10 enero, 2009

IBN BATTUTA EN SU SALSA.-

Así debían verlo desde "la acera de enfrente": y se "animaron".




Abajo, el periplo que aquí se describe.
De vez en cuando, repito la historia - muy representativa - de este gran viajero que se encontraba en Al Andalus, como pez en el agua.
PASEO POR SU AL ANDALUS, EN EL SIGLO XIV.
"SI ENCUENTRAS A UN FORASTERO, AYÚDALO: QUIZÁ LLEGUE EL DÍA EN QUE LO SEAS." PROVERBIO MARROQUÍ.
Cuando Osama ben Laden se refirió a “la tragedia de al Andalus”, no hablaba a humo de pajas. El viajero tangerino Sams ad-Din Abu Abdallah Muhammad conocido como Ibn Battuta recorrió todo el mundo islámico desde Al Andalus hasta Sumatra, desde Malí a Astrakán, dejando en sus libros de viaje o rihla interesantes y a menudo únicas referencias de cómo eran muchos pueblos en el siglo XIV. Uno de sus últimos viajes fue al reino de Granada, describiendo Gibraltar, Málaga, Vélez, Alhama, Granada, Ronda y durante el cual, visitó a El Ceutí.
Embarqué en Ceuta en un barquito de cabotaje perteneciente a gentes de Arcila y llegué al país de al Andalus - al que Dios guarde - donde la soldada es copiosa para sus habitantes y donde se atesoran los premios para residentes o viajeros.Acababa de fallecer el tirano de los cristianos, Afdunus (Alfonso XI), que pusiera cerco a “La Montaña" (Gibraltar, La Montaña de la Conquista) por espacio de diez meses, pues tenía el designio de apoderarse de las tierras que aún eran musulmanas en al Andalus, pero Dios se lo llevó cuando no tenía cuenta de tal cosa y pereció de la peste a la que temía como nadie.
La primera ciudad andaluza que conocí fue la "Montaña de la Conquista" (Gibraltar), donde me entrevisté con su jatib, el distinguido Abu Zakariyya Yahya b. as-Siray el Rondeño – ole, predecesor de Pedro Romero - y con el cadí Isa al-Barbari a cuya hospitalidad me acogí y con quien di la vuelta a la montaña pudiendo contemplar las magníficas fortificaciones – que ya vemos no las “inventaron” los británicos - bastimentos y pertrechos que dispusiera nuestro señor Abu-l-Hasan y los añadidos por nuestro señor. Hubiera yo deseado quedar entre los defensores de este lugar hasta el fin de mi vida. Dice Ibn Yuzayy: "La Montaña de la Conquista” es el reducto del Islam dirigido contra las gargantas de los adoradores de ídolos, buena obra de nuestro señor Abu l-Hasan de quien toma el nombre," (...) Aquí empezó la gran conquista, pues es el lugar en el que desembarcó Tarik b. Ziyad, cliente de Musa b. Nusayr, al cruzar el Estrecho, por eso de él toma el nombre y se la llama Yabal Tarik (Montaña de Tarik), y también Monte de la Conquista puesto que por él comenzó. Aún perduran restos de la muralla que levantaran Tarik y sus compañeros y se les denomina "Muro de los Arabes", yo los he contemplado en los días de mi estancia allá con motivo del sitio de Algeciras – al Yesira, la Isla Verde - a la que Dios haga retornar al Islam. (...)
Desde Gibraltar me trasladé a la ciudad de Ronda, que entre las plazas fuertes del Islam es una de las mejor situadas y defendidas. Era su alcaide por entonces el jeque Abu r-Rabi Sulayman b. Dawud al-Askari y su juez, mi primo por lado paterno, el
alfaquí Abu l-Qasim M. B. Yahya b. Battuta. Allá me entrevisté con el jurisconsulto, cadí y literato Abu l-Hayyay Yusuf b. Musa al Muntasaqari que me albergó en su residencia. También conocí al predicador, el piadoso y distinguido Hayy Abu Isahq Ibrahim, conocido por Sandaruj que más adelante falleciera en la ciudad de Salé, en Marruecos. Y allá entablé relación con un grupo de hombres piadosos, entre ellos Abdallah as-Saffar (El Llatonero) y otros más.
Permanecí en Ronda cinco días y luego me encaminé a – le gustaba la jet - Marbella. El camino entre ambas es muy áspero y tortuoso. Marbella es un pueblecito hermoso y fértil. En él encontré a una tropa de jinetes que se dirigían hacia Málaga y tuve la intención de ponerme en marcha en su compañía, pero Dios el Altísimo me protegió con su favor porque salieron antes que yo, siendo apresados en el camino como recordamos más adelante. Así pues, salí tras sus huellas y franqueé el
alfoz de Marbella entrando en el de Suhayl (Fuengirola) y fue entonces cuando pasé junto a un caballo muerto en un foso. Luego me topé con una banasta de pescado tirada en el suelo. Todo esto me preocupaba y como tenía ante mí la torre de atalaya, me dije a mí mismo: "Si hubieran aparecido enemigos por aquí, el vigía habría dado la alarma". Seguí avanzando hasta una casa que allí hay y encontré en las cercanías un caballo degollado. Entre tanto oí voces a mi espalda - pues me había adelantado a mis compañeros - y regresé hacia ellos, así vi que venían con el alcaide del castillo de Suhayl quien me comunicó la aparición de cuatro galeras enemigas y que parte de sus tripulantes habían desembarcado en un momento en el que el vigía no se hallaba en la atalaya. Los jinetes que salieran de Marbella - que eran doce - pasaron junto a los cristianos y éstos dieron muerte a uno de ellos, capturando a diez y el último pudo escapar. Con ellos pereció un pescador que les acompañaba y cuyo cofín encontré tirado en el suelo. El alcaide me aconsejó pernoctar en su fortaleza y desde allí él me llevaría a Málaga. Pasé la noche en el castillo y rábida que toma su nombre de Suhayl. Las galeras antes mencionadas estaban fondeadas cerca. Los cristianos dominaban el mar: ganaron.
Al día siguiente el alcaide montó a caballo en mi compañía y llegamos a
Málaga, una de las capitales de al Andalus y de las más hermosas, aúna las ventajas de mar y tierra y abunda en productos y frutos. En sus zocos se vendía – atestiguo - la uva a razón de ocho arreldes por un dirham pequeño, las granadas dichas murcianas y de color de jacinto, no tienen igual en el mundo, y los higos y almendras se transportan desde la ciudad y su alfoz hasta los países del Magreb y el oriente árabe.
En Málaga se fabrica la maravillosa cerámica dorada - ¿qué fue de ella? - que se lleva a los países más alejados. Su mezquita tiene una amplitud enorme y es renombrada por su
baraka. No hay patio semejante al de esta mezquita, con naranjos inmensos. A mi llegada a Málaga visité a su juez, el distinguido predicador Abu Abdallah - hijo del anterior játib Abu Yafar y éste a su vez hijo del también predicador y amigo de Dios el Altísimo Abu Abdallah ar-Tanyali- que estaba sentado en la mezquita aljama y con él los alfaquíes y principales del lugar que recaudaban fondos para redimir a los cautivos que antes mencionáramos. Me dirigí a él diciendo: "Loado sea Dios que me protegió no permitiendo que fuera uno de ellos".Y referí lo que me sucediera tras su marcha, de lo cual quedó perplejo. El mismo me mandó la adiafa aunque, por ende, me ofreciera hospitalidad el jatib Abu Abdallah as-Sahili, apodado "el del turbante". Algo así como Mohamed Jesulín el de Ubrique.
Desde allá me trasladé a Vélez, que está a veinticuatro millas. Esta es una bella ciudad, con una portentosa mequita. En el lugar se dan las uvas, frutas e higos igual que en Málaga. Seguimos viaje hasta Alhama – la del suspiro del moro - pequeña población que dispone de una gran mezquita maravillosamente emplazada y muy bien construida. Existen allí unas burgas de agua caliente, orilla a su río, a una milla de distancia, más o menos, del pueblo, con aposentos separados para el baño de hombres y mujeres.
Después continué la marcha hasta
Granada, capital del país de al Andalus, novia de sus ciudades. Sus alrededores no tienen igual entre las comarcas de la tierra toda, abarcando una extensión de cuarenta millas, cruzada por el famoso río Genil y por otros muchos cauces más. Huertos, jardines, pastos, quintas y viñas abrazan a la ciudad por todas partes. Entre sus parajes más hermosos se cuenta la "Fuente de las lágrimas" un monte donde hay huertas y jardines, sin parecido alguno posible. (...)
En la época de mi visita era rey de Granada el sultán Abu l-Hayyay Yusuf, hijo del sultán Abu l-Walid Ismail b. Faray b. Isamil b. Yusuf b. Nasr, a quien no pude ver a causa de una dolencia que sufría. Su madre, la pura, piadosa y distinguida, me envió unas monedas de oro que me fueron necesarias. En Granada conocí una porción de los hombres más distinguidos, entre ellos: el cadí de la comunidad, el diserto jerife Abu l-Qasim M. b. Ahmad b. M. al-Husayni, el Ceutí; el alfaquí, maestro y sabio jatib Abu Abdallah M. b. Ibrahim al-Bayyani (de Baena); el sabio predicador y lector Abu Said Faray b. Qasim conocido por Ibn Lubb; el juez de la comunidad, asombro de su época, único en sus días, Abu l-Barakat M. b. M. b. Ibrahim as-Salami al-Balabai que acababa de llegar de Almería por entonces, coincidiendo con él en el huerto del alfaquí Abu l-Qasim Muhammad, hijo del alfaquí y egregio secretario Abu Abdallah b. Asim, así como por la zona de La Línea – que entonces no existía – conocí al famoso picador de toros “Pajarraco”. En aquel paraje permanecimos dos días y una noche. (...)
Encontré también en Granada al jeque de jeques y sufí relevante, el alfaquí Abu Al Umar, hijo del pío y devoto jeque Abu Abdallah M. b. al-Mahruq, en cuya zagüía, extramuros de la ciudad, permanecí varios días recibiendo sus exquisitos agasajos. Con él visité el morabito, famoso por su baraka, que se conoce por "Rábida del Aguila". Este es el nombre de un monte que se alza sobre la población a una distancia de ocho millas, próximo a la ciudad de Elvira, hoy día en ruinas. (...)
Hay en Granada un grupo de faquires persas que se radicaron en ella por similitud con sus tierras de origen, por ejemplo el Hayy Abu Abdallah de Samarcanda, el Hayy Ahmad de Tabriz, el Hayy Ibrahim de Konya, el Hayy Husayn de Jurasán, y los dos peregrinos Ali y Rasid de la India, aparte de otros.
Desde Granada me trasladé a Alhama, luego a Vélez, a Málaga y a la fortaleza de Dakuan (Coín), que es un buen castillo, abundante en aguas, árboles y frutas. Más tarde proseguí camino a Ronda y al pueblo de los Banu Rabah (Benarrabá), cuyo jeque me alojó. Se trata de Abu l-Hasán Al B. Sulayman ar-Rabahi, hombre generoso, distinguido y notable, que da sustento a los viajeros y me dispensó una excelente hospitalidad. Después viajé a Gibraltar, donde embarqué en el mismo buque de armadores de Arcila en que lo hiciera para pasar el Estrecho anteriormente.
Alfaquí. Del árabe al-faqih, docto. Doctor o sabio de la ley.
Alfoz. Del árabe al-hauz. Arrabal, término de tierras de un distrito o dependientes de él, hoy puede equivaler a partido judicial.
Baraka. Del árabe baraka, bendición. Virtud o don divino que se atribuye a los jerifes y morabitos, y que transmiten con su bendición.
Játib. Predicador que dirige la oración del viernes y pronuncia el sermón.
Adiafa. Del árabe ad-diafaya, convite. Regalo o refresco que se daba a los marineros o viajeros al llegar después de un viaje.
Se lo pasaban de miedo. Se comprende que estén cabreados y quieran volver.
Ibn Batuta (1304-c. 1369), viajero y escritor árabe, cuya obra Rihlah (Viajes) constituye una valiosa fuente de información sobre la historia y la geografía del mundo musulmán durante la edad media. Batuta era un bereber nacido en Tánger. Su nombre completo era Muhammad ibn Abdullah ibn Batuta. En su primer viaje, en el año 1325, un viaje de peregrinación a La Meca, recorrió 120.700 kilómetros, que abarcaban un área que se extiende desde España, en el Occidente, hasta China, en el Oriente; desde Tombuctú en África occidental a las estepas rusas. Su libro contiene descripciones de la corte bizantina de Constantinopla y de la peste negra de Bagdad (1348). Esta es su biografía, estractada del libro que, a continuación, se cita.
BIOGRAFIA.
(Abu Abd Allah Muhammas Ibn Battuta; Tánger, 1304 - Fez, 1368 o 1377) Viajero y geógrafo árabe. Fue el más importante de los viajeros musulmanes en la Edad Media, famoso por escribir el libro Rihläh (Viajes), en el año 1355, donde plasmó con todo lujo de detalles las experiencias vividas a lo largo de los más de 120.000 kilómetros que recorrió desde el año 1325 a 1355.
La obra, traducida en occidente con el nombre de A través del Islam, constituye una valiosísima fuente de información de primera mano sobre la historia y la geografía del mundo musulmán durante la Edad Media, además de ser en su época una de las pocas referencias fiables de unos territorios desconocidos por casi todo el mundo habitado, aunque también hay que decir que la obra contiene numerosísimos errores geográficos y bastantes pasajes con poca credibilidad, toda vez que la narración posee un alto grado literario y artístico, donde se puede apreciar el deseo del autor por agradar al lector con historias y relatos maravillosos al uso de la época. Ibn Battuta fue testigo directo de una de las mayores convulsiones que asolaron a la Edad Media: la Peste Negra del año 1348, que le alcanzó cuando éste estaba en Siria, y cuyos efectos catastróficos describió minuciosamente.
Miembro de una familia honorable dedicada a la magistratura islámica (cadíes), desde muy joven Ibn Battuta se aficionó a la lectura, especialmente de obras relacionadas con la geografía y con todo tipo de libros de viajes. Ayudado por el desahogo económico de su familia, cuando tan sólo contaba con veintiún años de edad, Ibn Battuta comenzó su periplo viajero. El 13 de junio del año 1325, partió en dirección a La Meca con el designio de cumplir la peregrinación preceptiva para todo musulmán de visitar la ciudad santa por excelencia del Islam.
Ibn Battuta recorrió todo el norte de África a lo largo del litoral, en el que apenas detuvo su atención, hasta llegar a Alejandría. Desde Egipto se adentró curso arriba por El Nilo hasta la ciudad de Aydab, ubicada a la altura de las primeras cataratas, para luego regresar a El Cairo ante la imposibilidad de embarcarse hacia Arabia atravesando el Mar Rojo, como era su deseo. A continuación, Ibn Battuta visitó Damasco y Alepo, tras de lo cual tomó la ruta directa hasta La Meca, lugar al que llegó en septiembre del año 1326. Al mes siguiente, Ibn Battuta abandonó La Meca para proseguir su itinerario por los lugares santos del Islam, Meshed y la tumba del santo Alí al-Ridá.
