04 enero, 2009

LO QUE CONTO ALCALA ZAMORA III.-

A finales de 1933, las derechas, organizadas por primera vez desde el derrocamiento de la monarquía parlamentaria, ganaron las elecciones. La victoria estaba vinculada a la CEDA, una coalición católica que constituía un anticipo de lo que sería la democracia cristiana de posguerra. Como era de esperar, las izquierdas - que habían diseñado un sistema que les permitiera mantenerse en el poder de manera indefinida - dejaron de manifiesto desde el principio que no iban a aceptar el resultado de las urnas. Alcalá-Zamora recibió visitas de distintos dirigentes, entre ellos Azaña, que le presionaron para que no encargara la formación de gobierno a los vencedores. Consideraban las izquierdas que la derecha carecía de legitimidad para gobernar aunque las urnas se hubieran inclinado clamorosamente a favor suyo. Como alternativa, le proponían una dictadura de izquierdas que, supuestamente, defendiera la legalidad republicana, ésa misma que deseaban violentar. Al respecto, Azaña dio muestras de un talante profundamente anti-democrático que no encaja en absoluto con las hagiografías actuales del personaje. Alcalá-Zamora optó entonces por una solución salomónica y, desde luego, discutible. En lugar de encargar la formación de gobierno a la CEDA que era el grupo mayoritario, el presidente de la república encomendó la tarea al partido radical de Lerroux, el de Clara Campoamor, un grupo de centro-derecha que había estado en las conjuras republicanas de la época de la monarquía, pero que se había moderado a la vista del comportamiento de las izquierdas. La CEDA, de manera bien significativa, se plegó a la decisión de Alcalá-Zamora porque deseaba dar la imagen de una fuerza que no tenía nada contra el nuevo régimen y que aspiraba a gobernar por su moderación. Sin embargo, ni el PSOE ni los nacionalistas catalanes ni los republicanos de izquierdas estaban dispuestos a tolerar la situación por muy moderada que resultara. Durante todo 1934, los socialistas estuvieron reuniendo alijos de armas con la intención de alzarse en armas contra el gobierno legítimo de la República. Ya durante el verano, caldearon la situación utilizando el arma revolucionaria por excelencia en opinión de Guesde, el inspirador francés de Pablo Iglesias. Se trataba de la huelga revolucionaria que se transformaría en insurrección armada a finales de año. Tras establecer contactos con la masonería y con el ejército para conseguir su colaboración, a inicios de octubre de 1934, socialistas, republicanos y nacionalistas catalanes se alzaron en armas pretextando la entrada de algunos miembros de la CEDA - todos muy moderados - en el Gobierno. Los documentos de Alcalá-Zamora - incluido un relato detallado y diario de lo acontecido en Asturias- permiten reconstruir el desarrollo de aquel episodio y comprender que, como señalaban sus proclamas, las izquierdas habían desencadenado una guerra civil que debía concluir con la implantación de la dictadura del proletariado. Al respecto, las proclamas de Largo Caballero y de Indalecio Prieto no dejan lugar a dudas. Al final, sin embargo, con el asesoramiento del general Franco y la intervención de militares como el capitán Lozano, abuelo de ZP, el gobierno republicano sofocó la sublevación del PSOE y la ERC, y permitió un regreso a la legalidad. Sin embargo, a esas alturas resultaba más que obvio que fracasado el intento de implantar un PRI en España, las izquierdas habían entrado de lleno en una dialéctica guerracivilista que sólo tendría una conclusión posible.
César Vidal.

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