UNA BONITA HISTORIA.
A finales de la década de los cuarenta, España estaba “tiesa”. La Archicofradía de la Esperanza necesitaba un trono nuevo para su Virgen – que es el actual y ya estaba encargado - e iba a ser de proporciones descomunales y, por tanto, muy pesado, concretamente muy cercano a las seis toneladas. El trono, como todos, se coloca sobre una “mesa” – estructura que le proporciona soporte y rigidez - y el Teniente Hermano Mayor de la Hermandad – a la sazón un ingeniero de caminos destinado en el Puerto de la ciudad – buscaba aluminio bueno y barato – los tiempos no estaban para derroches – para evitar la madera y construir una “mesa” mas ligera que aliviara el esfuerzo de los “hombres de trono”.
Hacía años que en Alemania se había construido un hermoso Junker, bautizado con el nombre de un famoso as de la aviación germana durante la Gran Guerra, el mismo que, ya vetusto, fue comprado por Iberia, quien lo bautizó como “Tajo”. Volaba la ruta Tetuán – Melilla y, un buen día ya cerca de su destino, la espesa niebla jugó una mala pasada al piloto y el tren de aterrizaje – que no era retractil – se destrozó contra un pico montañoso. Se imponía, pues, el aterrizaje forzoso lo que tuvo lugar en un campamento militar. No hubo víctimas, pero el aparato nunca volvería a volar y en el campamento quedó “debidamente custodiado”, porque en aquella España, nada se tiraba, o era considerada chatarra
Enterado el ingeniero malagueño, se dirigió a un pariente, capitoste de Iberia, quien aceptó regalarlo, pero… se trataba de “material estratégico” y se hacía necesario consultar con el Ministro del Aire. El Teniente General González Gallarza dio su placet y ya “solo” faltaba transportarlo. La Archicofradía recurrió “de sablazo” a su Hermano Mayor Honorario, el Cuerpo de Intendencia. Pero he aquí que nuestros buques de transporte militares – el “Capitán Parra”, por ejemplo, era de juguete – se hubiesen hundido si cargaban el avión, por lo que recurrió a la Cia. Transmediterránea – entonces propiedad de Juan March nada menos, que gratis no daba ni la hora – y el “Vicente Puchol” fue incapaz de estibar el mamotreto, por lo que se recurrió al “Lázaro”. Difícil debió resultar la maniobra porque un oficial del barco resultó con fractura de pelvis, tras un golpe del ala, como consecuencia de una brusca maniobra del puntal. Y el transporte resultó carísimo; Intendencia no podía abonar una factura emitida por Cia. Trasmediterránea.
En España solamente había un horno para fundir aluminio, propiedad de un ingeniero bilbaíno, que casualmente había venido a Málaga para ver las procesiones y estaba encantado con la Virgen de la Esperanza, lo que facilitó las cosas. Fundió gratis el Junker, fabricó los perfiles solicitados por el ingeniero local e incluso abonó la factura del montaje de la “mesa” en los talleres del sevillano aeropuerto – entonces simplemente aeródromo - de Tablada.
Y así continúa el asunto, desde entonces. María Santísima de la Esperanza, “vuela” cada madrugada del Jueves al Viernes, sobre los restos de un viejo Junker hitleriano. Decididamente, los caminos del Señor, son inescrutables.
A finales de la década de los cuarenta, España estaba “tiesa”. La Archicofradía de la Esperanza necesitaba un trono nuevo para su Virgen – que es el actual y ya estaba encargado - e iba a ser de proporciones descomunales y, por tanto, muy pesado, concretamente muy cercano a las seis toneladas. El trono, como todos, se coloca sobre una “mesa” – estructura que le proporciona soporte y rigidez - y el Teniente Hermano Mayor de la Hermandad – a la sazón un ingeniero de caminos destinado en el Puerto de la ciudad – buscaba aluminio bueno y barato – los tiempos no estaban para derroches – para evitar la madera y construir una “mesa” mas ligera que aliviara el esfuerzo de los “hombres de trono”.
Hacía años que en Alemania se había construido un hermoso Junker, bautizado con el nombre de un famoso as de la aviación germana durante la Gran Guerra, el mismo que, ya vetusto, fue comprado por Iberia, quien lo bautizó como “Tajo”. Volaba la ruta Tetuán – Melilla y, un buen día ya cerca de su destino, la espesa niebla jugó una mala pasada al piloto y el tren de aterrizaje – que no era retractil – se destrozó contra un pico montañoso. Se imponía, pues, el aterrizaje forzoso lo que tuvo lugar en un campamento militar. No hubo víctimas, pero el aparato nunca volvería a volar y en el campamento quedó “debidamente custodiado”, porque en aquella España, nada se tiraba, o era considerada chatarra
Enterado el ingeniero malagueño, se dirigió a un pariente, capitoste de Iberia, quien aceptó regalarlo, pero… se trataba de “material estratégico” y se hacía necesario consultar con el Ministro del Aire. El Teniente General González Gallarza dio su placet y ya “solo” faltaba transportarlo. La Archicofradía recurrió “de sablazo” a su Hermano Mayor Honorario, el Cuerpo de Intendencia. Pero he aquí que nuestros buques de transporte militares – el “Capitán Parra”, por ejemplo, era de juguete – se hubiesen hundido si cargaban el avión, por lo que recurrió a la Cia. Transmediterránea – entonces propiedad de Juan March nada menos, que gratis no daba ni la hora – y el “Vicente Puchol” fue incapaz de estibar el mamotreto, por lo que se recurrió al “Lázaro”. Difícil debió resultar la maniobra porque un oficial del barco resultó con fractura de pelvis, tras un golpe del ala, como consecuencia de una brusca maniobra del puntal. Y el transporte resultó carísimo; Intendencia no podía abonar una factura emitida por Cia. Trasmediterránea.
En España solamente había un horno para fundir aluminio, propiedad de un ingeniero bilbaíno, que casualmente había venido a Málaga para ver las procesiones y estaba encantado con la Virgen de la Esperanza, lo que facilitó las cosas. Fundió gratis el Junker, fabricó los perfiles solicitados por el ingeniero local e incluso abonó la factura del montaje de la “mesa” en los talleres del sevillano aeropuerto – entonces simplemente aeródromo - de Tablada.
Y así continúa el asunto, desde entonces. María Santísima de la Esperanza, “vuela” cada madrugada del Jueves al Viernes, sobre los restos de un viejo Junker hitleriano. Decididamente, los caminos del Señor, son inescrutables.
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