«Quien conozca los experimentos de científicos sociales como Milgram, Asch o Festinger sabrá lo influenciable que es el entendimiento y la facilidad con la que, de buena fe, sucumbimos a nuestras conveniencias o a las de los que apreciamos».
CONTHE ANTE LA COMISIÓN DE ECONOMÍA DEL CONGRESO (24/4/2007).
Stanley Milgram, Solomon Asch, Leon Festinger... Podríamos apostar a que, hasta el pasado martes, no había un solo discurso en la esfera política o económica española en el que se citase una relación semejante de psicólogos. No es habitual que alguien quiera poner en esa perspectiva las decisiones que se toman a diario en el seno del Gobierno, los partidos o el resto de las instituciones. Lo que nos recordó Manuel Conthe con su intervención ante la Comisión de Economía del Congreso es que ser realmente libre es, incluso, más difícil de lo que ya parece.
En 1965, Milgram sorprendió al mundo con una serie de experimentos en los que demostraba cómo ciudadanos aparentemente normales estaban dispuestos a hacer daño a sus semejantes porque alguien con autoridad así se lo ordenaba. El sujeto del experimento encarnaba el papel de profesor y tenía que aplicar una descarga eléctrica a su alumno -una persona conchabada con el experimentador- cada vez que éste se equivocaba. El 63% de los sujetos que fueron sometidos al experimento llegaron hasta el final, sometiendo a descargas de hasta 450 voltios a una víctima que gritaba o incluso fingía morir. Si somos capaces de llegar a esos extremos porque nos lo pide un tipo con bata blanca, ¿cómo no vamos a esperar que quien es colocado en un cargo asuma su subordinación a quien lo ha nombrado? Es uno de esos «sesgos inconscientes a los que sucumbimos todos», precisó Conthe en su comparecencia, quien precisamente se distingue por no haberlo hecho.
En 1951, Solomon Asch demostró el poder que ejercen los grupos para lograr nuestra conformidad. Con un simple ejercicio en el que había que determinar cuáles entre una serie de líneas medían lo mismo, probó que los individuos están dispuestos a modificar su propio juicio e impresiones para amoldarse a lo que dicen los demás. Nadie se equivocaba cuando podía elegir líneas en primer lugar, pero un 35% de los sujetos del experimento señalaba las líneas incorrectas si el resto del grupo, cómplice del experimentador, lo hacía antes: bien porque uno acaba creyéndose lo que dice la mayoría o bien porque simplemente quiere evitar distinguirse. Cuando falla el principio de obediencia debida, al Gobierno le queda esa esperanza de que los cargos que ha nombrado sigan sus dictámenes en virtud de un espíritu corporativo o partidista. Con Conthe tampoco fue así, y por eso Miguel Sebastián, el candidato socialista a la Alcaldía madrileña y ex director de la Oficina Económica de La Moncloa, se despachó diciendo que «no fue un buen nombramiento».
Por último, en 1957, Festinger formuló su teoría de la disonancia cognitiva, que explica nuestra necesidad de sentirnos coherentes y, en consecuencia, nuestro esfuerzo por eliminar cualquier información contradictoria, aunque sea despreciando a su fuente como último recurso. Por eso Conthe, que confesó su interés por esta ciencia, sonreirá divertido al constatar que Miguel Sebastián intenta replicar a sus graves acusaciones diciendo que al ex presidente de la CNMV «le gusta el PP».
No será costumbre citarlos, pero Milgram, Asch y Festinger son jugadores de primera en nuestro acontecer político. Ojalá hubiera más personas dispuestas a resistir los sesgos que formularon.
Lourdes Martín Salgado. Enviado por Sorlo.
CONTHE ANTE LA COMISIÓN DE ECONOMÍA DEL CONGRESO (24/4/2007).
Stanley Milgram, Solomon Asch, Leon Festinger... Podríamos apostar a que, hasta el pasado martes, no había un solo discurso en la esfera política o económica española en el que se citase una relación semejante de psicólogos. No es habitual que alguien quiera poner en esa perspectiva las decisiones que se toman a diario en el seno del Gobierno, los partidos o el resto de las instituciones. Lo que nos recordó Manuel Conthe con su intervención ante la Comisión de Economía del Congreso es que ser realmente libre es, incluso, más difícil de lo que ya parece.
En 1965, Milgram sorprendió al mundo con una serie de experimentos en los que demostraba cómo ciudadanos aparentemente normales estaban dispuestos a hacer daño a sus semejantes porque alguien con autoridad así se lo ordenaba. El sujeto del experimento encarnaba el papel de profesor y tenía que aplicar una descarga eléctrica a su alumno -una persona conchabada con el experimentador- cada vez que éste se equivocaba. El 63% de los sujetos que fueron sometidos al experimento llegaron hasta el final, sometiendo a descargas de hasta 450 voltios a una víctima que gritaba o incluso fingía morir. Si somos capaces de llegar a esos extremos porque nos lo pide un tipo con bata blanca, ¿cómo no vamos a esperar que quien es colocado en un cargo asuma su subordinación a quien lo ha nombrado? Es uno de esos «sesgos inconscientes a los que sucumbimos todos», precisó Conthe en su comparecencia, quien precisamente se distingue por no haberlo hecho.
En 1951, Solomon Asch demostró el poder que ejercen los grupos para lograr nuestra conformidad. Con un simple ejercicio en el que había que determinar cuáles entre una serie de líneas medían lo mismo, probó que los individuos están dispuestos a modificar su propio juicio e impresiones para amoldarse a lo que dicen los demás. Nadie se equivocaba cuando podía elegir líneas en primer lugar, pero un 35% de los sujetos del experimento señalaba las líneas incorrectas si el resto del grupo, cómplice del experimentador, lo hacía antes: bien porque uno acaba creyéndose lo que dice la mayoría o bien porque simplemente quiere evitar distinguirse. Cuando falla el principio de obediencia debida, al Gobierno le queda esa esperanza de que los cargos que ha nombrado sigan sus dictámenes en virtud de un espíritu corporativo o partidista. Con Conthe tampoco fue así, y por eso Miguel Sebastián, el candidato socialista a la Alcaldía madrileña y ex director de la Oficina Económica de La Moncloa, se despachó diciendo que «no fue un buen nombramiento».
Por último, en 1957, Festinger formuló su teoría de la disonancia cognitiva, que explica nuestra necesidad de sentirnos coherentes y, en consecuencia, nuestro esfuerzo por eliminar cualquier información contradictoria, aunque sea despreciando a su fuente como último recurso. Por eso Conthe, que confesó su interés por esta ciencia, sonreirá divertido al constatar que Miguel Sebastián intenta replicar a sus graves acusaciones diciendo que al ex presidente de la CNMV «le gusta el PP».
No será costumbre citarlos, pero Milgram, Asch y Festinger son jugadores de primera en nuestro acontecer político. Ojalá hubiera más personas dispuestas a resistir los sesgos que formularon.
Lourdes Martín Salgado. Enviado por Sorlo.
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