Recordaba los viejos cantes de Paco Alba y del “tío de la Tiza”, escuchados en su niñez, que se referían a la estrella que brillaba sobre la Caleta gaditana y la iluminaba convirtiendo sus aguas en una mar de plata y que también contaban la historia de un hombre, acaso la suya, con alma de niño y de poeta, que se enamoró de un cometa que aparecía cada treinta años. El también había querido trepar por las ramas del milenario drago caletero, hasta lo mas alto, para detenerlo con sus manos y convertirlo, al conjuro de su gran amor en rutilante estrella que, durante un tiempo, jugando al escondite con las nubes de levante, parpadeaba, guiñándole, desde una distancia que se le antojaba infinita, mensajes que tradujo como gritos de “ven, ven, ven”. La inconstante estrella, coqueta y orgullosa de su reflejo en aquellas aguas de plata, había terminado por caer en ellas, de tanto aproximarse hasta cerca de las olas para contemplarse, convirtiéndose en una preciosa nereida morena, que adornaba su cabeza con un bello tocado de flores de jazmín. El hombre de la historia, tras tirarse en su inútil desesperación a las aguas de la Bahía, pasó años asomado a la Caleta, confundiendo en ocasio¬nes, el blancor de los festones que las olas producían al romper contra las “murallitas de Cai”, con el tocado de su amada. Y allí permaneció largo tiempo, mas herido en su alma que en su cuerpo, tal y como Juan había discurrido en su vida.
Y si el jilguero se exalta
entonando Salves frescas,
el tiempo hará el milagro
y serán, ya platerescas.
Enormes bajorrelieves
del amor y del querer,
que consiguió con su fuerza
La Virgen del Gran Poder.
Y todos los callejones
serán por siempre de ensueño,
si yo voy, ya, de tu mano,
por ellos, enloqueciendo,
tan feliz, " ensimismao",
satisfecho y "realizao",
que,en Patio de los Naranjos,
solos, se irán convirtiendo.
Ahora, recordaba también, la otra copla, la mediterránea, que le sonaba, aunque no lo fuese, a verdial de los montes, le olía a jara, tomillo, romero y salvia y que, cantando a Málaga, hablaba de su Limonar, su Parque lleno de flores y su Caleta, en la que amparado por el collar de montes tapizados en verde primavera que protege a la ciudad de la invasión de los bárbaros del norte, montó guardia a la espera de su nereida, que había sido su buena estrella, el cometa al que siguió y, por ser, hasta su cruz. Y es que aquellos también eran los colores de María Luisa: azul, plata, luz y blanco.
Y si las lilas del tiempo
crecieron entre las rosas,
se detendrán sus espinas,
convirtiéndose en jazmines
de alegría comprimida
por el paso de los años,
por la claridad de tu alma
y el ejemplo que es tu vida.
Y al oscuro atardecer
de vacío y de tinieblas,
seguirá un amanecer,
de resplandor y de luz
en el que quiero vivir,
envuelto en ellos cual Halo
de Soledad malagueña
para entre Las Dos, morir.
De “Entre jazmines y azahares”.
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