05 abril, 2007

MIERCOLES SANTO: PALOMA, OLE.-

UN GALEON POR LAS CALLES MALAGUEÑAS.
UNO.- El origen de la Cofradía estaba, sin embargo, en torno a la advocación del Cris­to, que recordaba al bíblico Cedrón y a un puente sobre él, que los malagueños habían feminizado. Así, del popular Cristo, con su túnica bordado en la lejanía por Teresa de Linde, pocos enseres tan antiguos se conservaban, tomó en su día nombre la Hermandad. Aunque la gente de la época, hablase mas de La Paloma, lo que hallaba su explicación en la leyenda o en la historia, que en ocasiones se confunden. Una Dolorosa caminaba un día por las calles de Málaga, tras el Señor de la Puente. Se disponía a atravesar cualquiera de los puentes que cruzan ese Cedrón mala­gueño, con tan mala sangre a veces, que es el Guadalmedina, cuando una paloma de Gibralfaro, descendiente, seguro, de aque­llas que los moros malagueños lanzaban al vuelo para avisar a Granada de que Almotamid, el rey poeta y sevillano había puesto cerco a la ciudad, — si era listo el moro, que quería ser mala­gueño — salió “flechaita, flechaita” hacia la Fuente Genovesa, junto al Hospital Noble. Y era, porque tenía sed. Caía la tarde de primavera y se conoce que también tuvo frío. Por no mojarse la cola, levantó el vuelo y se fue... a posar en la mano de la imagen de la Virgen, sobre la que terminó el desfile sin moverse. Desde entonces, la llamaron Paloma por Dolores. Los malagueños, en su exageración Maríana, sacaron de su cuadro madrileño a Nuestra Señora y la hicieron en tres dimensiones, a partir de cuyo instante, sale a la calle cada Miércoles Santo para llenarla y hacerla estallar de fervor y admiración, con su inmensa belleza.
DOS.- La verdad es que el denominador común de las Vírgenes de Alvarez Duarte, es el de la agradable impresión que se recibe al contemplar sus rostros: la serena majestad de María Santísima de la Paz, la excelsa belleza de María Santísima de la Paloma y la frágil gracia de María Santísima de la Salud. Desde que vi su primera obra, me interesó el imaginero. Por eso visité, en Sevi­lla, su estudio mientras trabajaba en su Salud. Era verano y, aunque caía la tarde hacía un fuerte calor que obligaba al escul­tor a tener bajadas las persianas. Por entre las tiras de una de ellas, rota, se colaba un rayo de sol que incidía directamente en la pared de la izquierda, según yo estaba situado, detrás y lejos del imaginero quien, con su gubia en la mano, tallaba la cara de la Virgen. Yo no quería moverme dentro del pequeño taller, lleno de cachivaches, para no tropezar con alguno de ellos y distraer su atención, mientras él miraba repetidamente al punto de la pared en el que el rayo de sol iluminaba una estantería allí colgada, como buscando la inspiración que necesitaba y que sin duda encontró. Ya te digo que estaba lejos y que no quería mover­me; salí de allí con el mismo sigilo que a mi entrada y no pude saber, entonces, lo que, en la repisa, le interesaba tanto. Ahora, al ver la Virgen terminada y su gran belleza, sí lo se. Estoy seguro de que buscaba, iluminada por el sol canicular, una fotografía que previamente había colocada en aquel sitio. Una fotografía que, a juzgar por la cara de la Virgen, tenía que ser la tuya -
Fragmentos de mi novela "Entre jazmines y azahares".

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