11 mayo, 2007

MIS TEMPORADAS EN CHAUEN.-


LA FAMILIA INFANTE.
Todo a su alrededor, era peculiar y diferente.
Eran seis hermanos que no quisieron casarse, ninguno, para no “dejar solos al resto”. El mayor de todos ellos, Emilio, era un emprendedor nato que había construido una pequeña presa y producía electricidad para la ciudad con su empresa “Electra Xaunía”. También tenía una muy mecanizada – para aquellos tiempos – fábrica de curtidos. El otro varón, Rafael, era un poco retrasado y le daba por pellizcar a las moras, con los consiguientes disgustos y problemas. Acudía a la oficina de la empresa, mas que nada para no dar la lata en casa.
Antonia era la mayor de las chicas y llevaba la vara de mando en la casa. Isabela, estaba enferma, de no se que – creo que era algo pulmonar - y estaba mucho tiempo en cama, muy aburrida. Era muy dulce, muy simple, una monería. Por fin las jovencitas, Matilde y Lola, que pasaban temporadas en casa.
Tenían una vivienda en la misma Plaza del Parador, cuyas ventanas traseras daban a la Alcazaba, entonces muy solitaria, pero con su precioso jardín muy cuidado. Era una casa “alargada”, muy alargada y estrecha, muy diferente a todo lo que yo había visto, enternecedora, mágica – de vez en cuando se escuchaban unos extraños ruidos, bastante mosqueantes - y fría como ella sola. Un año, estando allí, cayó una nevada de escándalo y las pasé canutas. Pero volvía siempre.
Encontraba entre ellos el mimo que mis padres no se permitían concederme y se me daban todos los caprichos a los que no estaba acostumbrado. En verano iba con Lola a la piscina del Parador o a la Militar, situada abajo, en el Chauen moderno, construido por los españoles. Y, por las tardes a Raselmaa, a probar – y degustar – el agua de un Uad lau recien nacido.
Alguna vez caminábamos hasta el Sidi Gualo, como llamaban los naturales de la zona a un falso morabito – allí no había nadie enterrado – construido por los militares de Intervención, porque “hacía mono” en aquella loma. Por el camino, disfrutábamos de la fruta que nos íbamos encontrando, sin problemas.
En espera de que Lola estuviese lista para salir, paseaba, en absoluta soledad por los jardines de la Alcazaba, contemplando – horrorizado – las mazmorras con oxidados grilletes, testigos del cautiverio de muchos compatriotas. O me iba a leer – entre sol y sombra – el “Africa Deportiva”, que me traía del único puesto de prensa existente entonces en la ciudad – allá abajo – un morillo muy simpático, Omar, que, continuamente, se reía dijese yo lo que dijese: un tío tan amable como simpático.
Recién muerto mi padre, fuimos un día con Alfonso Aramburu y Mani. El, estrenaba un Taunus, el calor era insoportable, el coche se calentaba. Olía a tragedia.
Muchos años después, recién casado, volví a ver a los Infante. Alguno se había muerto – Isabela y Matilde – y Emilio estaba muy viejecito. Les habían expropiado “a la moruna”, sin indemnizaciones y estaban muy justos. Cobraban pequeñas cantidades con absoluta irregularidad. Y ya no vivían en la casa mágica, sino en un piso en la parte nueva. Todo era distinto y mucho más triste.
Hicimos una excursión a lo alto de la montaña situada frente al Parador – los cuernos de Chauen – desde la que se podía observar todo el cauce del Uad Lau y el Mediterráneo y allí, en lo alto, comprobé que la ciudad, que se me antojaba silenciosa, “respiraba” más de lo que yo pensaba.
Y otra a Bab Barret, Las Puertas del Viento, camino de Bab Taza – es decir de La Meseta y el Rif – donde tomamos te en una cafetín sobre un valle, en el que el único sonido era el producido por las esquilas de las ovejas que allí pastaban. A la vuelta, nos sorprendió una espesísima niebla y con visibilidad de un par de
metros, llegamos a Chauen ya entrada la noche. Tardamos cuatro veces más que a la ida.
La niña de la foto - 1955 - es una hebrea muy mona. La dama que se baña, una "amiga" de alguien. tras el trampolín una torrentera enorme y, cerca, a la derecha, el Sidi Gualo.

No hay comentarios: