LAS OCUPACIONES DE LA GRAN MEZQUITA DE LA MECA (1979) Y DE LA MEZQUITA ROJA DE ISLAMABAD (2007): LA VIGENCIA DE UN CONFLICTO INTRAMUSULMÁN.
El inevitable asalto por parte del Ejército paquistaní el 10 de julio de la Mezquita Roja de la capital, Islamabad, un complejo con Mezquita y centros de formación conocido como Lal Masjid, recuerda casi tres décadas después a otro desafío al Estado. En aquel caso al saudita, realizado por islamistas radicales atrincherados en ambos casos en recintos sagrados. Precisamente esta naturaleza de recintos sagrados que tienen ambos escenarios de combates le añaden simbolismo y gravedad a las acciones que los Estados están obligados a emprender para dar respuesta a importantes desafíos a su autoridad. Por otro lado, es importante recordar que en el contexto de los enfrentamientos internos entre musulmanes a los que nos estamos refiriendo en este estudio tampoco han faltado otras agresiones feroces a recintos sagrados del Islam: un buen ejemplo de ello han sido los dos ataques realizados por yihadistas salafistas contra la Mezquita Dorada de Samarra, un templo muy venerado por los shiíes irakíes y en general por todos los shiíes del mundo. El primer ataque, realizado el 25 de febrero de 2005 y mucho más luctuoso y demoledor que el segundo realizado en junio de 2007, aceleró los enfrentamientos intercomunitarios ya de una forma sistemática y mucho más letal que los producidos hasta entonces. En este sentido con el ataque contra la Mezquita Dorada el terrorista jordano Abu Mussab Al Zarqaui fue capaz antes de su muerte, en el verano de 2006, de dinamizar unos enfrentamientos intercomunitarios en Irak que van a ser extremadamente difíciles de sofocar.
EL ASALTO A LA GRAN MEZQUITA DE LA KAABA EN LA MECA COMO ANTESALA DE LA OFENSIVA YIHADISTA EN TODO EL MUNDO ÁRABO-MUSULMÁN.
Producido dos años antes del asesinato del Presidente egipcio Anuar El Sadat en octubre de 1981 a manos de miembros del grupo Tanzim Al Yihad (Organización del Yihad), con el telón de fondo de una invasión soviética de Afganistán de diciembre de 1979 que puso ya los primeros hitos de una masiva campaña de reclutamiento yihadista a nivel global antes de que la globalización hubiera sido anunciada, y marcando también una tendencia en la provocación constante por parte de islamistas radicales a sus gobiernos en todo el mundo islámico, el asalto a la Gran Mezquita de La Meca en noviembre de 1979 perpetrado por un grupo armado dirigido por Juhayman Al Utaybi no debe ser tampoco tomado aisladamente sin entender el contexto en el que se produjo. Aunque la Revolución Islámica de Irán, que triunfa en febrero de 1979, triunfó en un contexto no árabe sino persa y no ortodoxo suní sino heterodoxo shií, sí sirvió para que muchos activistas islamistas suníes comprendieran que lo logrado en Irán era un buen estímulo para su propio combate: una Revolución había conseguido derrocar a uno de los pilares fundamentales de Occidente en el mundo musulmán, el Shah, y, más importante aún que eso, lo había hecho enarbolando la bandera del Islam que entraba de lleno como tal religión y como fenómeno político en las relaciones internacionales. Irán, en guerra con Irak desde septiembre de 1980, celebraba cada año en Teherán un gran congreso internacional para la unidad entre shiíes y suníes enfocado contra Irak y contra el régimen de Saddam Hussein, y pretendía con ello evitar lo aparentemente inevitable: que con la guerra contra Irak la Revolución iraní se identificara con el heterodoxo shiísmo y con el nacionalismo persa. Años después, el 31 de julio de 1987, en La Meca, se producían gravísimos enfrentamientos entre shiíes y suníes durante la Peregrinación que costaron la vida de más de 600 personas y que son un buen ejemplo de dicho enfrentamiento y del contexto al que nos estamos refiriendo.
