







Yo comencé tarde a ir a la playa, porque había tenido una enfermedad de pequeño y no convenía que me diera el sol… o al menos eso decían los médicos entonces. (Durante años decían que el pescado azul era malo para los niños, y ahora se hartan de boquerones).
Cuando me dieron “el alta” definitiva, aun dependiente de “los mayores”, íbamos – a diario - a la playa cercana a la desembocadura del río Negro, mas cerca de Ceuta que la anterior y allí nos encontrábamos con amigas de mi madre – y sus hijos – lo que hacía el asunto mas agradable. Los maridos llegaban luego, terminada la jornada matinal, a darse un chapuzón rápido y a recogernos; era aquella España.
Cuando llegó la independencia, pasar de Castillejos – donde continuaba la Aduana, aunque la frontera estaba en el Tarajal, lo que para mi resultó una desagradable sorpresa – no era tan simple como saludar desde el coche, que era el procedimiento habitual y seguir. Por tanto se decidió que había que buscar – para diario – una playa antes de llegar a Castillejos. Y se disolvió el grupo: cada cual tiró por la calle de en medio.
La encontramos, claro, pero cambiando del color de la arena. Estaba “un par de curvas” antes de llegar a Castillejos, pasado Puente Negrito. A diario no iba nadie – cuando digo nadie, digo gualo majanduchi - y la llamamos “nuestra playa”. Había buena pesca submarina: algún mero, muchos salmonetes: bien. Pero surgieron los conflictos al yo “tomar la edad”. Y me dieron libertad para ir a la playa Benítez. Coincidió que uno de los remolcadores de la empresa, el “Abyla”, encontró en aguas del Cabo San Vicente un esquife a la deriva y, tras las oportunas reparaciones, me hice con él.
Benítez fue mi primera playa independiente y ya, “no paré”.En Benítez había menos pesca, sin embargo, a unos treinta metros de la orilla llegué a encontrar y cazar un bogavante. Allí lo divertido era navegar desde la orilla a “La Isla”, una gran roca que había donde hoy hay rellenos, hasta “La Gaviota”, algo menor, donde había buena cantidad de mejillones. Dos amigos teníamos un esquife cada uno: el “Chemy” y el “Calpe”, que era el mío; entre una cosa y otra, contaba con las dos Columnas de Hércules.
El Tarajal, el Chorrillo o el Sarchal, eran de visita esporádica. Y San Amaro, con bote, desde el puerto: no había arena, ¡menudas piedras!
A mi padre le gustaba mucho Calamocarro… lo comprendo mejor ahora: el olor de las algas en Septiembre, en las horas de bajamar.
Benzú – zona de la Ballenera - eran palabras mayores. Allí si que había pesca, enormes meros. Y si “dabas la vuelta” a Punta Leona, ya estabas junto a la Isla de Perejil, con sus “volaores” y una gran riqueza y variedad ecológica.
De cuando en cuando, hacíamos alguna excursión a Uad Lau, o a El Salado, pasado Cabo Negro y, por supuesto el Rincón del Medik.
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