09 abril, 2007

PIZARRO Y EL SEXO.-

Lo de Endesa se ha convertido en una telenovela con más morbo que Corazón Salvaje, Pasión de Gavilanes y Juana la Virgen juntas, sobre todo ahora que ha irrumpido ese chico tan rico y tan bien parecido que se llama Entrecanales al que la billetera no le hace ni una arruga en el traje. El dramón nos ha tenido pegados a la silla y tremendamente inquietos porque el ‘presidente del pueblo’, nuestra Lady Di en masculino y con acento del Maestrazgo, siempre al lado de los pequeños accionistas más necesitados, ha desaparecido de escena como si los productores planearan liquidarle en el siguiente capítulo.
La serie ha durado tanto que algunos actores han hecho mutis por exigencias del guión. Repasando, uno se acuerda de un tal Gabarró, que iba de abuelito de cuento y empezó a hablar de semillitas y embarazos como si fuera un viejo verde. Y de Fornesa, don Ricardo, que éste sí que parecía un abuelo, pero el de Heidi. Y de un tal Montilla, que hacía de celestina pero que se cambió de telenovela a la mitad porque parece que en la otra, la que echan por TV3, le pagan más y estaba mejor visto.
Por eso fastidia más lo de Pizarro, un hidalgo aragonés que ha estado en pantalla desde el principio, comulgando con ruedas de molino como quien engulle una XXL de Burger King, rumiando venganzas agarrado a una Constitución como Jefferson, más intrigante que César Borgia y, sobre todo, firme como un sindicato en la defensa de su puesto de trabajo, aunque su entrega no esté pagada con los 1.000 kilitos de nada que se lleva cada año a la buchaca.
Había elementos suficientes para hacer una de piratas porque, todo hay que decirlo, a Bernotat, ese alemán tan corpulento que parece sacado de la fiesta de la cerveza de Munich, le pones una pata de madera y es clavadito a John Silver; el propio Entrecanales tiene el hombro hecho a la medida de un loro; y el italiano Conti pasa con nota un casting de El Padrino IV. No hubiera tenido tanto éxito porque los abordajes a cañonazos son muy vistosos, pero el sexo vende más, ya sea explícito o figurado -casi más este último- y lo de Endesa ha sido, dicho sea vulgarmente, una jodienda constante y agotadora.
Después de no se cuántos capítulos, ésta es la sinopsis de lo que llevamos visto: La bella Endesa se dejaba feliz crecer las trenzas hasta que unos aventureros catalanes, con ayuda del taimado Montilla y de su jefe Zapatero, quisieron desposarla con una dote ridícula. El padre putativo de la dama, o sea Pizarro, que un poco incestuoso ya era, quiso defenderla a ella y a sí mismo, porque se temía que los pretendientes le echaran de casa con lo puesto. Con las mismas, pidió ayuda al PP, que le había dado la custodia y el usufructo, y se fue a Alemania en busca de un mocetón germánico con posibles. Fuerza tenía el chico pero poco cerebro, y se creyó que la sonrisa de Zapatero era sincera cuando besaba la mano de su madre, Merkel, una señora que sólo sabe jugar al mus con cartas. Entretenidos en el ajuar, no se percataron de que un Casanova de alquiler, llamado Entrecanales, tiraba los tejos a la doncella. Cuando pensaban que aún podían salvar los muebles, Zapatero envidó a la grande, llamó a su tío italiano Prodi para que le ayudara y éste le envió a su lugarteniente Conti, armado con una funda de violín y un fajo de billetes de 500 euros. En la última entrega, el alemán ha dicho que se vuelve a Baviera, pero no sin antes prometer que compraría a sus adversarios unas parcelitas por Europa y una chabola en España. Pizarro, que tampoco juega al mus, se ha quedado con cara de póquer, aunque todavía no se la hemos visto.
Los críticos han puesto el grito en el cielo. Según han dicho, la serie se emite en horario infantil y ha quedado muy violento trocear a la muchacha a la vista del público con una sierra eléctrica. Tampoco les ha gustado que uno de sus pedazos más grandes y más erótico se lo haya quedado Conti, con el argumento de que un italiano que trabaja para el Quirinale no puede practicar impunemente la necrofilia en España, porque no hay reciprocidad, y que para eso hubiéramos dejado a la criatura en el convento. A todo esto, un señor llamado Conthe, que debía vigilar la subasta de la chica, ha dicho que no resiste la contemplación de la sangre y que lo deja en unos días, no vaya a ser que algunas gotas le salpiquen los bajos del pantalón de Armani.
Los guionistas lo tienen difícil para continuar con la historia, salvo que Pizarro, al que se le nota resignado a llevarse en carretilla los varios miles de kilitos más que se autoasignó por si le despedían, se saque otro conejito de la chistera, y entonces sí que el sexo iba a ser explícito de verdad. Los espectadores de esta mezcla entre El Decamerón y La matanza de Texas esperamos ansiosos que el de Teruel encienda la luz y se quite la camiseta.
@Juan Carlos Escudier

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