La Playa de la Ballenera, en Benzú moro. Al fondo, la "espina eterna", la otra Columna de Hércules.
"Nuestra" playa.
Mi padre en "nuestra playa".
Calamocarro.
Mis primeros recuerdos, son para La Restinga, junto al Acuartelamiento Legionario. Estaba más cerca de Tetuán, que de Ceuta y, probablemente, sería el año 1947 o 1948.
Yo comencé tarde a ir a la playa, porque había tenido una enfermedad de pequeño y no convenía que me diera el sol… o al menos eso decían los médicos entonces. (Durante años decían que el pescado azul era malo para los niños, y ahora se hartan de boquerones).
Cuando me dieron “el alta” definitiva, aun dependiente de “los mayores”, íbamos – a diario - a la playa cercana a la desembocadura del río Negro, mas cerca de Ceuta que la anterior y allí nos encontrábamos con amigas de mi madre – y sus hijos – lo que hacía el asunto mas agradable. Los maridos llegaban luego, terminada la jornada matinal, a darse un chapuzón rápido y a recogernos; era aquella España.
Cuando llegó la independencia, pasar de Castillejos – donde continuaba la Aduana, aunque la frontera estaba en el Tarajal, lo que para mi resultó una desagradable sorpresa – no era tan simple como saludar desde el coche, que era el procedimiento habitual y seguir. Por tanto se decidió que había que buscar – para diario – una playa antes de llegar a Castillejos. Y se disolvió el grupo: cada cual tiró por la calle de en medio.
La encontramos, claro, pero cambiando del color de la arena. Estaba “un par de curvas” antes de llegar a Castillejos, pasado Puente Negrito. A diario no iba nadie – cuando digo nadie, digo gualo majanduchi - y la llamamos “nuestra playa”. Había buena pesca submarina: algún mero, muchos salmonetes: bien. Pero surgieron los conflictos al yo “tomar la edad”. Y me dieron libertad para ir a la playa Benítez. Coincidió que uno de los remolcadores de la empresa, el “Abyla”, encontró en aguas del Cabo San Vicente un esquife a la deriva y, tras las oportunas reparaciones, me hice con él.
Benítez fue mi primera playa independiente y ya, “no paré”.En Benítez había menos pesca, sin embargo, a unos treinta metros de la orilla llegué a encontrar y cazar un bogavante. Allí lo divertido era navegar desde la orilla a “La Isla”, una gran roca que había donde hoy hay rellenos, hasta “La Gaviota”, algo menor, donde había buena cantidad de mejillones. Dos amigos teníamos un esquife cada uno: el “Chemy” y el “Calpe”, que era el mío; entre una cosa y otra, contaba con las dos Columnas de Hércules.
El Tarajal, el Chorrillo o el Sarchal, eran de visita esporádica. Y San Amaro, con bote, desde el puerto: no había arena, ¡menudas piedras!
A mi padre le gustaba mucho Calamocarro… lo comprendo mejor ahora: el olor de las algas en Septiembre, en las horas de bajamar.
Benzú – zona de la Ballenera - eran palabras mayores. Allí si que había pesca, enormes meros. Y si “dabas la vuelta” a Punta Leona, ya estabas junto a la Isla de Perejil, con sus “volaores” y una gran riqueza y variedad ecológica.
De cuando en cuando, hacíamos alguna excursión a Uad Lau, o a El Salado, pasado Cabo Negro y, por supuesto el Rincón del Medik.
Yo comencé tarde a ir a la playa, porque había tenido una enfermedad de pequeño y no convenía que me diera el sol… o al menos eso decían los médicos entonces. (Durante años decían que el pescado azul era malo para los niños, y ahora se hartan de boquerones).
Cuando me dieron “el alta” definitiva, aun dependiente de “los mayores”, íbamos – a diario - a la playa cercana a la desembocadura del río Negro, mas cerca de Ceuta que la anterior y allí nos encontrábamos con amigas de mi madre – y sus hijos – lo que hacía el asunto mas agradable. Los maridos llegaban luego, terminada la jornada matinal, a darse un chapuzón rápido y a recogernos; era aquella España.
Cuando llegó la independencia, pasar de Castillejos – donde continuaba la Aduana, aunque la frontera estaba en el Tarajal, lo que para mi resultó una desagradable sorpresa – no era tan simple como saludar desde el coche, que era el procedimiento habitual y seguir. Por tanto se decidió que había que buscar – para diario – una playa antes de llegar a Castillejos. Y se disolvió el grupo: cada cual tiró por la calle de en medio.
La encontramos, claro, pero cambiando del color de la arena. Estaba “un par de curvas” antes de llegar a Castillejos, pasado Puente Negrito. A diario no iba nadie – cuando digo nadie, digo gualo majanduchi - y la llamamos “nuestra playa”. Había buena pesca submarina: algún mero, muchos salmonetes: bien. Pero surgieron los conflictos al yo “tomar la edad”. Y me dieron libertad para ir a la playa Benítez. Coincidió que uno de los remolcadores de la empresa, el “Abyla”, encontró en aguas del Cabo San Vicente un esquife a la deriva y, tras las oportunas reparaciones, me hice con él.
Benítez fue mi primera playa independiente y ya, “no paré”.En Benítez había menos pesca, sin embargo, a unos treinta metros de la orilla llegué a encontrar y cazar un bogavante. Allí lo divertido era navegar desde la orilla a “La Isla”, una gran roca que había donde hoy hay rellenos, hasta “La Gaviota”, algo menor, donde había buena cantidad de mejillones. Dos amigos teníamos un esquife cada uno: el “Chemy” y el “Calpe”, que era el mío; entre una cosa y otra, contaba con las dos Columnas de Hércules.
El Tarajal, el Chorrillo o el Sarchal, eran de visita esporádica. Y San Amaro, con bote, desde el puerto: no había arena, ¡menudas piedras!
A mi padre le gustaba mucho Calamocarro… lo comprendo mejor ahora: el olor de las algas en Septiembre, en las horas de bajamar.
Benzú – zona de la Ballenera - eran palabras mayores. Allí si que había pesca, enormes meros. Y si “dabas la vuelta” a Punta Leona, ya estabas junto a la Isla de Perejil, con sus “volaores” y una gran riqueza y variedad ecológica.
De cuando en cuando, hacíamos alguna excursión a Uad Lau, o a El Salado, pasado Cabo Negro y, por supuesto el Rincón del Medik.
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