07 enero, 2009

LOS REYES MAGOS NO HABLAN CATALÁN.-

AJO Y AGUA, ROVIRECHE.
Tenía entendido que entre los muchos gastos superfluos, suntuarios y suprimibles de los que se han subido al carro del que tenemos que tirar todos se encontraban las ingentes cantidades derrochadas en el montaje de las embajadas (de la Señorita Pepis) de Cataluña en el exterior. Embajadas que me extraña que no hayan sido objeto de trato y chalaneo en las conversaciones entre ZP y los presidentes autonómicos. Si Cataluña tiene embajadas en el exterior, ¿por qué no ha de tenerlas La Rioja? ¿Será por embajadas?
Esas conversaciones son la versión 2009 del famoso «Café para todos» de Clavero cuando se empezaba a armar este rompecabezas que ahora comprobamos fue locura, el llamado Estado de las Autonomías. Entonces todo el mundo se pedía un territorio, una bandera, un gobierno, un parlamento, unas transferencias, unos funcionarios para atenderlas y unos presupuestos para pagarlas. Ahora, todo el mundo se pide un fondo especial. Los fondos especiales, con su proliferación, han dejado de serlo. Como habrá un fondo para las regiones que han crecido muchos habitantes, para que las otras no sean menos, ZP dispone un fondo para las que han perdido población. Como habrá un fondo para las regiones más ricas, para que las pobres no sean menos, habrá un fondo especial para las autonomías tiesas como una mojama de Ayamonte. Y así sucesivamente. No pierdo la esperanza de que, puestos así, ZP nos conceda un fondo especial a los bajitos, que nos compense de que nunca podamos ser fichados por la Liga ACB o por la NBA.
En el caso de las embajadas catalanas que refiero, la festividad de los Reyes Magos de Oriente me ha deparado el conocimiento de su necesidad, con un caso real como la vida misma. Me lo cuenta un lector andaluz, con hijo emigrante, para que luego digan que los emigrantes son ya todos sudacas y que nosotros no vamos a Cataluña a buscar el currelo. Este lector me cuenta esta verídica historia sobre la fiesta de Reyes Magos que acaba de pasar:
«Tengo un hijo que trabaja en un hotel de postín en Barcelona. Tan caro es que allí no van catalanes, que como usted sabe son bastante aficionados a no gastarse un duro, por el supremo principio nacional de «la pela es la pela». Días atrás, la dirección del hotel propició una entrega de juguetes por los Reyes Magos para los niños de los empleados. Mi hijo se ofreció para representar a Melchor; un compañero alemán hizo de Gaspar; y un turco morenito que también trabaja en el hotel, de Baltasar. En el salón preparado «ad hoc» había lo menos cien niños que, con ojos como tazones, se iban acercando, acompañados de sus padres, al estrado donde los esperaban los Reyes Magos con los regalos. Según el protocolo, los monarcas, lejos de inspirar excesivo respeto, debían mostrarse cercanos a los pequeños, coger a los niños, tomarlos sobre sus rodillas, besarlos y dirigirles palabras cariñosas. Pronto observaron que los niños no respondían a las amables preguntas de los Reyes:
-Oye, Yordi, ¿has sido bueno en el colegio?
Silencio. Yordi no decía ni pío.
-Ruser, linda, ¿te has portado bien con tus papás y te has llevado bien con tu hermanito?
Y la Ruser, de Belinda. En éstas, una madre, con un deje de un si es no es reprimenda, le soltó al Rey Melchor:
-¿No podría hablarles en catalán? Es que el noi no entiende castellano.
Melchor, ingenioso y rápido de reflejos como buen andaluz, tuvo la feliz respuesta que nos explica muchas cosas. Le dijo a la madre de la criaturita víctima de la prohibición de aprender la constitucional lengua española en las escuelas de una parte de un territorio nacional:
- Mire señora: nosotros venimos de Oriente y en Oriente no se habla catalán.
Ni Dios lo permita, que habría añadido Lola Flores».
En Oriente no se hablaba catalán hasta ahora. En cuantito que el nacionalismo catalán repare en esta carencia inadmisible de los Reyes Magos, seguro que montan una embajada en Oriente para que Melchor, Gaspar y Baltasar aprendan la lengua del imperio. Y para que de paso se coloque allí con un sueldazo un hermano de Carod Rovira, claro.
ANTONIO BURGOS.

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