El Ayatollah Jomeini había impugnado la legitimidad de la dinastía saudita para ser la Guardiana de los Lugares Santos del Islam, de los dos primeros La Meca y Medina que preceden al tercero Al Qods (Jerusalén), pidiendo que pasaran a ser administrados por un Consejo de Ulemas o doctores en la Sharía o ley islámica. Tan importante en términos de legitimación es la presencia de los dos principales lugares santos del Islam en su territorio que el Rey Fahd Ben Abdelaziz decidió en octubre de 1986 renunciar al título de Majestad y adoptar el tradicional de “Servidor de los Santos Lugares”. De ahí que el asalto dirigido por Juhayman Al Utaybi, un ex-militar, contra la Gran Mezquita de La Meca, fuera tan importante en términos simbólicos. Al Utaybi acusaba al régimen encabezado por la familia real de estar vendido a los intereses de los EEUU y de permitir la occidentalización del país. Como ha ocurrido ahora en la Mezquita Roja de Islamabad los islamistas radicales de Al Utaybi se hicieron fuertes en los subterráneos de la Mezquita donde resistieron quince días de asedio durante los cuales se produjeron disturbios y atentados en todo el país. La rebelión fue finalmente sofocada con ayuda de tropas jordanas, Al Utaybi fue detenido y luego decapitado en compañía de 68 de sus seguidores.
En paralelo al caso que veremos a continuación cuando nos centremos en Pakistán, es significativo que el asalto de La Meca se produjo en un país, Arabia Saudita, extremadamente rigorista en su aplicación del Islam y extremadamente activo a la hora de hacer proselitismo islámico desde una perspectiva que ha permitido moldear a individuos que con no mucho esfuerzo han acabado abrazando el ideario yihadista salasfista y, en consecuencia, los oscuros modos del terrorismo. Si allí el ataque yihadista se hacía contra un régimen musulmán rigorista que sentaba las bases con su proselitismo dentro y fuera del país de los grupos y redes radicales a los que hoy nos enfrentamos, el desafío del yihadismo salafista actual en Islamabad se produce también contra otro régimen musulmán cuyos instrumentos han venido apoyando con fuerza a grupos islamistas radicales en la vecindad afgana o en Cachemira y permiten la formación en sus miles de madrazas (escuelas coránicas) de seguidores de tan sanguinaria ideología.
EL DESAFÍO DE LA MEZQUITA ROJA.
La semilla islamista radical que ha representado la Mezquita Roja de Islamabad ha fructificado en los últimos años para alimentar el yihadismo por doquier pero en especial para socavar el poder del General y Presidente del país, Pervez Musharraf. Este, Jefe de Estado Mayor cuando derrocó el Gobierno del Primer Ministro Nawz Sharif a finales de 1999, proclamó al acceder al poder que era seguidor de Mustafá Kemal Ataturk, el padre de la independencia turca quien disolviera el último Califato existente sentando las bases del Estado turco actual, una provocación en toda regla para los islamistas radicales ya entonces muy abundantes en Pakistán.
Situada en pleno centro de la capital paquistaní, cercana a los centros de poder, la Mezquita Roja ha sido escenario reciente del encierro de cientos de radicales, los mismos que llevaban años hostigando con la palabra y con las armas al régimen del Presidente Musharraf. Dicho encierro y la tensión creada hasta que el Ejército inició el asalto del complejo el 10 de julio ponen en evidencia las enormes contradicciones de un país que siendo aliado privilegiado de los EEUU y de Occidente - como lo ha venido siendo también Arabia Saudita - es a la vez uno de los principales viveros del islamismo en su versión más radical, el que alimenta su versión yihadista en escenarios como Cachemira, y que sirve de santuario privilegiado para quienes desean impedir que la normalización del vecino Afganistán avance. Las últimas provocaciones surgidas de la Mezquita Roja, y que son previas a la insoportable provocación del encierro de los radicales, fueron la declaración del Yihad guerrero contra el régimen de Musharraf en abril, la creación de un tribunal islámico al margen de la justicia oficial, el lanzamiento de una provocadora campaña de moralización pública - visible a través de la brigada de mujeres procedentes del anexo femenino del complejo, la Madraza Hafza, que armadas de palos amenazaban a personas y a negocios en la ciudad -, el secuestro de 7 ciudadanas chinas el 23 de junio acusándolas de ejercer la prostitución y el de numerosos paquistaníes antes y después de esa fecha.
La gran cobertura mediática del asedio de la Mezquita Roja, unida a la expansión del radicalismo por todo el país, obligaron al régimen a iniciar el asalto final el 10 de julio. El medio millar de estudiantes encerrados en su interior estaban coordinados en los días previos al asalto por el clérigo radical Abdul Rashid Ghazi, número dos de su hermano Abdul Aziz, verdadero responsable este último del complejo y quien fuera detenido el 4 de julio cuando intentaba huir oculto bajo un burka. Ambos perpetuaban la labor de su padre, el Maulana Abdullah, quien regentó una mezquita conocida por su gran rigorismo hasta su fallecimiento en 1989. Como Abdul Rashid eligió la vía del martirio, muriendo finalmente durante el asalto, el régimen ha debido de enfrentarse al peor desafío desde que el General Musharraf accediera al poder en 1999, por delante de las tensiones cotidianas con los abundantes yihadistas, del levantamiento del Baluchistán desde 2005 o, incluso, de la compleja vecindad con el conflictivo Afganistán. La declaración del yihad guerrero en abril, la creación del tribunal islámico, la amenaza lanzada por Abdul Rashid de lanzar a hasta 10.000 hombres dispuestos al martirio por todo el país y una escaramuza que dejaba una decena larga de muertos en torno a la Mezquita el 3 de julio determinó a Musharraf a lanzar el asalto final.
Como ya ocurriera en La Meca en noviembre de 1979, ahora en Islamabad no quedaba otra alternativa que combatir a radicales para los que sobra cualquier negociación con Estados que ellos califican de desviados y apóstatas. Para evitar que la situación se enquistara con el consiguiente efecto de desgaste para el Estado, Musharraf dio la orden de ataque el 10 de julio, con la convicción plena de que la operación sería sangrienta - entre los encerrados había individuos bien curtidos en los campos de batalla de Afganistán y de Cachemira, algunos de ellos extranjeros de orígenes diversos como Chechenia o Uzbekistán - y de que tendría repercusiones en forma de ataques a lo largo y ancho del país, como también ocurriera en Arabia Saudita en 1979. Ya antes del asalto final, el 6 de julio, el mismo día en que un terrorista suicida mataba a 6 soldados en el norte del país, el avión del Presidente era tiroteado desde tierra con una ametralladora pesada. Entre el 14 y el 15 de julio más de 60 personas morían en diversos ataques terroristas en el noroeste del país: el 14 hasta 30 militares eran asesinados en un ataque suicida contra una patrulla en Miran Shah, en la provincia de Waziristán del Norte, y el 15 eran asesinados 20 aspirantes a policías en un centro de reclutamiento atacado por un suicida en Dera Ismail Khan (provincia de la Frontera Noroccidental) y 17 soldados en un ataque con bomba contra una patrulla del Ejército en el valle de Sawat, en la misma provincia. Una vez terminada la operación contra los encerrados en la Mezquita Roja, el 11 de julio, se vienen barajando cifras de muertos que van desde los 100 hasta los 300 y las consecuencias más inmediatas de este nuevo pulso al Estado pasan por la ofensiva terrorista a la que nos referimos y por la aparente denuncia por parte de los líderes tribales de las zonas fronterizas con Afganistán del acuerdo que firmaran con el Gobierno para aislar a los elementos Talibán y de Al Qaida. Frente a este escenario, en gran medida previsible y en lo que respecta a los ataques contra las autoridades más que cotidiano, sería importante que ese esfuerzo al que Musharraf se ha referido en términos de lucha contra el radicalismo pase no sólo por combatir a los terroristas, sino también por controlar las innumerables madrazas radicales, inventariarlas, tener acceso a los datos de sus miembros, aclarar su financiación y, especialmente, pulir los contenidos de sus enseñanzas.
Carlos Echeverría Jesús (Madrid, 26 de marzo de 1963) es Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y responsable de la Sección Observatorio del Islam de la revista mensual War Heat Internacional. Ha trabajado en diversas organizaciones internacionales (UEO, UE y OTAN) y entre 2003 y 2004 fue Coordinador en España del Proyecto "Undestanding Terrorism" financiado por el Departamento de Defensa de los EEUU a través del Institute for Defense Analysis (IDA). Como Analista del Grupo asume la dirección del área de Terrorismo Yihadista Salafista.
