneada de almendros en flor y tuvieron que quitarse los abrigos al sol de la Costa… de la Costa del Sol, picha, que esto es lo que hay.
Y, claro, llegaron a la conclusión de que los de Tele-Sur eran unos enormes troleros - listos los helenos - y el rapsoda de la tripulación, con chunguerío griego de la mejor estirpe - cretense, casta minotauro - Vistahermosa, línea Ibarra-Parladé por supuesto - dijo: “lo mejor de Sevilla, su clima y... su bahía”. Y decidieron quedarse al conjuro del misterio, el duende, el embrujo y la poesía que, a ráfagas de aromas de espetos, conchas finas y limones cascarúos, que les llegaba desde la orilla, junto con el de los pulpos que jugaban al escondite entre las algas y el de los erizos y “burgaillos” que insisten, desde la Creación, en enamorar a las lapas. Y, por un momento, creyeron haber escuchado, entre los murmullos de viento y olas, la voz de un viejo caletero gaditano que, desde su barrio de La Viña, cantaba a la mar que le vio nacer y le ayudó a vivir, mientras soñaba, para siempre, con coquinas de luna llena y “cañaillas” de plata.
Porque los indígenas - iberos ellos - andaban de fiesta, vestidos de negro con cintas de colores, bailando a los sones de instrumentos de fortuna y cantando a la naturaleza que propiciaba, desde esa fecha, mas horas de sol, día a día.
El historiador de a bordo se apresuró a comentar al resto de la tripulación que él creía que se trataba de la Fiesta de los Verdiales. Para eso era el historiador.: y comenzó a bailar… un sirtaki, claro.
Y es que intuían la Semana Santa malagueña: poesía mediterránea de luna morena y noches claras, al compás de la Victoria.
El historiador - un prodigio de intuición - emocionado, se “desparpitó” gritando: A la Trinidad, cuando la fresca brisa del alba del Lunes, te vivifica la cara, nunca vayas solo, nunca; con la que más quieras y de la manita…
Sabía el muy listo griego que, al acercarse a las andas al llegar a calle Jara, el sol, que no habría salido todavía, ordenaría a su nube – la misma de todos los años -:
¡ tápate !
Y alumbraría a Nuestro Padre Jesús que ya iría Cautivo y a María Santísima de la Trinidad que, a su lado, no pararía de mirar de “reojillo”, el movimiento a la brisa, de Su túnica de piel de ángel: un repique de Gloria. Así de bien soñaba el griego.
ROMANOS.-
Los romanos llegaron “cansaos” de tanto pelearse a muerte con los cartagineses - Anibal, un poco mas y los convierte “al catolicismo” - y eran unos “enteraos de las moñas” de mucho cuidado y, por eso, pronto se fueron a fundar Hispalis e Itálica, que Dios los cría y ellos se juntan. Y sus visitas eran de puro cumplido, hasta el punto de que tampoco realizaron las obras de encauzamiento del río Guadalhorce y eso que le gustaban “cantidubi”.
En una de aquellas visitas, un romano caprichoso, se acercó, roneando, a un par de lugareños ojos negros y le preguntó que si el muchacho con el que la había visto hablar era su novio o similar y, ante su sorpresa, ella contoneándose coqueta, le contestó: “será similar... porque lo que es novio...“
“Toma castañorum”, dijo el patricio y, como tampoco había transporte de Alta Velocidad, se decidió por tomar el “talgorum romanorum” nocturno porque la calzada estaba cortada por las pasadas lluvias, como era frecuente. Para esperar con comodidad, preguntó por un buen hospedaje y le contestaron que “ya no había, ahora es la Casa de los Jueces”, es decir, el antiguo Hotel “Miramar”. Pensó, entonces en dirigirse a un museo, pero supo que los lugareños estaban esperando, entre debates, para decidir el edificio en el que lo iban a colocar.
Y, como estaba aburrido y no sabía que hacer, decidió escribir una carta a su mujer.
GRIEGOS.-
Los griegos eran, sin embargo, mas diplomáticos y sensibles y es que llegaban “preparados” después de Rosas, Ampurias, Denia y demás. Y aquella mañana, en pleno solsticio de invierno, en que descubrieron La Caleta, navegaban con mucho cuidado entre una espesa niebla mediterránea – “”er taró” - y debido a las noticias meteorológicas del Tele-Sur de entonces – ahora Tele-Cháves - que pronosticaba la temperatura máxima de la zona para la que sería con los siglos, Itálica famosa. En ese momento, un ilustre descampado donde ya pastaban las vacas sagradas… las del padre de Felipe, en Bellavista.
Ante su asombro, en un instante, se rasgó la niebla como lo hizo el velo del Templo – cursilada al canto - y les fue posible contemplar una costa festoneada de almendros en flor y tuvieron que quitarse los abrigos al sol de la Costa… de la Costa del Sol, picha, que esto es lo que hay.
Y, claro, llegaron a la conclusión de que los de Tele-Sur eran unos enormes troleros - listos los helenos - y el rapsoda de la tripulación, con chunguerío griego de la mejor estirpe - cretense, casta minotauro - Vistahermosa, línea Ibarra-Parladé por supuesto - dijo: “lo mejor de Sevilla, su clima y... su bahía”. Y decidieron quedarse al conjuro del misterio, el duende, el embrujo y la poesía que, a ráfagas de aromas de espetos, conchas finas y limones cascarúos, que les llegaba desde la orilla, junto con el de los pulpos que jugaban al escondite entre las algas y el de los erizos y “burgaillos” que insisten, desde la Creación, en enamorar a las lapas. Y, por un momento, creyeron haber escuchado, entre los murmullos de viento y olas, la voz de un viejo caletero gaditano que, desde su barrio de La Viña, cantaba a la mar que le vio nacer y le ayudó a vivir, mientras soñaba, para siempre, con coquinas de luna llena y “cañaillas” de plata.
Porque los indígenas - iberos ellos - andaban de fiesta, vestidos de negro con cintas de colores, bailando a los sones de instrumentos de fortuna y cantando a la naturaleza que propiciaba, desde esa fecha, mas horas de sol, día a día.
El historiador de a bordo se apresuró a comentar al resto de la tripulación que él creía que se trataba de la Fiesta de los Verdiales. Para eso era el historiador.: y comenzó a bailar… un sirtaki, claro.
Y es que intuían la Semana Santa malagueña: poesía mediterránea de luna morena y noches claras, al compás de la Victoria.
El historiador - un prodigio de intuición - emocionado, se “desparpitó” gritando: A la Trinidad, cuando la fresca brisa del alba del Lunes, te vivifica la cara, nunca vayas solo, nunca; con la que más quieras y de la manita…
Sabía el muy listo griego que, al acercarse a las andas al llegar a calle Jara, el sol, que no habría salido todavía, ordenaría a su nube – la misma de todos los años -:
¡ tápate !
Y alumbraría a Nuestro Padre Jesús que ya iría Cautivo y a María Santísima de la Trinidad que, a su lado, no pararía de mirar de “reojillo”, el movimiento a la brisa, de Su túnica de piel de ángel: un repique de Gloria. Así de bien soñaba el griego.
ROMANOS.-
Los romanos llegaron “cansaos” de tanto pelearse a muerte con los cartagineses - Anibal, un poco mas y los convierte “al catolicismo” - y eran unos “enteraos de las moñas” de mucho cuidado y, por eso, pronto se fueron a fundar Hispalis e Itálica, que Dios los cría y ellos se juntan. Y sus visitas eran de puro cumplido, hasta el punto de que tampoco realizaron las obras de encauzamiento del río Guadalhorce y eso que le gustaban “cantidubi”.
En una de aquellas visitas, un romano caprichoso, se acercó, roneando, a un par de lugareños ojos negros y le preguntó que si el muchacho con el que la había visto hablar era su novio o similar y, ante su sorpresa, ella contoneándose coqueta, le contestó: “será similar... porque lo que es novio...“
“Toma castañorum”, dijo el patricio y, como tampoco había transporte de Alta Velocidad, se decidió por tomar el “talgorum romanorum” nocturno porque la calzada estaba cortada por las pasadas lluvias, como era frecuente. Para esperar con comodidad, preguntó por un buen hospedaje y le contestaron que “ya no había, ahora es la Casa de los Jueces”, es decir, el antiguo Hotel “Miramar”. Pensó, entonces en dirigirse a un museo, pero supo que los lugareños estaban esperando, entre debates, para decidir el edificio en el que lo iban a colocar.
Y, como estaba aburrido y no sabía que hacer, decidió escribir una carta a su mujer.
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