Una vez que hubo cumplido sus deseos de devoto, se dirigió hacia Irak, el Juzistán, Fárs, Tabiz y el Kurdistán para acabar en Bagdad, desde donde, en el año 1327, regresó a La Meca para vivir tres años seguidos como profesor de Teología, período en el que se granjeó fama de austero y devoto musulmán. Cuando el espíritu viajero volvió a apoderarse de Ibn Battuta, éste emprendió el viaje, esta vez hasta Kilwa. Desde esa ciudad regresó a Arabia por Omán y el Golfo cumpliendo una nueva peregrinación a La Meca, en el año 1332.
Tras visitar Arabia a fondo, Ibn Battuta dio comienzo realmente a su gran viaje que habría de llevarle hasta el mismísimo corazón del imperio chino. Desde La Meca Ibn Battuta viajó a Egipto, Siria y la península de Anatolia. En la ciudad costera de Sinope se embarcó para Crimea y Jaffa (actual ciudad de Feodosia), importante factoría comercial de Génova, donde tomó contacto por primera vez con la cultura cristiana occidental. Una vez en Constantinopla, tras una corta estancia en la capital bizantina, se dirigió hacia los territorios dominados por la Horda de Oro y de los tártaros de Qiptaq, donde el khan, según su propio relato, le recibió con un lujo impresionante y le hizo el honor de compartir varias de sus esposas oficiales.
Ibn Battuta dirigió su atención a las misteriosas tierras del norte, alcanzando las heladas estepas donde se conseguían las pieles de armiño y marta tan apreciadas por la realeza y alta nobleza europea. Por último, movido por un gesto caballeresco y de agradecimiento típico de los musulmanes, Ibn Battuta aceptó acompañar a una de las esposas del khan a Constantinopla, bordeando la costa del Mar Negro, ciudad donde también fue objeto de una bienvenida digna de un rey por parte del emperador bizantino Andrónico III Paleólogo.
De regreso en la corte del khan, Ibn Battuta se preparó a conciencia para su siguiente viaje, el más largo y duradero de todos ellos. Atravesando el río Volga y las estepas aralocaspianas, el 13 de septiembre del año 1333 alcanzó el fértil valle del Indo, dirigiéndose a Delhi, ciudad en la que permaneció nueve largos años al servicio del sultán Muhammad Ibn Tughluq. Aunque Ibn Battuta prosperó y alcanzó los más altos honores en la lujosa corte del sultán hindú, sus deseos por conocer mundo y las ganas de aventuras que llevaba en la sangre vencieron a la comodidad que gozaba en aquellos momentos. Por fin, deseoso de abandonar una vida sedentaria y muy cómoda pero repleta de intrigas, responsabilidades y envidias por doquier, en el año 1342 el sultán hindú le nombró embajador de su reino en los territorios más orientales del continente.
Su periplo al Extremo Oriente se inició visitando por espacio de un año y medio las islas Maldivas, donde la pequeña expedición de Ibn Battuta tuvo que recalar como consecuencia de una terrible huracán que destrozó todas las embarcaciones. Ibn Battuta descansó en un lugar auténticamente paradisíaco, donde actuó como juez gracias a sus estudios de Teología. Una vez que pudo zarpar, Ibn Battuta llegó hasta Ceylán (actual Sri Lanka), donde escaló la célebre montaña que según la leyenda contenía las huellas de las pisadas de Adán, el primer hombre de la humanidad. Tras ser desvalijado por los piratas del Índico, Ibn Battuta se vio obligado a regresar a Calcuta haciendo escala en Bengala, Assam y Sumatra, en cuyo reino el sultán musulmán le proporcionó una embarcación hecha con juncos con la que pudo alcanzar, por fin, la costa china.
Tras una larga y penosa navegación de cabotaje, Ibn Battuta desembarcó en Zaitón (ciudad identificada por los especialistas con algunas reservas con la actual Chuanchou, cerca de Amoy, en la región del Fujián), efectuando numerosos recorridos por aquel inmenso país hasta alcanzar la capital Pekín, donde apenas estuco un mes, para seguir sus exploraciones. Precisamente, según los expertos sobre el autor y su obra, este pasaje de la Rihläh es el menos verídico y el que más sospechas levanta de que fuera un extracto añadido por un apócrifo, debido al cambio de estilo narrativo tan sustancial y a la gran cantidad de imprecisiones y errores que contiene, contrastando con la fiabilidad anterior del relato. Probablemente, Ibn Battuta nunca alcanzó a ver Pekín ni la famosa Muralla China.
