04 enero, 2009

LA OTRA CARA DEL GRAL. QUEIPO DE LLANO.-


ALABÓ LA REPÚBLICA HASTA QUE QUISO ACABAR CON ELLA. FUE UN PERSONAJE LLENO DE CONTRADICCIONES.
El año que acaba de terminar ha sido fértil en libros históricos. Y uno de los que más interés ha suscitado es el que tiene como protagonista a un hombre que puso de acuerdo a franquistas y republicanos en la común descalificación: Gonzalo Queipo de Llano, un militar que con su toma de Sevilla primero, y el resto de Andalucía después, allanó el camino a Franco en su caudillaje prolongado. Sus memorias comprenderán dos volúmenes. El primero, «Queipo de Llano. Memorias de la Guerra Civil» (La Esfera de los Libros), está compilado por el historiador Jorge Fernández-Coppel y prologado por el nieto del primer presidente de la II República española, Niceto Alcalá-Zamora. Coppel, que ha trabajado con los archivos personales de Queipo facilitados por los familiares de éste, reivindica la figura de «un gran desconocido de la Historia contemporánea española», y para reafirmar su tesis avanza que en un segundo volumen se recogerán los episodios iniciales de Queipo de Llano como militar, «primero como oficial republicano y más tarde como uno de los cabecillas de la sublevación». «¿Conoce usted el archivo de mi padre? Desde su muerte en 1951 no he dejado que nadie manosee sus papeles». Fernández-Coppel ya tenía el hilo del que debía tirar para construir su obra. Fue el testimonio de su nieto la llave que abría el cajón de unos recuerdos construidos a golpe de sable. Queipo fue una de las figuras señeras del alzamiento del 36, y quizá, si salvamos a Franco, la que más deformación ha recibido por parte de historiadores y estudiosos. El nieto de Alcalá-Zamora habla de una «satanización excesiva, por los dos bandos, de un personaje infinitamente más simpático y preparado que otros personajes mediocres como Azaña y Franco».
UN HOMBRE CONTRADICTORIO.
Porque Queipo fue, ante todo, una víctima de su propia contradicción. Quiso a Miguel Primo de Rivera hasta acabar odiándolo. Alabó la República hasta que decidió acabar con ella, fue un monárquico convencido que luchó para que Alfonso XXII no retornara a España. Fernández-Coppel exime al general castellano de culpabilidad en el fusilamiento de Lorca: «No existe ninguna prueba o documento que así lo testifique», y critica «las suposiciones y la escritura basada en panfletos, ya que eso no es hacer historia», en alusión al hispanista Ian Gibson, principal valedor de la tesis que vincula al general con la muerte del poeta granadino. El historiador presenta un perfil del militar que, a pesar de sublevarse, escribe a Franco poco después de finalizar la contienda «para que instalara la democracia y la libertad de prensa en España». Porque, a pesar de que el cuerpo central de la obra está basado en los relatos sobre la guerra civil, el testimonio de Queipo de Llano se inicia con su exilio en Roma y finaliza en el mismo retiro italiano al que le condenó Franco «por no fiarse de él», apunta Coppel. No sorprende, pues, que el espigado general siempre acusara al dictador de «resentido, falso e incapaz» en sus charlas y cartas con sus más íntimos. Le negaba no sólo sus cualidades militares, sino «su propio valor en el combate».
Francisco Carrillo.
Como Unamuno, el Cardenal Segura y otros, acabó peleado con todos.

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