26 mayo, 2007

LA KABILA DE ANYERA.-




A Javier, a quien le entusiasman estas historietas.
Centrada entre Tánger – kabila de El Fash - y Ceuta, se alzan sus riscos vigilando el Estrecho y presididos por el Yebel Musa y el Suljafa, desde cuyas cumbres la panorámica es subyugante y a cuyos pies, en la costa, se encuentra Alcázar Seguer, su “capital”, el Castillo pequeño. Su topografía es atormentada y, aun sin grandes alturas – ninguna que llegue a los 900 m. – a sus valles, al nivel del mar, ha de descenderse por veredas talladas sobre riscos que se despeñan sobre ellos, con grandes pendientes. Y cuenta con muchas cuevas – algunas de gran tamaño y varios “pisos” - en donde todavía en los años cincuenta se encontraban armas de distinto tamaño y condición. En la parte suroeste, dichas cuevas están “tomadas” por monos, parientes sin duda de los de Gibraltar, pero que, como no son alimentados por Su Majestad, son listos, aguerridos y… peligrosos. En la zona mas bonita – llena en invierno de grandes bosques de majestuosos helechos, donde moraban víboras cornudas – está El Biutz, donde Franco sufrió su única herida en combate, y muy cerca el aduar de Ain Xixa, donde pasaba temporadas en vacaciones, en casa del xerif.
El clima es muy diverso y cambiante. A la agradable brisa le sucede el fuerte viento superior a los 100 Km. / h. Al sol de justicia, espesísimas nieblas y a la sequía “mas pertinaz” auténticos diluvios. Sus dos ríos – ramblas en realidad – son el de las Bombas, de sonoro nombre guerrero y el Uad el Jelú, de muy rica y sabrosa agua, comparable a la que nace en Chauen – allá en Gomara - y da lugar al Uad Lau, o – lo que viene a ser lo mismo – a la del madrileño Lozoya.
En sus tierras siempre estuvieron presentes la Historia y la Mitología. Entre ambas deben situarse la Columnas púnicas, Abyla y Calpe – Yebel Musa y Yebel Tarik - que sirvieron de orientación a Hannón y sus coetáneos.
Atlante – o Hércules; Parece ser que el número de Hércules era “variable”: Diodoro nos habla de tres, Cicerón de seis y Varrón, nada menos que de cuarenta y dos – era un asiduo visitante de la zona y, por ella realizó todo lo que le ordenaron y mas cosas que se le ocurrieron. El oráculo “aconsejó” a Hércules – después de matar a su esposa Megara y a uno de sus chavales — ponerse al servicio del rey Euristeo durante doce años, pero éste, temeroso de que la intención de Hércules fuese arrebatarle el trono, decidió encargarle trabajos imposibles de realizar.
Primero: Traer la piel del león de Neméa, tras ahogarlo. En el Atlas, sin duda.
Segundo: Dar muerte a la hidra de Lerna. Grutas de Hércules, yebel Kebir, Tánger.
Tercero: Capturar la cierva de pies de bronce del monte Mémalo, en Beni Urriaguel.
Cuarto: Capturar el jabalí de Erimanto. En Yebala, seguro.
Quinto: Limpiar los establos de Augios con agua del río Alfeo. Ahora, río Lukus, Larache.
Sexto: Exterminar a los pájaros de Stinfalo. Isla de Las Palomas, Tarifa.
Séptimo: Atrapar al toro de Creta. San Roque – Los Barrios: ruta del toro.
Octavo: Arrebatar las yeguas a Diomedes. Embrión del cartujano.
Noveno: Raptar a la reina de las Amazonas. En los bosques de Yebala.
Décimo: Conseguir los rebaños del gigante Gerión. El primer matador y primer mayoral.
Decimoprimero: Traer las manzanas del jardín de las Hespérides. San Amaro, Ceuta.
Decimosegundo: Raptar a Cerbero. Mas lejos: en Valdemorillo. Este fue el mas peligroso.
Y es que, en aquel mundo, se ponía en sus confines, la zona del actual Estrecho, el escenario de lo inexplicable:
El lugar de la lucha con Antéo.
Donde Perséo cortase la cabeza de Medusa.
El país de los Titanes.
El hogar de la homérica Circe.
Donde las Pléyades, corrieron sobre el cielo de Africa. Chauen, seguro.
O donde moraba la ninfa Calipso, que tenía su segunda vivienda en Perejil.
Ya los romanos de la Mauritania Tingitana, optaron por aislar la kabila, sin llegar a dominarla. Una calzada romana interrumpida en su trazado, da fe de ello. Un incipiente Indro Montanelli – aprendiz de periodista entonces - encontró en la Biblioteca Vaticana – así lo contaba en el prólogo del libro - un legajo que resultó contener los relatos – en latín – de un Centurión romano, que describía la dureza en el combate contra los anyerinos y las mil estratagemas sufridas por su Centuria por aquellos desapacibles andurriales. Tradujo la obra y la publicó en italiano. El cónsul de Italia en Tánger durante la II Guerra Mundial, Leonini, encontró el trabajo de Montanelli en una librería de viejo, en el Trastévere y, como quiera que – ya estallada la paz en Europa – pensaba volver a Ceuta y visitar a su buen amigo Julián Rosende, le regaló el librito – que se perdió entre tantas mudanzas – y que mi padre me leía cerca de las crestas kabileñas, entre medianoche y bocadillo. Era un hombre, mi padre, que tenía el deseo de construirse una casa en la misma cumbre del Suljafa.
Cuando los historiadores hablan de la Guerra contra Abdelkrim, sitúan la batalla definitiva en Alhucemas y no es así. Aquello fue el principio del fin, pero este, en si mismo, estuvo – como no – en la agreste y sorpresiva Anyera. Cuando el desembarco era inminente, el autotitulado Emir del Rif, ordenó a su lugarteniente y mejor general y guerrillero, Mohamed El Jeriro, un ataque diversivo en Ben Karrich, muy cerca de Tetuán. De haber tenido éxito, hubiese perturbado la acción de Alhucemas, muchas tropas habrían de haberse dirigido – a toda máquina los transportes – hasta Ceuta y Río Martín y la empresa anfibia, hubiera sido – cuando menos – aplazada. El Jeriro, fracasó frente al Coronel López Bravo y se retiró a Anyera con su mesnada, conocedor del carácter aguerrido de los naturales del país, a los que deseaba conminar a continuar los combates. Sin embargo aquellas gentes, que conocían el desembarco, prefirieron – por primera vez en su historia – no luchar. El Jeriro, acompañado por unos cuantos fieles, cruzó Anyera de este a oeste y, al amparo de la noche, cruzó la frontera de El Fash – a la sazón zona internacional - llegó a Tánger, se perdió por las callejuelas del Zoco Chico y nunca mas se supo de él. Y lo hizo perseguido, hasta la frontera internacional, por un Teniente de La Legión que, en plaza de superior categoría, mandaba una Compañía. Ya de Teniente General y tras haber pasado “a la B”, me lo contaba, con brillo en sus ojos, cuando moría una primaveral tarde madrileña en su casa de la Avenida de los Toreros, donde había ido yo a referirle los pormenores de la Corrida de Toros – era un muy buen aficionado y pariente de criadores de Toros de Lidia - que acababa de tener lugar en la colindante Plaza de Las Ventas del Espíritu Santo. Se podría decir, que celebraba el éxito de su enemigo en su huida de la Historia; la Guerra se había ganado de cualquier forma. Sin acritud, pues. Era el Teniente General Pedro Pimentel Zayas, hermano de mi abuelo materno. Todo un “tío”.

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