No obstante, Ibn Battuta dejó gran información escrita sobre aquel período. Ibn Battuta quedó gratamente sorprendido ante una civilización tan extraña y sus grandiosas fiestas. También describió de un modo prolijo el funcionamiento de una administración minuciosa y eficaz, de una justicia ejemplar y de una economía compleja, detalles todos ellos a los que no estaba acostumbrada una persona como él educado bajo unos parámetros intelectuales, sociales y religiosos tan distintos.
Como consecuencia de las graves agitaciones políticas que sacudieron a China en el año 1347, Ibn Battuta inició el regreso a Occidente antes de los deseado, a través de Sumatra y Malabar hasta Egipto, desde donde se dirige a La Meca para realizar otra peregrinación. Ya en Alejandría, sin ningún contratiempo, embarcó rumbo a Túnez a bordo de una navío catalán que los trasladó a Cerdeña (por aquellas fechas perteneciente a la Corona de Aragón), hasta que, finalmente cruza el occidente de Argelia y entra en el reino de Marruecos, dirigiéndose a la capital del reino meriní, la floreciente Fez, donde fue recibido como un héroe nacional por el mismísimo sultán, en noviembre del año 1349.
Sin apenas saborear las mieles de sus aventuras y hazañas entre sus compatriotas, Ibn Battuta fue encargado por el sultán de realizar otro viaje de mucha menor envergadura que los anteriores pero no por ello menos importante, sobre todo para los generaciones posteriores, ya que fue comisionado para explorar una parte de los territorios desconocidos habitados por los negros que apenas se conocían por aquel entonces. Nos estamos refiriendo al semilegendario imperio africano de Malí, sobre el que Ibn Battuta dio una cumplida referencia geográfica, política, social y religiosa en la Rihläh.
Pero antes de partir hacia el Sáhara occidental, Ibn Battuta fue enviado como embajador del sultán al reino musulmán de Granada, donde permaneció por espacio de un año más o menos, entre 1351 y 1352. De regreso en Marruecos, Ibn Battuta informó pormenorizadamente a su sultán de la delicada situación política por la que estaba atravesando el último reino musulmán que aún quedaba en el extremo occidental del continente europeo, amenazado constantemente por el monarca castellano Pedro I el Cruel.
En el año 1352, Ibn Battuta partió desde Sijilmassa, ciudad que se encontraba en su edad de oro, apodada la "puerta del desierto", a la cabeza de una caravana de mercaderes, con la que logró atravesar el desierto del Sáhara en dirección norte-sur en tan sólo dos meses, período en el que pudo estudiar con profundidad los mecanismos principales que regían el lucrativo tráfico comercial de la región: el intercambio de la sal de Taghasa y el oro del Sudán. El contacto con el mundo musulmán negro en la corte del sultán de Malí, Mansa Suleyman, dueño del poderoso y temido Imperio de Malí, decepcionó por completo a Ibn Battuta, acostumbrado al esplendor de Oriente. La simpleza de esta gente a la hora de interpretar el Islam y los casos de antropofagia que Ibn Battuta pudo comprobar con sus propios ojos, acabaron por obligarle a reanudar la marca al año de su estancia en Malí.
Después de alcanzar el Níger, al que creía un afluente de El Nilo, Ibn Battuta descendió por su cauce hasta llegar a las localidades de Tombuctú y Gao, tras de lo cual alcanzó la ciudad de Taccada (actual Agadés), el punto más meridional al que había llegado el hombre blanco en la parte occidental del continente africano. A finales del año 1353, Ibn Battuta regresó a Sijilmassa a través del Aïr y el durísimo Ahaggar, en pleno desierto del Sáhara.

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