UN PIROPO LITURGICO, ECUMENICO Y SEMANASANTERO.
Juntos entraron en la iglesia. Si él se hubiese detenido a analizarse en ese momento, si se hubiese preguntado sobre la razón de su repentina llamada a ella, probablemente hubiera tenido que llegar a la conclusión de que ella representaba, en San Pablo un seguro contra la emoción que sin duda sentiría y que le había impedido acercarse antes hasta la iglesia. Acaso quisiera compartirla o desvirtuarla, ante el sentimiento de culpabilidad que aun quedaba en él; algo parecido a la compensación que necesita toda paranoia y debería haberse dado cuenta cuando, frente a la imagen de Jesús Cautivo, sintió la necesidad de tomar su brazo, porque durante los instantes, en el que creyó ver moverse al viento su túnica blanca, quedó absorto e incapaz de hablar y de accionar. Se dijo a si mismo que lo haría por tener un detalle con ella, pero la realidad era que volvía a necesitar subvertir sus emociones, traspasarlas de protagonista y buscar su propio equilibrio. Y esa fue la razón de que comenzase a hablar frente a la capilla de María Santísima de la Salud, después de que Ella le ponderase la belleza de la imagen.
- La verdad es que el denominador común de las Vírgenes de Alvarez Duarte, es el de la agradable impresión que se recibe al contemplar sus rostros: la serena majestad de María Santísima de la Paz, la excelsa belleza de María Santísima de la Paloma y la frágil gracia de María Santísima de la Salud. Desde que vi su primera obra, me interesó el imaginero. Por eso visité, en Sevilla, su estudio mientras trabajaba en su Salud. Era verano y, aunque caía la tarde hacía un fuerte calor que obligaba al escultor a tener bajadas las persianas. Por entre las tiras de una de ellas, rota, se colaba un rayo de sol que incidía directamente en la pared de la izquierda, según yo estaba situado, detrás y lejos del imaginero quien, con su gubia en la mano, tallaba la cara de la Virgen. Yo no quería moverme dentro del pequeño taller, lleno de cachivaches, para no tropezar con alguno de ellos y distraer su atención, mientras él miraba repetidamente al punto de la pared en el que el rayo de sol iluminaba una estantería allí colgada, como buscando la inspiración que necesitaba y que sin duda encontró. Ya te digo que estaba lejos y que no quería moverme; salí de allí con el mismo sigilo que a mi entrada y no pude saber, entonces, lo que, en la repisa, le interesaba tanto. Ahora, al ver la Virgen terminada y su gran belleza, sí lo se. Estoy seguro de que buscaba, iluminada por el sol canicular, una fotografía que previamente había colocada en aquel sitio. Una fotografía que, a juzgar por la cara de la Virgen, tenía que ser la tuya. -
Sonrió al finalizar su largo parlamento, lo suficiente como para que ella se repusiera de su inicial sorpresa y se diese cuenta de que todo no era mas que una broma y un piropo, pero lo había contado con un tono de voz tan apasionado, pereciendo revivir el momento, que ella lo escuchó, atenta primero y emocionada después y aunque fuese un requiebro le estaba reconocida por el rato, tan agradable, que acababa de vivir.
De mi novela "Entre jazmines y azahares"
Juntos entraron en la iglesia. Si él se hubiese detenido a analizarse en ese momento, si se hubiese preguntado sobre la razón de su repentina llamada a ella, probablemente hubiera tenido que llegar a la conclusión de que ella representaba, en San Pablo un seguro contra la emoción que sin duda sentiría y que le había impedido acercarse antes hasta la iglesia. Acaso quisiera compartirla o desvirtuarla, ante el sentimiento de culpabilidad que aun quedaba en él; algo parecido a la compensación que necesita toda paranoia y debería haberse dado cuenta cuando, frente a la imagen de Jesús Cautivo, sintió la necesidad de tomar su brazo, porque durante los instantes, en el que creyó ver moverse al viento su túnica blanca, quedó absorto e incapaz de hablar y de accionar. Se dijo a si mismo que lo haría por tener un detalle con ella, pero la realidad era que volvía a necesitar subvertir sus emociones, traspasarlas de protagonista y buscar su propio equilibrio. Y esa fue la razón de que comenzase a hablar frente a la capilla de María Santísima de la Salud, después de que Ella le ponderase la belleza de la imagen.
- La verdad es que el denominador común de las Vírgenes de Alvarez Duarte, es el de la agradable impresión que se recibe al contemplar sus rostros: la serena majestad de María Santísima de la Paz, la excelsa belleza de María Santísima de la Paloma y la frágil gracia de María Santísima de la Salud. Desde que vi su primera obra, me interesó el imaginero. Por eso visité, en Sevilla, su estudio mientras trabajaba en su Salud. Era verano y, aunque caía la tarde hacía un fuerte calor que obligaba al escultor a tener bajadas las persianas. Por entre las tiras de una de ellas, rota, se colaba un rayo de sol que incidía directamente en la pared de la izquierda, según yo estaba situado, detrás y lejos del imaginero quien, con su gubia en la mano, tallaba la cara de la Virgen. Yo no quería moverme dentro del pequeño taller, lleno de cachivaches, para no tropezar con alguno de ellos y distraer su atención, mientras él miraba repetidamente al punto de la pared en el que el rayo de sol iluminaba una estantería allí colgada, como buscando la inspiración que necesitaba y que sin duda encontró. Ya te digo que estaba lejos y que no quería moverme; salí de allí con el mismo sigilo que a mi entrada y no pude saber, entonces, lo que, en la repisa, le interesaba tanto. Ahora, al ver la Virgen terminada y su gran belleza, sí lo se. Estoy seguro de que buscaba, iluminada por el sol canicular, una fotografía que previamente había colocada en aquel sitio. Una fotografía que, a juzgar por la cara de la Virgen, tenía que ser la tuya. -
Sonrió al finalizar su largo parlamento, lo suficiente como para que ella se repusiera de su inicial sorpresa y se diese cuenta de que todo no era mas que una broma y un piropo, pero lo había contado con un tono de voz tan apasionado, pereciendo revivir el momento, que ella lo escuchó, atenta primero y emocionada después y aunque fuese un requiebro le estaba reconocida por el rato, tan agradable, que acababa de vivir.
De mi novela "Entre jazmines y azahares"
José Ignacio Rosende Pimentel, un soñador para un pueblo.
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