
Conviene, en este sentido señalar que acaban de sonar tres penetrantes alarmas. La primera procede del Informe sobre España del Fondo Monetario Internacional (FMI). Señala algunos flancos débiles de nuestra economía. El más alarmante, el alto déficit de nuestras balanzas exteriores. El déficit por cuenta corriente, según «The Economist», alcanzará en 2007 el 8’5% del PIB. Semanalmente recoge este semanario esos pronósticos para 42 países. Ninguno alcanzaría el porcentaje español. Según el FMI, el déficit comercial puede llegar al 10% del PIB.
Segunda alarma: según el Índice de Gobierno de la Economía Internacional (IGEI) elaborado por la Fundación de Estudios Financieros, la buena situación española actual puede ser frenada por la altísima dependencia española de hidrocarburos importados. La energía primaria española procede de ellos en un 72%; la Unión Europea de los 25 (UE25) depende sólo en un 66%. En cambio, la energía nuclear proporciona en la UE 25 el 13% de su energía primaria, y en España, sólo un 9%. La dependencia exterior de la economía española en el terreno energético, llega ya al 80% del total.
La tercera advertencia la ha formulado Trichet, presidente del Banco Central Europeo, en Madrid, en el Foro de Nueva Economía, el 29 de marzo de 2007. Señaló que «los resultados en España en materia de productividad son totalmente insatisfactorios». Recordemos lo que dice Julio Segura en el libro importantísimo «La productividad en la economía española» (Fundación Ramón Areces, 2006): «La pobre dinámica de la productividad del trabajo y de la productividad total de los factores que exhibe la economía española en la última década…, refleja una genuina escasa eficacia en la utilización de los factores productivos».
¿Existe en España una seria política energética? No, desde luego. ¿Y alguna para enmendar lo que sucede en nuestra productividad? Tampoco. ¿Puede, así, pensarse en aliviar el déficit comercial? Sería absurdo. ¿Son esas las bases de un desarrollo fuerte y sostenible? Intentarlo es seguir un mensaje de Nietzsche, popularizado por Mussolini: «Vivere pericolosamente». Para Mussolini, seguirlo concluyó en catástrofe.
Juan Velarde Fuertes.
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