El inevitable asalto por parte del Ejército paquistaní el 10 de julio de la Mezquita Roja de la capital, Islamabad, un complejo con Mezquita y centros de formación conocido como Lal Masjid, recuerda casi tres décadas después a otro desafío al Estado. En aquel caso al saudita, realizado por islamistas radicales atrincherados en ambos casos en recintos sagrados. Precisamente esta naturaleza de recintos sagrados que tienen ambos escenarios de combates le añaden simbolismo y gravedad a las acciones que los Estados están obligados a emprender para dar respuesta a importantes desafíos a su autoridad. Por otro lado, es importante recordar que en el contexto de los enfrentamientos internos entre musulmanes a los que nos estamos refiriendo en este estudio tampoco han faltado otras agresiones feroces a recintos sagrados del Islam: un buen ejemplo de ello han sido los dos ataques realizados por yihadistas salafistas contra la Mezquita Dorada de Samarra, un templo muy venerado por los shiíes irakíes y en general por todos los shiíes del mundo. El primer ataque, realizado el 25 de febrero de 2005 y mucho más luctuoso y demoledor que el segundo realizado en junio de 2007, aceleró los enfrentamientos intercomunitarios ya de una forma sistemática y mucho más letal que los producidos hasta entonces. En este sentido con el ataque contra la Mezquita Dorada el terrorista jordano Abu Mussab Al Zarqaui fue capaz antes de su muerte, en el verano de 2006, de dinamizar unos enfrentamientos intercomunitarios en Irak que van a ser extremadamente difíciles de sofocar.
EL ASALTO A LA GRAN MEZQUITA DE LA KAABA EN LA MECA COMO ANTESALA DE LA OFENSIVA YIHADISTA EN TODO EL MUNDO ÁRABO-MUSULMÁN.
Producido dos años antes del asesinato del Presidente egipcio Anuar El Sadat en octubre de 1981 a manos de miembros del grupo Tanzim Al Yihad (Organización del Yihad), con el telón de fondo de una invasión soviética de Afganistán de diciembre de 1979 que puso ya los primeros hitos de una masiva campaña de reclutamiento yihadista a nivel global antes de que la globalización hubiera sido anunciada, y marcando también una tendencia en la provocación constante por parte de islamistas radicales a sus gobiernos en todo el mundo islámico, el asalto a la Gran Mezquita de La Meca en noviembre de 1979 perpetrado por un grupo armado dirigido por Juhayman Al Utaybi no debe ser tampoco tomado aisladamente sin entender el contexto en el que se produjo. Aunque la Revolución Islámica de Irán, que triunfa en febrero de 1979, triunfó en un contexto no árabe sino persa y no ortodoxo suní sino heterodoxo shií, sí sirvió para que muchos activistas islamistas suníes comprendieran que lo logrado en Irán era un buen estímulo para su propio combate: una Revolución había conseguido derrocar a uno de los pilares fundamentales de Occidente en el mundo musulmán, el Shah, y, más importante aún que eso, lo había hecho enarbolando la bandera del Islam que entraba de lleno como tal religión y como fenómeno político en las relaciones internacionales. Irán, en guerra con Irak desde septiembre de 1980, celebraba cada año en Teherán un gran congreso internacional para la unidad entre shiíes y suníes enfocado contra Irak y contra el régimen de Saddam Hussein, y pretendía con ello evitar lo aparentemente inevitable: que con la guerra contra Irak la Revolución iraní se identificara con el heterodoxo shiísmo y con el nacionalismo persa. Años después, el 31 de julio de 1987, en La Meca, se producían gravísimos enfrentamientos entre shiíes y suníes durante la Peregrinación que costaron la vida de más de 600 personas y que son un buen ejemplo de dicho enfrentamiento y del contexto al que nos estamos refiriendo.
