14 abril, 2007

LA COPA DE LAS 100 GUINEAS.-

EL DESAFÍO DE VALENCIA. ES LA PRIMERA VEZ QUE PARTICIPAN SINDICATOS DE LOS CINCO CONTINENTES.
La Copa América es una competición náutica que trasciende a los límites del mar. Es una historia de honor y traición, de héroes, villanos y espías. Nacida para conmemorar el dominio de la flota británica en los siete mares, nunca vio ganar a un barco británico en su dilatada historia. Dicen los ingleses que "la Copa América es la prueba de que el robo perfecto existe. Hace 156 que se produjo y a día de hoy todavía no hemos recuperado la Jarra de las 100 Guineas".
En su inicio tuvo mucho que ver una venenosa editorial de The Times que instaba a su flota a desafiar a la goleta América, precedida por su fama en su llegada a costas inglesas. Los británicos, espoleados por las provocaciones del diario, aceptaron. Su corresponsal, desplazado a Cowes en tren desde la estación londinense de Waterloo, describió el recorrido alrededor de la isla de Wight como "el más desfavorable para los extranjeros". Sin embargo, la goleta América ganó el desafío y el conde de Wilton, comodoro del Royal Yatch Squadron, pronunció en presencia de la reina Victoria aquel 22 de agosto de 1851 la frase más famosa de la historia de la vela: "Majestad, aquí no hay segundo".
Héroes y villanos.
En estos años la Jarra de las Cien Guineas ha descansado cuatro países (EEUU, Australia, Nueva Zelanda y Suiza). Entre el primer héroe, el hombre que fletó la goleta América, John Stevens, y el último gran villano, Dennis Conner, que pasó a la posteridad como el hombre que perdió la Copa para EEUU tras 132 años (pocos recuerdan que la recuperó después), han desfilado personajes fascinantes como el obstinado magnate del té Sir Thomas Lipton, conde irlandés que perdió cinco duelos, pero popularizó su producto en EE UU. O el barón francés Marcel Bich, creador del bolígrafo y la maquinilla de afeitar, que invirtió 10 millones de dólares en cuatro intentos fallidos. O el yankee Nathanael Herreshoff, que encadenó una racha victoriosa de más 20 años (1893-1920). Y, por supuesto, el australiano Alan Bond, que no cejó en su empeño pese a ser derrotado en tres ocasiones (una por el televisivo Ted Turner), y acabó arrancando la Copa de la peana que descansa al pie de la ornamental chimenea en la centenaria sede del New York Yacht Club. Al oeste de Manhattan, en el Midtown, esquina de la 37 con la 44.
Pero esta edición sitúa en otra dimensión a la Copa América. La época en la que se cerraban los desafíos alrededor de una copa de brandy es historia. Sherlock Holmes ha dado paso a James Bond. Los sextantes claudicaron ante la telemetría, el carbono jubiló a la madera y las quillas ahora tienen alas. La Copa se ha globalizado. El desafío de Valencia es el primero en el que participan los cinco continentes. A los habituales (América, Oceanía y Europa) se suman Asia (ya hubo un equipo japonés y otro de Hong Kong) y, por primera vez África, con los surafricanos del Shosholoza. Pero hay algo que no cambia con el paso de los años: el gobierno del viento. Un insignificante role puede dar al traste con una inversión millonaria.
Los barcos se batirán en duelo. Los desafiantes se medirán para conocer a los semifinalistas (España debe estar ahí). Luego quedarán dos finalistas y el que gane la Louis Vuitton lanzará el guante al Defender suizo Alinghi, que pondrá en juego la Jarra de las 110 Guineas. Y al final, sólo habrá un ganador porque "aquí no hay segundo".

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