El Ayatollah Jomeini había impugnado la legitimidad de la dinastía saudita para ser la Guardiana de los Lugares Santos del Islam, de los dos primeros La Meca y Medina que preceden al tercero Al Qods (Jerusalén), pidiendo que pasaran a ser administrados por un Consejo de Ulemas o doctores en la Sharía o ley islámica. Tan importante en términos de legitimación es la presencia de los dos principales lugares santos del Islam en su territorio que el Rey Fahd Ben Abdelaziz decidió en octubre de 1986 renunciar al título de Majestad y adoptar el tradicional de “Servidor de los Santos Lugares”. De ahí que el asalto dirigido por Juhayman Al Utaybi, un ex-militar, contra la Gran Mezquita de La Meca, fuera tan importante en términos simbólicos. Al Utaybi acusaba al régimen encabezado por la familia real de estar vendido a los intereses de los EEUU y de permitir la occidentalización del país. Como ha ocurrido ahora en la Mezquita Roja de Islamabad los islamistas radicales de Al Utaybi se hicieron fuertes en los subterráneos de la Mezquita donde resistieron quince días de asedio durante los cuales se produjeron disturbios y atentados en todo el país. La rebelión fue finalmente sofocada con ayuda de tropas jordanas, Al Utaybi fue detenido y luego decapitado en compañía de 68 de sus seguidores.
En paralelo al caso que veremos a continuación cuando nos centremos en Pakistán, es significativo que el asalto de La Meca se produjo en un país, Arabia Saudita, extremadamente rigorista en su aplicación del Islam y extremadamente activo a la hora de hacer proselitismo islámico desde una perspectiva que ha permitido moldear a individuos que con no mucho esfuerzo han acabado abrazando el ideario yihadista salasfista y, en consecuencia, los oscuros modos del terrorismo. Si allí el ataque yihadista se hacía contra un régimen musulmán rigorista que sentaba las bases con su proselitismo dentro y fuera del país de los grupos y redes radicales a los que hoy nos enfrentamos, el desafío del yihadismo salafista actual en Islamabad se produce también contra otro régimen musulmán cuyos instrumentos han venido apoyando con fuerza a grupos islamistas radicales en la vecindad afgana o en Cachemira y permiten la formación en sus miles de madrazas (escuelas coránicas) de seguidores de tan sanguinaria ideología.
EL DESAFÍO DE LA MEZQUITA ROJA.
La semilla islamista radical que ha representado la Mezquita Roja de Islamabad ha fructificado en los últimos años para alimentar el yihadismo por doquier pero en especial para socavar el poder del General y Presidente del país, Pervez Musharraf. Este, Jefe de Estado Mayor cuando derrocó el Gobierno del Primer Ministro Nawz Sharif a finales de 1999, proclamó al acceder al poder que era seguidor de Mustafá Kemal Ataturk, el padre de la independencia turca quien disolviera el último Califato existente sentando las bases del Estado turco actual, una provocación en toda regla para los islamistas radicales ya entonces muy abundantes en Pakistán.
Situada en pleno centro de la capital paquistaní, cercana a los centros de poder, la Mezquita Roja ha sido escenario reciente del encierro de cientos de radicales, los mismos que llevaban años hostigando con la palabra y con las armas al régimen del Presidente Musharraf. Dicho encierro y la tensión creada hasta que el Ejército inició el asalto del complejo el 10 de julio ponen en evidencia las enormes contradicciones de un país que siendo aliado privilegiado de los EEUU y de Occidente - como lo ha venido siendo también Arabia Saudita - es a la vez uno de los principales viveros del islamismo en su versión más radical, el que alimenta su versión yihadista en escenarios como Cachemira, y que sirve de santuario privilegiado para quienes desean impedir que la normalización del vecino Afganistán avance. Las últimas provocaciones surgidas de la Mezquita Roja, y que son previas a la insoportable provocación del encierro de los radicales, fueron la declaración del Yihad guerrero contra el régimen de Musharraf en abril, la creación de un tribunal islámico al margen de la justicia oficial, el lanzamiento de una provocadora campaña de moralización pública - visible a través de la brigada de mujeres procedentes del anexo femenino del complejo, la Madraza Hafza, que armadas de palos amenazaban a personas y a negocios en la ciudad -, el secuestro de 7 ciudadanas chinas el 23 de junio acusándolas de ejercer la prostitución y el de numerosos paquistaníes antes y después de esa fecha.
La gran cobertura mediática del asedio de la Mezquita Roja, unida a la expansión del radicalismo por todo el país, obligaron al régimen a iniciar el asalto final el 10 de julio. El medio millar de estudiantes encerrados en su interior estaban coordinados en los días previos al asalto por el clérigo radical Abdul Rashid Ghazi, número dos de su hermano Abdul Aziz, verdadero responsable este último del complejo y quien fuera detenido el 4 de julio cuando intentaba huir oculto bajo un burka. Ambos perpetuaban la labor de su padre, el Maulana Abdullah, quien regentó una mezquita conocida por su gran rigorismo hasta su fallecimiento en 1989. Como Abdul Rashid eligió la vía del martirio, muriendo finalmente durante el asalto, el régimen ha debido de enfrentarse al peor desafío desde que el General Musharraf accediera al poder en 1999, por delante de las tensiones cotidianas con los abundantes yihadistas, del levantamiento del Baluchistán desde 2005 o, incluso, de la compleja vecindad con el conflictivo Afganistán. La declaración del yihad guerrero en abril, la creación del tribunal islámico, la amenaza lanzada por Abdul Rashid de lanzar a hasta 10.000 hombres dispuestos al martirio por todo el país y una escaramuza que dejaba una decena larga de muertos en torno a la Mezquita el 3 de julio determinó a Musharraf a lanzar el asalto final.
Como ya ocurriera en La Meca en noviembre de 1979, ahora en Islamabad no quedaba otra alternativa que combatir a radicales para los que sobra cualquier negociación con Estados que ellos califican de desviados y apóstatas. Para evitar que la situación se enquistara con el consiguiente efecto de desgaste para el Estado, Musharraf dio la orden de ataque el 10 de julio, con la convicción plena de que la operación sería sangrienta - entre los encerrados había individuos bien curtidos en los campos de batalla de Afganistán y de Cachemira, algunos de ellos extranjeros de orígenes diversos como Chechenia o Uzbekistán - y de que tendría repercusiones en forma de ataques a lo largo y ancho del país, como también ocurriera en Arabia Saudita en 1979. Ya antes del asalto final, el 6 de julio, el mismo día en que un terrorista suicida mataba a 6 soldados en el norte del país, el avión del Presidente era tiroteado desde tierra con una ametralladora pesada. Entre el 14 y el 15 de julio más de 60 personas morían en diversos ataques terroristas en el noroeste del país: el 14 hasta 30 militares eran asesinados en un ataque suicida contra una patrulla en Miran Shah, en la provincia de Waziristán del Norte, y el 15 eran asesinados 20 aspirantes a policías en un centro de reclutamiento atacado por un suicida en Dera Ismail Khan (provincia de la Frontera Noroccidental) y 17 soldados en un ataque con bomba contra una patrulla del Ejército en el valle de Sawat, en la misma provincia. Una vez terminada la operación contra los encerrados en la Mezquita Roja, el 11 de julio, se vienen barajando cifras de muertos que van desde los 100 hasta los 300 y las consecuencias más inmediatas de este nuevo pulso al Estado pasan por la ofensiva terrorista a la que nos referimos y por la aparente denuncia por parte de los líderes tribales de las zonas fronterizas con Afganistán del acuerdo que firmaran con el Gobierno para aislar a los elementos Talibán y de Al Qaida. Frente a este escenario, en gran medida previsible y en lo que respecta a los ataques contra las autoridades más que cotidiano, sería importante que ese esfuerzo al que Musharraf se ha referido en términos de lucha contra el radicalismo pase no sólo por combatir a los terroristas, sino también por controlar las innumerables madrazas radicales, inventariarlas, tener acceso a los datos de sus miembros, aclarar su financiación y, especialmente, pulir los contenidos de sus enseñanzas.
Carlos Echeverría Jesús (Madrid, 26 de marzo de 1963) es Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y responsable de la Sección Observatorio del Islam de la revista mensual War Heat Internacional. Ha trabajado en diversas organizaciones internacionales (UEO, UE y OTAN) y entre 2003 y 2004 fue Coordinador en España del Proyecto "Undestanding Terrorism" financiado por el Departamento de Defensa de los EEUU a través del Institute for Defense Analysis (IDA). Como Analista del Grupo asume la dirección del área de Terrorismo Yihadista Salafista.
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